Un presentador de la BBC y un científico británico han tratado de explicar con rigor científico las amenazas terroríficas que ha presentado históricamente el cine comercial. El resultado es diverso. Aunque en no pocas ocasiones se magnifican amenazas insignificantes, en otras se minimizan. Precisamente cuando revisten más peligro del que estamos preparados para creernos
VALÈNCIA. Me llamó la atención recientemente que un reportaje sobre la pandemia en televisión recurriese a la película Contagio de Steven Soderbergh como antecedente de lo que estaba sucediendo. El locutor comentaba emocionado que en la película el virus también había llegado de Asia y que las medidas que se tomaban eran iguales que las que estábamos viendo. Aquello era inaudito, la realidad se parecía a la ficción de una película hollywoodiense. Hubo varios medios muy respetables que pusieron el acento en esta coincidencia.
En lo que no se reparaba tanto era en que en el guión habían colaborado epidemiólogos y los escenarios que reproducían estaban basados en la experiencia histórica. Decenas de detalles, comportamientos y políticas que hemos visto por el covid-19 ya han sucedido a lo largo de la historia, como ha quedado de manifiesto en el libro Epidemics and Society de Frank M Snowden (tienen una reseña en el número de la Revista Plaza de este mes). Una obra que repasaba la experiencia histórica con epidemias y pandemias hasta octubre de 2019, momento en el que fue publicado, justo cuando se desencadenó la crisis del coronavirus. Ni a propósito, este profesor de Yale podría haber elegido mejor los tiempos para sacar su libro.
El cine de Hollywood, en realidad, si no se basa en hechos reales o en el asesoramiento de profesionales y científicos, como en este caso, lo que hace no es reflejar peligros, sino exagerarlos. Llevarlos al extremo de forma hilarante y acientífica, algo que han encargado de denunciar Rick Edwards, presentador de televisión de la BBC, y el Dr. Michael Brook, periodista de New Scientist, en Hollywood Wants to Kill You: The Peculiar Science of Death in the Movies (Atlantic Books, 2019). Una idea cercana a aquellas historietas de Harvey Kurtzman en las que enfrentaba a los superhéroes con las leyes de la Física.
El libro se divide en capítulos titulados según un tipo de muerte y se explica por qué lo que han reflejado las películas comerciales en ese aspecto no tiene sentido ni fundamento. Sin embargo, hay casos, como el aludido de Contagio, donde sí que hay un trabajo solvente detrás, al menos para establecer las premisas.
Por ejemplo, una de las noticias recurrentes que recibimos cada quince días es que un asteroide podría impactar con nuestro planeta. Estos días se habla del caso de Dimorphos, aunque hay dos mil potencialmente peligrosos, dice la prensa. Y el verano pasado, estábamos en las mismas. "En menos de un mes", clamaba ABC. "¡Mide seis campos de fútbol!", advirtió días antes. Hay 1.970.000 entradas con "asteroide" en Google News en el último año.
En el celuloide, de ese peligro nos salvó Bruce Willis en (Michael Bay, 1998) metiéndole al meteorito en cuestión una mascletà de bombas nucleares en su interior, el protagonista era perforador en aguas profundas, desviándolo felizmente de su trayectoria. En el libro, los autores explican que la amenaza no es broma, es una premisa realista, y la NASA la ha tenido en cuenta. Casualmente, desde el año de la película puso en marcha su Programa de Observaciones de Objetos Cercanos a la Tierra.
Además, en la cinta el drama era que el meteorito tenía "el tamaño de Texas" y el presidente se enfadaba porque no lo habían detectado antes. Los científicos entonces le contestaban que con el presupuesto que tenían para explorar el espacio en busca de asteroides, un millón al año, solo podían cubrir el 3% de los que llegaban a La Tierra, que en realidad recibe la friolera de cien toneladas diarias. No iban mal los tiros, dicen los autores, el presupuesto que tiene asignado la Oficina de Coordinación de Defensa Planetaria de la NASA (PDCO) para este fin es de cien millones anuales y con eso "no llega ni para un tercio de los asteroides relevantes", según admite la NASA citada en esta obra.
Desde 2018, el gobierno estadounidense pidió que se empezara a trabajar en la configuración de misiones que pudieran desviar asteroides. En la película, la narración de Charlton Heston dice: "Sucedió antes, volverá a suceder, la única cuestión es cuándo". Y tiene razón, sentencian en el libro. Lo que pasa es que uno con capacidad destructora se estima que será 1 cada 500.000 años. No en vano, como el cráter de Chicxulub indica, el asteroide que cayó hace 150 millones de años en Yucatán hizo que se reiniciara la vida en el planeta extinguiendo a la mayor parte de las especies que lo habitaban y, como resultado, existimos nosotros.
Así se llega a la parte más flipada de la película, llegar al meteorito gigante para colocarle la carga, ocurrencia que tampoco era disparatada. El programa Deep Impact de la NASA ya ha logrado hacerlo con cometas, pero no empleando a rudos y patriotas trabajadores como Bruce Willis, sino a robots, que serán en el futuro los que se encarguen de misiones de este tipo, pero por razones más prosaicas. Los asteroides están cargados de valiosos minerales, como oro, platino, titanio, cobalto y níquel.
Hasta que la nave que ha enviado la NASA al espacio, DART, demuestre que funcionan sus técnicas para desviar un asteroide, -concretamente, estamparse contra él- los autores de Hollywood Wants to Kill You no son muy optimistas con las soluciones. ¿Qué garantizará que nuestros intentos de apartarlo no lo redirigen todavía con más fuerza contra La Tierra?, se preguntan. Y la respuesta no la tiene nadie todavía; nadie humano. En este trabajo la NASA se lo ha encargado a una Inteligencia Artificial, "un algoritmo de aprendizaje automático que analiza las amenazas de asteroides". Hasta ahora, graciosamente, la opción que planteó Armageddon "es oficialmente la mejor".
Entre otros peligros que nos acecha, el libro también indaga en los tiburones. Señala el conocido dato de la escasez de ataques a personas que realizan a lo largo del año y avisa de que la orca es peor, que es una gran devoradora de tiburones blancos, pero que solo se come el hígado y tira el resto. Es sibarita. Y al final, al contrario que en la saga de Spielberg, los que peor parados salen son ellos. También aparece Terminator, donde se señala que por si las moscas el Gobierno Británico se ha comprometido a mantener siempre "un humano al corriente" de las decisiones que toma la automatización de sus Fuerzas Armadas.
En cuanto al peligro que se ha convertido en realidad, la pandemia, aquí también se trata a partir de la película Contagio. Ahora da risa leer estas páginas, tanto como asombro tenían los periodistas que señalaban las similitudes de lo que ocurría en el film con la actualidad. El perfil personaje de Matt Damon, un asintomático o inmune, nos es de sobra conocido. Lo curioso es que en la realidad, cuando empezó todo, nadie al mando tuviese presente que en todas las epidemias se dan estos casos. Pero hay una reflexión que hace arquear aún más la ceja. El eslogan de la película era "nada se extiende más rápido que el miedo". Algo que se repitió cuando empezaron a manifestarse los casos, una crítica al llamado "alarmismo". Sin embargo, los autores se descuelgan con otro punto de vista diferente: "Ante una pandemia, hacer que las personas tengan el miedo suficiente para evitar todo riesgo de contraer la enfermedad, es la mitad de la batalla".
La pena es que, como en la película, no se haya empleado mucho la preciosa palabra fómite, en referencia a los puntos que albergan los virus. Las superficies. Aquí se le da una importancia fundamental y se advierte: "En 2017, el microbiólogo Paul Matewele analizó puntos del sistema de transporte público de Londres en ochenta lugares diferentes. Descubrió que los asientos, rieles, paredes y puertas estaban inundados de bacterias. Las líneas del metro albergaban noventa y cinco tipos diferentes de bacterias. Los taxis tenían alrededor de cuarenta y los autobuses tenían treinta y siete". Una información de interés para todos aquellos que hayan empezado a lavarse las manos con motivo de la pandemia y, cuando esta se acabe, quieran volver a sus costumbres primigenias. Esa sí que es una amenaza letal terrorífica y no las de Hollywood.
El fenómeno empezó hace más de diez años, pero cada vez son más los actores con una carrera sólida en Hollywood que actúan también en videojuegos. Las razones son de peso, es decir, económicas. Los rodajes no llevan mucho tiempo y los pueden hacer en sus propias casas. La rentabilidad dólar/hora es irresistible. Lo que pone de manifiesto que la industria del cine tal y como la conocemos, con la IA a la vuelta de la esquina, es crespuscular