Poco después de convocar las elecciones, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, propuso mantener un debate semanal con el candidato del PP, Alberto Núñez Feijóo, hasta un total de seis. Visto lo que vimos ayer, sólo cabe agradecer al líder del PP que aceptase un único debate cara a cara. Después del lamentable espectáculo que presenciamos (los que tuvimos la paciencia de verlo hasta el final, o no nos quedaba otro remedio porque nuestro compromiso con los lectores es un valor superior incluso a nuestra integridad física y psicológica), creo que ha quedado claro que ya no hace falta más. Señor Feijóo, es usted como los Ferrero Rocher del embajador: con su estilo de debatir 100% gallego nos ha cautivado a todos, convenciéndonos definitivamente de que para qué más.
Alberto Núñez Feijóo se mostró mucho más cómodo y tranquilo a lo largo del debate que el presidente del Gobierno y candidato del PSOE, Pedro Sánchez. Este era un debate en el que Feijóo partía con una clara ventaja y era, además, el único debate, la única oportunidad de que disponía Pedro Sánchez para recortar distancias mediante este formato televisado que habrán visto millones de personas (al menos, el tiempo que hayan logrado aguantar el bodrio). Sánchez se jugaba mucho; llegaba presionado por la necesidad de vencer. El presidente del Gobierno se ha estado preparando este debate a conciencia, o así se anunció desde el PSOE. También se habían deslizado argumentos que apoyaban la épica de la remontada con el debate como piedra angular de la misma, como los elogios sobre la capacidad dialéctica de Sánchez frente a las supuestas limitaciones de Feijóo, que parecía un señor recién llegado a la política de verdad desde una aldea de Ourense (porque haber ganado cuatro elecciones con mayoría absoluta y gobernar una comunidad autónoma de casi tres millones de habitantes, por lo visto, no sirve), y que en efecto se benefició, entre otras cosas, de ser a la vez el aspirante, novedoso para la mayoría del público, y el favorito.
Todas estas expectativas se le volvieron en contra a Sánchez en el debate. Llegaba con la necesidad de seguir alimentando la remontada y la ilusión entre las filas de la izquierda de que era posible impedir el gobierno del PP, apoyado en Vox o en solitario, pero esto será más difícil tras un debate en el que se le vio nervioso desde el principio, desubicado ante los chascarrillos y acusaciones de Feijóo, o ante sus comentarios reiterados de "no se ponga nervioso, señor Sánchez" (cada vez que lo decía me ponía nervioso a mí). A veces soltaba medias verdades, a veces argumentos descontextualizados o exagerados... Pero hacían mella, sobre todo porque daba la sensación de que Sánchez no sabía cómo responder y además gastaba muchas energías en ello. Al final, uno piensa que este pobre hombre ojeroso y nervioso no puede ser el monstruo de maldad manipuladora y mezquina que creó el "sanchismo", y sí el inventor o feliz adaptador del engendro dialéctico conocido como "pegamento SuperVox" (volveré sobre ello).
Feijóo, en cambio, vino mucho mejor preparado para lo que es un debate hoy en día. Sobre todo, un debate a dos, en el que sólo tienes que preocuparte de contrarrestar a un interlocutor. Hay que mostrarse tranquilo y tratar de desubicar al oponente, tanto cuando habla él como cuando hablas tú. Esto es un espectáculo en el que gana quien parece más tajante y más claro, así que da un poco igual lo que digas, mientras lo digas con convicción. Y en este juego, Feijóo fue siempre varios pasos por delante de Sánchez, sobre todo en el primer bloque, el económico, que probablemente fue el que vio más gente, aunque sólo sea porque fue un debate tan horroroso que ahuyentaría al público desde el principio. Sobre todo, al público menos ideologizado y partidista, es decir: al que era más factible convencer de cambiar su voto, o de ir a votar, pulsando las teclas adecuadas. Ese público se iría a dormir pensando que menos mal que ese señor tan tranquilo que tanto recuerda a Rajoy va a ser el próximo presidente del Gobierno, y si se les ha olvidado no se preocupen, que ya se encargarán los medios y las redes sociales (la segunda parte de cualquier debate) de recordar en los próximos días quién ganó y quién perdió.
El debate fue bronco y difícil de seguir desde un principio; era fácil perder el interés. Leí a mucha gente anoche que se quejaba del absentismo de los moderadores (Vicente Vallés y Ana Pastor), y es cierto que, si pones a dos reputados periodistas a moderar y también para que hagan preguntas, habrían podido orientar un poco más el debate, que tuviera algo de recorrido. Pero la responsabilidad de que esto resultara el horrible intercambio de marrullerías efectistas que tuvimos que ver recae, ante todo y, sobre todo, en los dos contendientes, pues ambos se prodigaron en interrupciones, medias verdades o falacias y, en definitiva, en jugar bronco.
Es difícil destacar algo del debate porque fue, básicamente, una repetición condensada del argumentario y los chascarrillos que ambos candidatos llevan meses, y a veces años, propalando por doquier. Más de lo mismo, pero condensado y peor. Tirándose datos a la cabeza a veces tan absurdos como las 255.000 páginas de leyes que según Feijóo ha promulgado Sánchez durante su mandado.
Sólo con la parte del debate centrada en la violencia de género pudo Sánchez sacar algo la cabeza, porque ahí, obviamente, Feijóo y los múltiples pactos de su partido con Vox lo tenía negro. ¿Solución de Feijóo? Sacar la ley del 'sí es sí', una chapuza del Gobierno en la que el PSOE descargó todas las culpas sobre Unidas Podemos (ignorando que todo el Gobierno es corresponsable de todas las leyes que promulga, y obviamente lo es su presidente), y decir que hay "violadores en la calle por usted". Así de sutiles eran las florituras dialécticas que circulaban en el debate.
El plato fuerte del cara a cara, la política de pactos, era largamente esperado por las razones por las que el debate fue tan nauseabundo: todo el mundo sabe perfectamente que el PP, si suma con Vox y no puede alcanzar el Gobierno de otra forma, pactará con Vox y también lo incluirá en el Gobierno, como ya ha hecho en varias comunidades autónomas, entre ellas la Comunitat Valenciana. Todo el mundo sabe también que el PSOE negociará con Bildu, con ERC y con quien haga falta los votos de la investidura. Así que ese bloque estaba destinado, desde el principio, al griterío, el show. Cero gestión, cero argumentación, pero aquí con barra libre, no como en los otros bloques, en los que a veces había que medio disimular que se quería argumentar algo (no mucho).
La reducción al absurdo de un debate y de dos señores adultos soltando 'zascas' pudo verse en el énfasis con el que Pedro Sánchez repitió, no una ni dos, sino hasta tres veces, el elixir mágico surgido de la factoría de ideas de Ferraz: Feijóo quiere montar su Gobierno pactando con Vox, que es como una marca de pegamento: el pegamento SuperVox. Pues sí, esto fue una pieza del argumentario del líder socialista, y además la sacó a colación como arma secreta, el recurso a la desesperada (y yo que pensaba que iba a lanzar sobre la mesa veinte o treinta fotos de Feijóo con el narco Marcial Dorado yéndose de vacaciones a PortAventura, pero nada).
El gran debate, el centro neurálgico de estas elecciones fue, en resumen, un espectáculo no apto para todos los públicos, especialmente para el público que quería formarse algún tipo de idea sobre su voto el 23 de julio. No sabría decir si será decisivo para el resultado electoral, pero desde luego no va a ayudar al PSOE ni a Pedro Sánchez, confuso y nervioso toda la noche ante otro señor gallego impasible que tuvo mucho más claro desde el primer momento qué se estaba jugando allí.