LAS SERIES Y LA VIDA 

‘Normal people’: cuando la serie mejora el libro original

26/09/2020 - 

VALÈNCIA. En 2018, Gente normal, segunda novela de la irlandesa Sally Rooney, se convirtió en un fenómeno editorial y ganó el British Book Award a la mejor novela del año (¿en serio no había mejores novelas?). Es la historia de una compleja relación amorosa entre dos jóvenes, Marianne y Connell, que comienza en el instituto y abarca cuatro años de su vida, incluyendo el paso por la universidad. Era lógico suponer que, más tarde o más temprano, se adaptaría para la pantalla. La serie llegó este año 2020 de la mano de Hulu y la BBC, con doce capítulos de entre 20 y 30 minutos. Está dirigida por Lenny Abrahamson, Hettie Macdonald y escrita por Alice Birch, Mark O’Rowe y la propia autora del libro y también se convirtió en un acontecimiento. Y aquí sí por poderosas razones, siendo la principal de ellas que es, efectivamente, una gran y muy bella serie. De hecho, mejora el libro. 

Lo primero que llama la atención es que, siendo una novela tan introspectiva, contada, claramente, desde los puntos de vista de los protagonistas (aunque no emplee la primera persona), no se utilice la voz en off en su adaptación audiovisual. No tengo nada contra la voz en off y puede ser un elemento expresivo muy bien utilizado si se hace bien, pero es cierto que hay un notable abuso de ella y, muchas veces, no deja de ser un recurso facilón y cómodo para salir del paso, en vez de buscar soluciones visuales. Que es justo lo que aquí se ha hecho: utilizar el encuadre, el montaje, la composición del plano y los movimientos de cámara para hacer visible la profunda conexión que existe entre los protagonistas, que es lo que construye el relato. La cámara está pegada a Marianne y Connell, a sus nucas, sus espaldas, sus perfiles, sus rostros, sus miradas. Y funciona, no solo por la inteligente puesta en escena, sino porque cuenta con la ayuda inestimable de dos magníficos intérpretes que aguantan de maravilla cualquier primer o primerísimo plano y capaces de expresar un mundo con un gesto o una mirada: Daisy Edgard-Jones y Paul Mescal.

“Cuando habla con ella, [Connell] siente que existe entre ambos una total privacidad (…) Estar a solas con Marianne es como abrir una puerta que permite salir de la vida normal y cerrarla tras de sí” (p. 14). Como ven, la novela no sugiere, sino que explicita sin dejar lugar a dudas. Estas palabras del inicio del libro son claras, pero lograr expresar esta idea en la imagen no es tan sencillo. ¿Cómo consigue la serie esa sensación de total privacidad? En realidad, es uno de los aspectos más llamativos y felices de la serie y en los que triunfa respecto al libro, tan poco sutil al respecto: las imágenes transmiten con total eficacia la intimidad que comparten, ese nexo que les une entre sí y les separa del mundo.

Un acierto de la serie es utilizar el instituto mucho más de lo que aparece en la novela, como uno de los espacios principales en los primeros capítulos. Eso permite desarrollar y visualizar, desde los planos iniciales, el hilo secreto que les conecta mediante el uso constante de primeros planos y un montaje que privilegia las miradas furtivas que lanzan fuera de campo revelando su deseo, sin que el otro o la otra se percaten de ello. Por ejemplo, cada vez que Marianne entre en el campo visual en las secuencias del instituto, va seguido de un plano de Connell mirándola sin que ella lo sepa. Y viceversa.

Esa conexión también se hace palpable en el modo en que sus cuerpos comparten espacio de forma aparentemente casual, aunque sea fruto de un elaborado trabajo de composición, apareciendo en el encuadre a veces de forma inesperada (al retirarse un personaje del plano, por ejemplo) o estando al fondo de la imagen. O, no solo en el instituto, también en otros espacios y a lo largo de toda la serie, manteniendo la cámara en el rostro de uno de ellos cuando el otro se ha ido, lo que nos hace partícipes de la sensación de soledad que provoca la ausencia de la persona amada, pero también del profundo nexo que les une.

Y otro acierto es haber hecho mucho más explícitos que en el libro los encuentros sexuales. Esto puede obedecer a una maniobra comercial, el sexo vende, ya lo sabemos, pero lo cierto es que aquí suman al relato. Un perfecto ejemplo es la larga secuencia de su primer encuentro sexual, al inicio del segundo capítulo, que se hace imprescindible para comprender la relación que va a unirles, y para entender en toda su extensión el profundo grado de intimidad que desarrollan Marianne y Connell, la “total privacidad” de la que habla el protagonista masculino en la cita que comentábamos antes. En la secuencia, la cámara se mantiene básicamente pegada a sus rostros porque no se trata de hacer una exhibición de sus cuerpos o sus prácticas sexuales, ni de excitar al público, sino de construir su intensa relación y de revelar la emoción, la enorme trascendencia que tiene para ambos ese momento en el que no solo desnudan sus cuerpos.

Tanto la interpretación de los protagonistas como el modo en que están filmados logran expresar esa conexión, pero también la confusión en la que viven a lo largo de todo el relato. Siempre hay tensión, algo delicado que parece a punto de romperse, como sucede varias veces, aunque el hilo siga siempre ahí. Sus encuentros y desencuentros, en ocasiones bastante forzados desde el punto de vista del argumento o de la lógica, sin embargo se entienden perfectamente en la dimensión emocional, en el hecho de ser producto de una fragilidad que invade la imagen. De algún modo, aunque les veamos convivir con otros, estar con más gente, relacionarse con otros personajes, ellos parecen mantenerse en su burbuja, la puerta cerrada que menciona Connell, un vínculo exclusivo al que nadie puede acceder. Bueno, alguien puede, nosotros, los y las espectadoras, testigos privilegiados de las tortuosas idas y venidas de ambos en busca de su identidad y su razón de ser.

Normal people es, ante todo, una historia de amor de dos personas que están en el espinoso camino hacia la madurez, esa dificultad de crecer. Pero las relaciones amorosas no existen en el vacío y al margen de la realidad, por eso hay muchas más cosas tanto en la novela como en la serie: la diferencia de clases y sus consecuencias en el comportamiento, el papel de la educación, depresión, maltrato, bulling, las relaciones familiares, la amistad, etc.

No es fácil construir una historia de amor en estos tiempos más bien cínicos, en los que difícilmente somos capaces de creer en algo puro. Y, sin embargo, aquí tenemos una historia amorosa contada sin esa ironía que parece la única forma que tenemos hoy en día de enfrentarnos al amor. Destila, aun con algunos quiebros de guion cuestionables, una gran veracidad gracias a superar los clichés del romanticismo (y ahí está ese magnífico final para demostrarlo). Pero, sobre todo, logra contarlo en la imagen, mediante el ejercicio de la puesta en escena: cámara, composición, interpretación.

Tal vez la palabra, muy repetida por los protagonistas tanto en la novela como en la serie, es intensidad. Varias veces se dicen entre ellos, tras el sexo, “ha sido muy intenso” o un “siempre es muy intenso” y se repiten el uno al otro que no tiene nada que ver con lo que sienten cuando están con otras personas. Pues bien, esa intensidad que ellos verbalizan, intensidad que integra, entre otras cosas, la intimidad, la fragilidad y la plenitud, la serie consigue expresarla a la perfección en imágenes. La sentimos, la compartimos, la experimentamos y quizá hasta la envidiamos. Es el amor, ni más ni menos.

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