La semana pasada me di una vuelta por el barrio y percibí, una vez más, que el pequeño comercio, y especialmente el histórico, el heredado, es la última esperanza de un mundo que parece que desaparece, pero resiste.
“Ya no hay comercios como los de antes”, una clásica frase que se suele pronunciar para poner de manifiesto que todo ha cambiado y que los lugares donde acudían nuestros padres y abuelos para adquirir desde alimentos, a tornillos, sartenes o mantas, ya no son igual, que han sucumbido a las grandes superficies con horarios extenuantes y a la venta on line con su non-stop. Pero la realidad es que no es cierto, al menos no totalmente, quedan comercios y algunos con varias generaciones a sus espaldas. La realidad es que ante un mundo que nos trae tantas decepciones, la mayoría derivadas de elegir con nuestro voto a los peores de entre nosotros para que nos dirijan la vida, sólo nos quedan ellos, los comerciantes que representan la dignidad y el esfuerzo.
Desde el pasado mes de marzo, nuestro entorno más directo, nuestros barrios, nuestras calles, se han convertido en nuestro mundo, al menos, nuestro universo físico. Dejando de lado los mundos imaginarios a los que la lectura, el cine, la ópera, el teatro o la música nos pueden llevar, la realidad en la que desarrollamos nuestro día a día se ha visto limitada a nuestro lugar de residencia. La comparación con los tiempos donde se podía pasar gran parte de tu tiempo lejos de tu hogar, por viajes de trabajo o de ocio y por mil vicisitudes nos lleva a sentir cierta nostalgia, pero también debemos guiarnos por la curiosidad y la ilusión, tenemos que disfrutar y vivir nuestro barrio, nuestra ciudad y también ser conscientes de la importancia de consumir en esos comercios patrios que tanto hacen y han hecho por la historia de nuestra ciudad.
Cuando era un niño, aún recuerdo como acompañaba a mi madre a la compra y cada producto tenía su lugar, especialmente el horno, la carnicería, la pescadería, la bodega y el ultramarinos con frutas, verduras y conservas. La bodega era un lugar especial pues tenía antiguos y grandes toneles de madera y las botellas de cristal se devolvían para reutilizarlas (ya reciclábamos y no había diez contenedores distintos ni campañas para explicarnos como tirar la basura). Todos esos recuerdos perviven en mi memoria y se actualizan porque hoy en día, gracias a Dios, puedo seguir aquellas rutinas que aprendí de niño, en otro barrio y en otros comercios, pero con la misma esencia.
El centro histórico de Valencia sufre, pero resiste, y mantiene una red de establecimientos, muchos de ellos centenarios que merecen todo nuestro cariño, reconocimiento y dedicación, es decir, visitarlos y comprar en ellos. No porque lo diga yo ni porque resistan a una fría y anodina modernidad, sino porque tienen productos de máxima calidad, trabajan con empresas y productores locales y ofrecen un servicio exquisito, cercano y amable. Como usuario que soy de muchos de ellos, cada día me reafirmo más en este compromiso y corroboro que merece la pena. Por todo ello, me alegra y me gusta ver la reciente campaña de bonos promovida por los comercios del centro histórico y la Fundación Trinidad Alfonso, denominada Maratón de bonos, así como la campaña #UnFuturoMenosBlack con la Confederación del Comercio. Iniciativas encaminadas a ayudar y fomentar el consumo de cercanía, y pensada para un público, que, por desgracia, no conoce sus bondades, y muchas veces no le da la oportunidad que merecen.
Los lugares que nuestros padres y abuelos recorrieron, algunos casi igual y otros reformados, otros reinventados, pero muchos siguen dando la batalla cada día. Los propietarios no se resignan, abren cada día y preparan con esmero y cuidado sus productos, te reciben con una sonrisa y te atienden como si fueran un amigo o familiar, te facilitan su teléfono para que les hagas consultas y resuelvas dudas, te facilitan el pago con mayor autenticidad que cualquier entidad financiera, lo dan todo por mantener esos templos donde fuimos y debemos seguir siendo felices. Paseen por la ciudad, entren en sus tiendas de barrio, conozcan su historia y compren sus productos, no se arrepentirán.