CASTELLÓ. Muchas veces se ha preguntado Benicarló si es una 'ciudad puente'. Vivir aquí, comer aquí y trabajar aquí. Pero cuando llega gente de fuera, no es sin antes ver qué les deparan lugares cercanos -y con más movimiento- como puede ser Peñíscola o Vinaros. Es un sentimiento que arrastran consigo muchas otras localidades. Ven como se acaban quedando con el visitante fugaz. El que llega a sus calles como nexo de unión para viajar hasta otra parte. Un falso movimiento en la ciudad que se incentiva con más fuerza en la temporada veraniega. Terminar con esta tendencia no es fácil ni les corresponde a ningún 'misionero'. Va ligada a una acción mucho mayor que tiene que ver con la vida cultural a la que el sector público, y privado, quiera aspirar. También ayuda el patrimonio que se tenga, como esté este de cuidado y todas las actividades que se forjen su alrededor.
Ahora bien, aunque estos cambios nos quedan lejos o puede parecer que no van con nosotros, ya lo dice el refrán, toda piedra hace pared. Y para construir una nueva urbe también. En su caso, Miguel Pruñonosa Diaz ha decidido llenar con más de 50 cebras un edificio que, ahora reconvertido en aparthotel, refuerza este sentimiento de no querer pasar más tiempo desapercibido. "Si la fachada hubiera estado en blanco, habrías pasado por delante y ya está. Por lo menos ahora has llegado hasta aquí. Con el arte podemos ayudar a crear espacios más bonitos y que, en consecuencia, llamen la atención". Un claro ejemplo de lo que habla el artista sería Fanzara, otro pueblo de Castellón que parece haberse convertido -de hace cinco años hasta ahora- en un pequeño 'templo' del muralismo. Lo cierto es que sus calles ya no captan la atención de unos pocos, sino de muchas más personas que los 200 vecinos que viven allí.