Uno de los elementos más desesperantes de esta pandemia es la sensación de estar viviendo una y otra vez una historia ya conocida, y de parecido final. Un déjà vu desasosegante, en el que primero se nos explica que todo está controlado, luego que hay que "convivir" con el virus, posteriormente que se está haciendo lo que se está haciendo siguiendo el consejo de misteriosos "expertos" que nunca salen a la palestra (bien al contrario, los expertos que se manifiestan casi siempre lo hacen para pedir medidas más drásticas y mayor racionalidad en la gestión de la pandemia), y por último que lo que se ha hecho va en la línea de otros países, y que, por poner un ejemplo, lo que se está haciendo en España es lo que en otros países llaman "confinamiento" (a pesar de que en esos otros países tengan confinamiento domiciliario, a diferencia de España), como dijo el entonces ministro de Sanidad, Salvador Illa, pocos días antes de abandonar el barco porque se supone que tiene carisma y tirón electoral y es más importante que el PSC saque tres o cuatro escaños más en las elecciones catalanas que tonterías como afrontar la peor crisis sanitaria desde la gripe española de 1918.
España es, probablemente, uno de los peores ejemplos de gestión -frívola, ineficaz e irresponsable- de esta pandemia. Y no precisamente por la actuación de nuestro sistema de salud, sino por la absoluta ineptitud y cortedad de miras de nuestros dirigentes. Sin embargo, es cierto que, aunque España lo haya hecho y esté haciendo fatal, tampoco es que abunden los ejemplos virtuosos en el hemisferio occidental. Alemania, Austria, Grecia, y poco más. En los demás países, los errores han sido mucho más abundantes que los aciertos. De hecho, los únicos países occidentales que lo han hecho muy bien, Australia y Nueva Zelanda, son occidentales por origen y cultura, pero no por ubicación geográfica. Como países de Oceanía / Extremo Oriente, han aplicado estrategias muy similares a la de los países asiáticos: contención temprana del virus, persecución sistemática de todos los contactos, aislamiento prolongado, rastreo y, si es necesario, confinamientos quirúrgicos.
En Occidente, por el contrario, el planteamiento siempre ha sido que el virus no podía parar la economía, y que era necesario "convivir" con él. Con el éxito ya conocido por todos: la economía funciona a medio gas, con sectores enteros en estado catatónico; la sociedad está asustada, amargada y deprimida; y el virus campa a sus anchas, extendiéndose más y más hasta que se adoptan medidas y se deja de "convivir" alegremente con él.
Sin embargo, sí que puede decirse que Occidente ha tenido éxito en un aspecto: el desarrollo de vacunas eficaces contra el virus en un periodo récord de tiempo. En menos de un año, se han probado, desarrollado y comenzado a distribuir vacunas cuya eficacia, además, es altísima. Es un éxito que también han tenido países no occidentales, como Rusia y China, si bien en estos casos no contamos con pruebas concluyentes de su eficacia, o ésta es menor que la de algunas de las vacunas desarrolladas por empresas occidentales, en ciertos casos superior al 90%. Es imposible saber si dichas vacunas seguirán siendo eficaces durante mucho tiempo, ni si habrá algún tipo de efecto secundario a largo plazo, que es el argumento favorito de los antivacunas (la única manera de saberlo es esperar diez o veinte años a ver qué sucede con el grupo de control antes de vacunar a la población, una opción objetivamente inviable).
Por desgracia, aquí tampoco estamos exentos de problemas, que tienen que ver, y así va a ser durante al menos unas semanas, con el suministro de vacunas. Concurren aquí varios factores, y uno de ellos en absoluto menor es que algunos países han sido más ágiles y espabilados que otros en asegurarse su suministro. La UE, sin duda alguna, no está entre los más diligentes, pues ha actuado tarde y cicateramente, buscando ahorrar y diversificar donde otros han apostado fuerte por gastar lo que fuera necesario, pues cada mes de retraso en vacunar a la población es mucho peor que el eventual aumento del gasto en vacunas que pudiéramos tener.
Eso explica, en parte, el rifirrafe de la UE con AstraZeneca, empresa anglosueca que se encarga de manufacturar la vacuna de Oxford, y en menor medida con Pfizer. Pero la otra parte atañe al modelo farmacéutico-empresarial en el que hemos aceptado movernos, consistente en que, incluso en una situación de emergencia de este calibre, los ciudadanos y sus Estados han de esperar a que las empresas que han desarrollado las vacunas (en casi todos los casos, contando con generosas subvenciones por parte de los Estados) puedan atender los pedidos empleando sus propios recursos. Personalmente, creo que esto no sólo es un error, sino un error profundamente irracional. La situación es lo suficientemente grave como para adoptar medidas drásticas (como ya empieza a considerar la propia UE).
Y eso significa, desde mi punto de vista, que los Estados deberían proporcionar todos los recursos extraordinarios que sean necesarios para fabricar vacunas donde y cuando sea posible: en fábricas de la competencia, en nuevas fábricas o consorcios público-privados, etc. Es algo que, de hecho, ya está sucediendo. Hace muy poco la francesa Sanofi anunció que fabricaría 125 millones de dosis de la vacuna de Pfizer en sus instalaciones, un ejemplo de virtuosa colaboración en un contexto excepcional. Pero si con este tipo de iniciativas no es suficiente, si hay que hacerse con las patentes de las farmacéuticas para conseguirlo, se hace, pagándoles generosamente.
Es una situación excepcional y, de nuevo, el conformarnos con hacer las cosas como se han hecho siempre nos lleva al desastre. No se puede "convivir" con el virus, pero tampoco tiene sentido esperar meses y meses a que lleguen las vacunas cuando es factible acelerar el suministro. Sobre todo, cuando hay ya una vacuna, la de Pfizer, de la que ya conocemos datos específicos de su eficacia (superior al 50% con la primera dosis y al 90% con la segunda) en varios países: en Israel, pero también en España. El bien general, en este caso, es mucho más importante que preservar la exclusividad de las patentes. Precisamente por ello, la compensación económica también podría serlo. ¿A qué estamos esperando?