VALÈNCIA. Stephanie Land tuvo un accidente a los 16 años con un diagnóstico de estrés postraumático, fue madre años después y se separó de su pareja, lo que la llevó a trabajar en precarios servicios de limpieza para mantener a su familia. Vivió años de esta manera, por debajo del umbral de la pobreza, recurriendo a los servicios sociales. Seis años después, logró acceder a una beca para estudiar escritura creativa y publicó sus primeros textos sobre su experiencia vital en el Huffington Post y Vox. En 2019 publicó Maid: hard work, low pay and mother's will to survive, libro que próximamente lanzará en España la editorial Capitan Swing, que fue adaptada por Netflix con el título en España de La sirvienta.
Al contrario de lo que pueda parecer, la serie trata más sobre la violencia y la intimidación que sobre los servicios de limpieza. Sobre qué es amedrentar y someter, es decir, maltratar. Hemos tenido debates en este país de toda índole sobre esta cuestión. Como siempre, dependiendo del sujeto de la frase, cambiaba la valoración moral, pero eso es lo de menos. Aquí lo que se pone de manifiesto es la dificultad que a menudo tienen muchas mujeres de demostrar que son víctimas de maltrato.
En los dos primeros capítulos está todo, podrían funcionar como película. La pareja de la protagonista bebe. Un día, borracho, le lanza un puñetazo que golpea contra la pared, al lado de su cara, y hace un agujero. Momento en el cual ella decide coger a su hija y marcharse. En ningún momento se le pasa por la cabeza denunciar por maltrato porque, estrictamente, no la ha tocado. Pero sin denuncia, cuando recurre a los servicios sociales porque al irse de casa se ha convertido en una sin hogar, le explican que si no hay caso no pueden asistirla.
Como ya se planteaba en Creedme
ni siquiera se le pasa por la cabeza denunciar porque entiende que es indemostrable que se haya sentido intimidada o maltratada. En ese momento se introduce en un laberinto de ayudas públicas en el que se enreda en la típica trampa de que no hay A sin B y no hay B sin A. Un infierno dantesco del que no se puede escapar. Como resultado, acaba perdiendo la custodia de su hija.
Independientemente del incidente que la fuerza a escapar de su pareja, la cuestión más importante que pone de relieve este relato es la de la autonomía personal. Si la casa es de su pareja, si su pareja tiene el trabajo y ella se ha quedado como madre solamente, carece de autonomía personal. Sin independencia económica, no puede separarse cuando se encuentra en una situación de maltrato.
Poder, sí puede. De eso va la serie, porque, al final, limpiando, en una historia épica que tenemos que valorar como más norma que excepción, sale adelante. Aunque también se refleja la situación del nuevo proletariado que solo puede acceder a un mercado de trabajo basado en aplicaciones en las que nadie contrata a nadie y todos somos supuestos autónomos. Es asistenta, pero ella tiene que correr con el gasto de los productos de limpieza y acudir por sus propios medios a las casas que le señala la App de la pseudo ETT a la que recurre.
El problema de la serie es que tiene una presentación demasiado naif para un público joven; un problema relativo porque es probable que a mucha más gente le entre mejor así, con un guión de altos contrastes, personajes estereotipados, protagonista con la que es fácil identificarse en cada detalle y mucha banda sonora, a cada tragedia, un hit, como en Anatomía de Grey. Hacerlo de esta manera solo puede ser bueno si sirve para inculcar a un público adolescente la importancia de la autonomía personal y económica. Como realización, está varios peldaños por debajo de las grandes series.
Al margen de todo esto, hay otros detalles indirectos que te indican la deriva en la que se halla la sociedad estadounidense mientras aquí se compra compulsivamente toda la mercancía averiada que sale de sus campus universitarios. Una de las mujeres para la que limpia la protagonista es rica. Entre ellas se establece una relación después de unos tiras y afloja y se conocen mejor. Se muestra una situación paradigmática, mientras la protagonista es una madre pobre que no puede salir adelante, la otra es una rica que lo tiene todo menos un hijo. Sufre una gran desgracia, la ha dejado su pareja justo cuando, atención, ya habían encargado un niño.
Con encargar me refiero a que una mujer se lo iba a gestar. En la serie este personaje al ser una mujer profesional y adinerada se da por hecho que tener un hijo por sus medios biológicos es un engorro innecesario y recurre a la gestación subrogada, por supuesto. El programa 'canario en la mina' Keeping up with the Kardashians imprescindible para entender lo que se cuece en esa sociedad ya lo puso de manifiesto. Parir es demasiado esfuerzo, deterioro físico y mental como para no encargárselo a otra persona a cambio de dinero. Otra maid, asistenta, como el título de esta serie, pero biológica.
Nunca verán a Judith Buttler ni otros representantes del supuesto progresismo estadounidense pronunciar una palabra en contra de esta forma de estabular mujeres. Los razonamientos son rápidos, es dueña de su cuerpo, recibe su dinero y firma su contrato, pues para dentro. Ya saben, es como el tema de la prostitución o, si lo quieren, la explotación infantil: la solución al trabajo de niños de 8 años en una mina es que se les haga un convenio, limite la jornada a cuarenta horas semanales y se les pague un veinte por ciento más por cada hora trabajada después de las diez de la noche. Por este aspecto el guión de la serie pasa como un rayo de luz por un cristal. Si la complejidad para determinar que es la violencia y el maltrato, para articularlo legalmente de forma efectiva, si la situación de proletariado decimonónico que van adquiriendo los trabajos asequibles para los que no tienen nada, si toda esa espiral no es suficientemente heladora en la serie, este detalle te deja ya directamente congelado.