El dibujante de carteles, que pasó por Golem Fest, reflexiona sobre el mundo del cine de género y la cultura que le rodea
VALÈNCIA. Mo Caró nació rodeado de arte (su padre, Mascaró, se encargó de ilustrar algunos números de Delta 99, Vampus o Pumby) y seguramente por eso cuenta con una cultura visual envidiable. El hombre, que en las distancias cortas resulta muy cercano y sencillo, guarda en él una colección de imágenes y referencias que despliega en los carteles que diseña y dibuja y del que se solo se puede reconocer parte. Es la referencia nacional de las productoras multinacionales para desarrollar trabajos para las mejores sagas cinematográficas del momento, y pasó el viernes por Golem Fest para presentar un estuche con cuatro dibujos sobre Drácula.
- Hay un par de factores en su presencia aquí que me gustaría analizar. La primera, es esa nueva normalidad que supone el ser friki hoy. Hace no tanto estaba denostado y ahora parece que está aceptado y extendido...
- Ahora se han destapado los frikis. Hace 20 años, el friki estaba pero no había este fanatismo. En mi trabajo concretamente, nosotros reinvindicamos que, aunque ahora todo es fotográfico en los carteles de cine, ahora combinan eso con una edición especial de coleccionista hecho a mano. Es lo que realmente le gusta a la gente, tener una ilustración de Indiana Jones bien hecha colgada en el cuarto, no una fotografía.
- ¿Y qué cree que ha propiciado este cambio de percepción?
- La necesidad del friki de tener algo palpable frente a la rapidez con la que se tratan y se lanzan los filmes hoy. Ves las películas de Marvel y ya nos sabes por cuál van porque van una detrás de otra todo el rato, sin embargo si tienes una imagen, un cartel especial y que te gusta, te fijas más. Y por otra parte, los artistas hemos sido muy constantes diciéndole a las productoras “ey, escucha, haz algo especial que estamos aquí”, y ese forzar la máquina nos ha mantenido siempre presentes.
- La segunda revalorización que me gustaría tratar es la de los títulos que evocan cierta nostalgia, esos títulos míticos de los 70/80/90 que están teniendo una segunda obra de la que su obra se beneficia...
- ¿Qué te voy a decir? Que mola que pase eso... Porque es algo que siempre te ha gustado y has amado. Siempre has de adaptarte y conocer las nuevas tecnologías. Yo el ordenador lo tenía que coger sí o sí porque la productora siempre te pedía algo digital. En primer lugar hice fotografía y más tarde llegué a ser realizador de publicidad. Pero cuando hay este repunte de la nostalgia y puedes volver a coger los lápices para trabajar... Qué gozada.
- ¿Cuál es el valor final de un trabajo tan manual como el suyo? ¿Se trata de cómo acaba siendo la obra o simplemente de la manera de haber afrontado esta por parte del artista?
- Yo creo que son ambas. Cuando a mi me encargan un cartel de cine, se vuelca mucho en mí, al contrario de cómo se trabaja en una agencia de publicidad al uso. Mis carteles, aunque sean fotográficos tienen creatividad, arte, mimo... Y esa facilidad de contar con eso hace que prescindan de cualquier otro creativo y acabo representando todo el peso del trabajo.
- ¿Y se siente cómodo así?
- Completamente, cuando vienen y te encargan algo pero te dan la suficiente libertad... Hasta lo disfrutan ellos más.
- ¿Cuáles son los clientes de Mo Caró?
- Son todos extranjero, muy a pesar. Intento que sean nacionales, pero no hay manera... A veces hago carteles para algún amigo que tiene una película de bajo presupuesto y encuentras un hueco para hacerlo; pero básicamente he desarrollado mi trabajo para productoras internacionales. Pero siempre ha sido así, mi padre fue dibujante de Disney más de veinte años y toda esa generación trabajaba prácticamente en su totalidad para proyectos extranjeros.
- ¿Cómo fue ese primer contacto con esas empresas multinacionales con una estructura tan grande que da hasta vértigo?
- Yo es que esa situación me la he encontrado solo porque en realidad yo he crecido entre dibujantes, actrices, promotores... Entonces fue natura encontrarme en una productora aquí, en un estudio de animación allí. La primera vez que me contactaron para un encargo internacional fue a través de mi padre para una agencia de publicidad, y a partir de ese me empecé a dar a conocera través de otros carteles para series de televisión.
- Teniendo un estilo tan marcado, ¿es más fácil o más difícil vivir de este?
- Pues no sé. Yo tengo un estilo muy concreto porque es el que se me pide normalmente, pero yo puedo rendir igual haciendo otros estilos muy diferentes. La línea que sigo ahora es la de Drew Struzan, y entonces cuando te empiezan a decir que eres “el Drew Struzan español” no está nada mal.
- Sus referentes visuales parecen ir más allá de los cartelistas que sigue, ¿cuáles son?
- Yo he tenido la suerte de tener a un padre dibujante. Él me decía que copiara mucho y conociera mucho “pero de los buenos”. Y yo me preguntaba quiénes eran los buenos. (Se ríe) Y entonces crecí la facilidad de descubrir por mi cuenta pero también de que mi padre compartiera referencias como Robert McGinnis, que fue el que ilustró muchos carteles de la saga de James Bond, o Albert Uderzo, el dibujante de Astérix y Obélix. Yo los calcaba y los estudiaba y eso me ha dado un importante bagaje.
- Trae al Golem Fest un estuche con dibujos sobre Drácula, ¿qué le atrae de la historia?
- Me encanta el género de terror, me llama la atención desde siempre. Cuando tenía ocho años, yo me asomaba por el pasillo a ver la tele que veían mis padres en salón cuando se suponía que estaba durmiendo, y entonces descubrí clásicos como este. El trabajo es un homenaje a una historia que en sí no da tanto miedo. Me gustan todos los monstruos, pero con Drácula tengo una relación más especial.
- Ahora se dice que el mejor cine que se hace es el de terror, ¿hacía falta haberlo empezado a decir antes?
- Pues sí, mucho antes.
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto