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LAS SERIES Y LA VIDA

'Apagón': el apocalipsis en casa

4/11/2022 - 

VALÈNCIA. Una tormenta solar impacta en la Tierra y provoca un apagón generalizado. Esta es la premisa de Apagón, la miniserie de Movistar Plus+, compuesta por cinco capítulos dirigidos por cinco cineastas diferentes: Rodrigo Sorogoyen, Raúl Arévalo, Isa Campo, Alberto Rodríguez e Isaki Lacuesta. Está inspirada en el muy exitoso podcast El gran apagón (Podium Podcast), creado por el guionista José Antonio Pérez Ledo, que va ya por más de siete millones de descargas. Y digo que está inspirada porque no es propiamente una adaptación, lo que hace es recoger la idea inicial de un apagón general como punto de partida para desarrollar historias diferentes a las que podemos oír en el podcast.

Este tipo de series tiene sus más y sus menos, derivados, los más y los menos, precisamente de su carácter de antología: capítulos independientes a partir de una premisa global compartida. Por una parte, la diversidad puede derivar tanto en falta de unidad del relato como en irregularidad. Pero también la variedad de puntos de vista y estilos, y más con cineastas de tanta personalidad como Sorogoyen, Rodríguez o Lacuesta, es un aliciente para su visionado. En Apagón hay un poco de todo esto, episodios más redondos que otros, historias de diverso interés, cierta falta de unidad y equilibrio. Pero el resultado final es más que satisfactorio, con bastantes momentos que se quedan para siempre con nosotros. Y sí, recuerda a la francesa El colapso, aunque sin sus planos secuencia. Y no, no importa ni se resiente de ello Apagón, hay muchas historias que contar y muchos modos de hacerlo.

Comienza de forma electrizante con uno de los mejores episodios, uno de esos que engancha inmediatamente y obliga a seguir: Negación, dirigido por Sorogoyen y escrito por el cineasta junto con Isabel Peña, como es habitual en su filmografía. Que no les despiste lo de electrizante y esperen persecuciones y efectos especiales, no. Aquí lo electrizante es el ritmo, la angustia, esa mezcla de realismo y tensión que tan bien les funcionó en la magnífica Antidisturbios, esa sensación pegajosa de estar atrapados en el momento y lugar. Puro nervio. Porque de lo que se trata es de seguir al subdirector de la Unidad de Protección Civil y Emergencias de Madrid, interpretado con su habitual excelencia por Luis Callejo, mientras toma decisiones según se va confirmando la mala noticia. Una oficina pública normal y corriente, un hombre anónimo con aspecto de españolito medio, un funcionario con muchas responsabilidades y su equipo, la cámara inmiscuyéndose entre sus rostros y por los pasillos. Lo dicho, electrizante, no puedes apartar la vista.

La acción del resto de los capítulos ya tiene lugar en medio del apagón, unos días, unas semanas o unos meses después, no siempre se sabe el tiempo transcurrido. Los dos siguientes, Emergencia, dirigido por Raúl Arévalo y escrito por él junto con Fran Araújo y Alberto Marini, y Confrontación, dirigido por Isa Campo y escrito por ella y también Fran Araújo, son, quizá, los que más eco hacen con otros relatos, son historias más vistas. El primero tiene lugar en un hospital en situación crítica, enfrentado a la falta de suministros y obligado a rebajar la edad del triaje, esto es, la edad a partir de la cual deja de atenderse a los enfermos. También muy angustioso, ofrece una situación que, quizá, podría haberse llevado más allá: la comparativa con quienes viven el apagón con total normalidad porque llevan años sin luz y sin energía (no hay que ir muy lejos en la realidad: La Cañada Real en Madrid). Confrontación, por su parte, nos sitúa en una de esas urbanizaciones, PAUs, de límites bien establecidos, donde los niños no salen más allá para jugar y que, con el apagón, se han convertido en auténticas fortalezas, desde cuyas fronteras les asaltan grupos de jóvenes que alteran su tranquilidad. Puede que sea el capítulo más convencionalmente apocalíptico, puesto que bebe de ciertos clichés propios del cine de terror.

El cuarto capítulo Supervivencia, es magnífico y el más inesperado de la serie. Escrito por Rafael Cobos y Alberto Rodríguez y dirigido por este último, tándem responsable de grandes títulos como la serie La peste o los films La isla mínima, Grupo 7 o Modelo 77, toma casi la apariencia de un western. Seguimos a un pastor de cabras, un soberbio Jesús Carroza, que ve cómo los restos de lo urbano que queda en ese mundo sin electricidad, un depredador al que no esperaba, intenta inmiscuirse en su tranquila vida rural. No se lo pierdan.

Por último, Equilibrio, dirigido por Isaki Lacuesta y escrito por Fran Araújo e Isa Campo, nos devuelve al principio, al inicio del apagón para contar, a partir de ahí, cómo se va creando una comunidad multicultural y diversa. Una historia que no es de confrontación, como varias de las anteriores, sino de cooperación, esa que nos ha hecho avanzar como especie y seguir vivos, por más que muchas veces lo olvidemos en la realidad y en muchos relatos de ciencia ficción y distopías, centrados en la demostración de que el hombre es un lobo para el hombre. El capítulo comienza frenético y sigue con un ritmo mucho más pausado, conforme esa comunidad va afianzándose, estableciendo lazos, entre ellos y con la naturaleza y sus ritmos, que garantizan la supervivencia: el equilibrio del título.

Sin necesidad de palabras, vemos y entendemos cómo se crean los vínculos a través del trabajo, de compartir espacio y de las acciones y, sin embargo, el capítulo se encalla cuando lo verbal toma protagonismo, en una escena que cuenta cosas importantísimas que todo el mundo debería saber sobre la realidad de las personas migrantes, no hay duda, pero innecesariamente explicativa y redundante, como si no confiara en su dimensión visual: ya lo habíamos entendido. Superado ese pequeño obstáculo, el episodio funciona de maravilla.

Lo cierto es que, tras la pandemia y todo lo que ha traído consigo, con la guerra y la amenaza climática actual, este tipo de historias, estos futuros sometidos a algún cataclismo o a una circunstancia determinante que marca la existencia, son más creíbles que nunca, y la identificación con personajes y situaciones es casi inmediata. Y, creo que, en este caso, la condición de serie antológica, la variedad de estilos y puntos de vista que ofrece, juega a favor. Mucho de lo que plantea la serie hace eco en nuestras mentes y en nuestra realidad: el tremendo triaje en el hospital, la soledad, el replantearse la relación con nuestros semejantes y con la naturaleza, la toma de decisiones sabiendo que tiene consecuencias, el colocarse en el lugar del otro, la empatía como necesidad vital. Como el buen relato de ciencia ficción que es, son muchos los dilemas éticos que Apagón aborda, es ese inevitable ¿qué haría yo? ¿Sería la que huye, la que confronta a los demás, la que coopera, la que se hunde en la desesperación? ¿Contribuiría a construir o a destruir? En cualquier caso, mejor proyectarlo en la ficción, una de sus funciones más consoladoras, que comprobarlo en la realidad.

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