Mi vida me ha demostrado que yo he nacido para ser el ujier menos elegante y más despeinado del planeta. Si es que existe la figura del ujier en los tribunales más selectos. Nada de abogado, nada de fiscal, nada de juez. Nada, mucho menos, de notario, ya que mis conflictos con la realidad me impedirían certificarla tal cual es. Me aburriría mortalmente. Ahora que la actualidad se cimbrea entre los ámbitos de la judicatura, a mí lo que me apetecería de verdad es distorsionar la visión de la burocracia y la jurisprudencia para mostrarla tal cual es. Pero Kafka se me adelantó un siglo y tan solo me queda el consuelo de repasar su obra y ver de vez en cuando El proceso, de Orson Welles. Nada más lejos de mí que el Derecho. Otra cosa es la justicia, con la que trato de lidiar cada vez que se me presenta la oportunidad de tomar una decisión que no me atañe directamente.
Por ejemplo. Empecemos por la investigación de la jueza de Catarroja en torno a lo sucedido el 29 de octubre del año pasado en los despachos. Lo pertinente es conocer qué hacía cada cual, cómo respondieron las administraciones a una tromba desmedida de agua que causó 229 muertos. Depurar responsabilidades es lo oportuno. Es, da toda la impresión, lo que se está haciendo. Sin embargo, en la atalaya desde la que contemplamos el procedimiento los ciudadanos, mi cabeza solo es capaz de procesar las informaciones que generamos los medios de comunicación y dar vueltas a unas cuantas preguntas, quizá irrelevantes para la ley. Creamos que la reunión de El Ventorro fue pertinente. Creamos que todo transcurrió con normalidad. Creamos que nada alteró el discernimiento de Carlos Mazón durante su encuentro con Maribel Vilaplana. Si es cierto, como atestiguó la periodista, que entre platos de menú les llegó un vídeo con la riada que ya arrasaba Utiel, ¿cómo es que no se levantaron inmediatamente para ver qué estaba pasando y si podían ayudar en algo? Sobre todo, el principal responsable de la ciudadanía valenciana. Esa supuesta falta de empatía, porque no cabe calificarla de otro modo, daría para varios volúmenes. Sin ella, la política no es vocación de servicio, sino tan solo ambición.
Segundo asunto. La sentencia contra el Fiscal General del Estado. Trabajo en un oficio en el que la objetividad sería el ideal. Pero también es una utopía. Por muy aferrado a los hechos que estés, tu cabeza te indica, subliminalmente, cuál es el titular elegido, cuál es el enfoque de la noticia, qué palabras son las apropiadas para contar lo que estás contando. Eso lo entiendo. Entiendo también que la judicatura padezca el mismo síndrome. Por alejarme del asunto lo bastante como para que no se me malinterprete, no debe de ser igual enjuiciar un caso de eutanasia desde el convencimiento sobre la idoneidad de su aplicación que desde las dudas éticas que pueda llegar a plantear. Al fin y al cabo, las leyes no son más que párrafos de texto, con lo que hay tantas maneras de leerlas como lectores. Lo que no comprendo en este caso son varias cosas. La primera, que haya llegado al Supremo una presunta filtración que, seamos serios, es de lo que vivimos los periodistas, por mucho que les estén contando algunos colegas. También presuntos. Lo segundo, que los jueces sepan de mi trabajo menos aún de lo que yo sé del suyo. Y lo tercero, que los magistrados, que habitualmente claman por la separación de poderes, puedan clasificarse e impartan justicia en función de su ideología. La una o la otra. Sobre esto también me sería apetecible escribir, pero Montesquieu se me adelantó tres siglos.
@Faroimpostor