VALÈNCIA. Luis Tseng ha elegido una terraza en la calle Micer Mascó que es un tormento. Obras en la acera, camiones de la basura, furgonetas cargando y descargando, la grúa arrastrando un vehículo pesado... Un ruido atronador. Así que nos refugiamos dentro, a un par de mesas del corrupto Rafael Blasco y su cara de mal genio. Luis, que en realidad se llama Luis Cabedo Tseng, pero que prescindió en su día del apellido paterno para tener un nombre más artístico, Luis Tseng, es un tipo tranquilo que cuenta su vida, su sorprendente vida, con sorprendente sencillez.
Su historia, verdaderamente, empieza hace cuarenta años en Viena, donde su padre, Antonio Cabedo, un joven de Ontinyent, y su madre, Annie Tseng, una joven de Taiwán, se conocieron en el conservatorio porque él estudiaba violín y ella, piano. "Se hicieron amigos y empezaron a salir, tuvieron el típico rollete y después cada uno se volvió a su tierra", relata Luis. Su padre se marchó entonces a hacer el servicio militar por Andalucía. Pero un día recibió una llamada en el cuartel que le dejó de piedra. Era su padre, que no salía de su asombro y trataba de explicarle que en la puerta de casa, en el pueblo, donde no habían visto un chino ni en pintura, se había presentado una mujer china diciendo que estaba embarazada de su hijo.
Su padre le pidió ayuda al médico de la compañía, que era amigo suyo, y este le explicó que lo mejor sería que se hiciera el cojo. Pero que no se relajara porque, si no, en cualquier momento le podían sorprender y ya no podría escaquearse de la mili en meses. Así que aquel hombre empezó a andar con una visible cojera todo el santo día. Incluso por las noches, si tenía que levantarse para ir al baño, iba cojeando aunque estuvieran todos durmiendo en el barracón. Por si acaso.
Al final se libró de la mili y pudo volver a Ontinyent, casarse e iniciar su vida con la mujer que amaba. Poco después nació Luis y, dos años después, Tono, el hermano pequeño. Dos niños que crecieron rodeados de música. "Mi padre me acostaba cada noche tocando el piano", rememora el primogénito. Los dos estudiaron en El Pilar. Ellos pensaban que eran dos niños normales, como todos los demás, hasta que un día, andando por la calle, un chaval le chilló a Luis: "¡Chino de mierda!". Era una época en la que no era tan habitual como ahora ver a gente de otras razas en València. "Y encima había mucho 'makineto' y era bastante frecuente que me insultaran por la calle". Luis fue, de hecho, el primer niño asiático, aunque mestizo, que apareció en El Pilar, donde todos le llamaban Tseng o directamente El Chino.
Sus padres tienen una bodega (Bebendos) y una empresa que se dedica a la exportación a Asia de toda la producción de ese vino y otros productos como jamón, brandy, aceite de oliva y hasta obras de arte. "Todo lo que pensamos que se puede vender, lo exportamos". Luis habla en primera persona porque su hermano y él se han incorporado al negocio en un momento en el que su padre está a punto de jubilarse y piensa ya más en su vida contemplativa que en sacar adelante la empresa. Por eso ha retomado la música, décadas después, y ha editado un disco de música clásica.
Estos padres músicos no tardaron en apuntar a sus hijos a música. Luis empezó con el piano a los nueve años, pero con once ya tocaba en una academia y le llevaron a dar un concierto en el Palau de la Música con otro chico de su curso. "Nos gustó y a raíz de eso decidimos formar un grupo. Él cambió la guitarra clásica por la eléctrica, yo me puse con los teclados y mi hermano, con la batería. Estuvimos dos años tocando pop, pero, claro, imagínate con 10 u 11 años lo que puedes tocar. A los dos años buscamos un bajista, pero era muy difícil encontrar uno con esa edad y decidimos que yo dejara los teclados y me pusiera a tocar el bajo".
Luis Tseng es un alma vieja, un joven que no conecta con el trap ni el reguetón. A él le gusta la música de otro tiempo, como los Beatles, Los Secretos, Los Brincos, Mecano, Antonio Vega... "Yo me siento bastante perdido con la música que se lleva hoy en día. De hecho, ni escucho la radio. Tengo mi iPod con mi música de todos los tiempos y con eso voy tirando".
Aquellos tres chavales formaron Los Piston. El nombre tomaba la P de Pablo, que era el guitarrista, IS de Luis, y TON, de su hermano Tono. Era un trío de niños que jugaba a la música y daba pequeños conciertos en casales de falla y cafeterías ante un público formado por unos pocos familiares y amigos. Pero aquello les fascinaba y se animaron a grabar una maqueta para mandársela a las discográficas de media España. Nadie les hizo ni caso. Pero Annie, la madre de los Tseng, les propuso grabar una maqueta con las letras traducidas a chino y ella se encargaría de enviarla a China. "Nosotros no teníamos ni idea de chino porque mi madre cometió el error garrafal de no hablarnos en chino de pequeños. Mis padres hablaban entre ellos en alemán y a nosotros nos hablaban en español. Ahora, años después, lo he aprendido después de mucho esfuerzo, y le recrimino a mi madre que podría haber sido bilingüe desde niño".
Su sorpresa fue que una discográfica les respondió. La empresa mandó un fax informando de que estaban interesados en esos chavales y mandaron a un par de productores para ayudarles a grabar el disco en chino y perfeccionar su pronunciación. "El técnico se desesperaba porque además de las repeticiones habituales había que sumarle las que exigía el productor. Tardamos un mes en grabar el disco y algún videoclip por la Peineta, que entonces era nueva, el Bus Turístic, Port Saplaya y la Universitat de València".
Luego esos dos productores se llevaron el material paran promocionarlo en su país y los chicos siguieron con sus vidas. Cuando acabó el curso, en verano, la discográfica les propuso ir a Taiwán y hacer alguna actuación. Ellos aceptaron, claro, y viajaron a la otra punta del mundo con más curiosidad que expectativas. Aterrizaron en el aeropuerto de Taipei, salieron del avión y casi se caen de espaldas cuando se encontraron a un montón de gente que estaba esperándoles con pancartas. "Nos quedamos en shock porque no nos lo esperábamos", recuerda Luis. A los dos días los llevaron a un centro comercial a dar un concierto. Allí les aguardaba la segunda sorpresa del viaje: el grupo llegó y había cinco mil personas para ver en directo a Los Piston. "Nos llevamos un susto enorme. No queríamos bajar de la furgoneta. ¡Nosotros veníamos de actuar en casales! Nos temblaban las piernas. Ese verano, y yo ya era un tío delgado, perdí quince kilos. Llevábamos un ritmo frenético. Nos levantaban cada día a las siete de la mañana y lo primero que nos hacían era decirnos cómo teníamos que ir vestidos y luego nos llevaban a la peluquería. Entonces nos anunciaban la agenda del día, repleta de entrevistas y una o dos actuaciones. Así durante dos meses. Mi madre iba con nosotros y nos hacía de traductora. Salías a la calle y no paraban de pedirte fotos y autógrafos. Fue un verano muy loco".
De vuelta a España, la gente empezó a llamarles para decirles que habían salido en Antena 3 y que Matías Prats había hablado de ellos. Su paso por Taiwán había sido arrollador y lograron ser triple disco de platino. Los Piston habían vendido más de 300.000 copias. La SGAE les invitó a dar un concierto y ahí acudieron representantes de varias discográficas de la talla de Virgin, Warner, Sony... "Nos reunimos con todos y Warner fue la que más apostó por nosotros. Y entonces ya nos olvidamos de China. Una decisión que, musicalmente, fue un error".
El grupo valenciano le dio la espalda a un mercado que se había volcado con ellos y lo fiaron todo al público español. "Pero aquí, pese a que apostaron muchísimo dinero, solo fue bien al principio". Luis habla desde la perspectiva de quien viene de vender un porrón de discos porque, en realidad, no fue tan mal. Con su primer trabajo en español llegaron a ser disco de oro (50.000 copias vendidas) y alcanzaron el número uno de los 40 Principales. "Todas las semanas teníamos entrevistas y conciertos. Yo estaba haciendo COU y, en todo el curso, solo fui dos o tres meses al colegio. Aprobé porque me llevaba bien con los profesores y estudiaba cuando podía, pero mi hermano, por ejemplo, tuvo que repetir".
La fama, que les llevó a coincidir con las mejores bandas del momento y a disfrutar de experiencias impensables para un chico de 16 o 17 años, le mostró también su lado más feo. Luis Tseng era un artista muy tímido que lo pasaba muy mal porque en ese momento le reconocía mucha gente. Y recuerda con angustia la salida del colegio y el momento en el que las chicas de Guadalaviar, nada más cruzar la avenida Blasco Ibáñez, le perseguían hasta casa. No le gustaba sentirse observado y eso le hacía pasarlo muy mal. Quedaba con los amigos a tomar algo, y el resto de jóvenes que había en el bar se le quedaban mirando. Porque además era chino y eso le hacía inconfundible. "Había días que iba andando por la calle y, cuando veía que me seguían, me empezaban a temblar las piernas. Fue una experiencia muy desagradable".
El segundo disco fue peor. Aunque su fracaso siempre es relativo. Su telonero en ese momento, por ejemplo, fue Álex Ubago, que luego se convirtió en una estrella. "Pero en ese segundo proyecto ya empezó a deteriorarse nuestra relación; llegaron los primeros roces, el guitarrista se fue, vendimos menos que en el primer disco... Ahí ya fuimos para abajo y, después de doce años tocando juntos, decidieron parar".
Luis Tseng necesitaba cambiar de aires. Su madre, que viajaba mucho a China por la empresa de exportación, se alquiló un piso en Shanghái, y su hijo aprovechó para irse a vivir allí un año y a tratar de aprender de una vez el dichoso idioma. Aquel chico era un joven que había terminado asqueado de la música y no quería volver a tocar un instrumento. "A mí me encanta la música, pero cuando se vuelve una obligación, te cansas. A veces nos obligaban a escribir canciones sobre un tema determinado y ensayábamos todos los días de la semana porque, aunque solo teníamos 17 o 18 años, ya teníamos un caché. Cuando venía gente mayor a vernos se quedaban flipando porque sonábamos muy bien para tener 17 años, pero es que había muchísimo trabajo detrás. La gente se pensaba que era un producto para adolescentes creado por la discográfica y nosotros llevábamos tocando juntos desde los nueve años. Cuando algo no me salía, me enfadaba. Una vez le pegué un puñetazo al piano y me cargué las teclas. Se nos fue la pinza a todos. Nos separamos y nadie quiso saber nada de los instrumentos".
En China, al año, fue retomando el gusto por la música, aunque de otra forma. Cogió una guitarra y comenzó a componer las canciones dentro de un estilo que le convencía más que el de Los Piston. Al volver, se montó un pequeño estudio en casa y grabó un disco que se produjo él mismo. "Ahí, ya sin presiones, disfruté muchísimo". Aún hizo un intento en una banda de rock, con la que de vez en cuando se subían a escenarios como el de Black Note o Matisse. Y después un tercer grupo, también con el bajo, del que se desencantó rápido porque no hubo buena sintonía. Luis decidió ir por su cuenta sin grandes ambiciones, solo el gusto por tocar y hacer su música.
"Hasta que conocí a mi mujer y empecé a tener hijos", aclara. A su mujer la conoció de rebote. Un amigo le invitó a una fiesta y le convenció hablándole de una chica que seguro que le iba a gustar. Luis acudió y cuando vio a la chica se quedó un poco despagado. Su amigo le preguntó si no le gustaba, y él contestó que no, que a él le gustaba otra chica que había visto por allí.
En las fiestas era muy común que los amigos, la gente, al enterarse de que Luis Tseng era músico y que tuvo un grupo de éxito, le pidiera que cante. Él siempre decía que no. Pero ya se sabe que contener a un grupo de jóvenes con varias copas encima no es tarea fácil. Por eso, para esos momentos, Luis siempre lleva un as en la manga, una canción que domina muy bien y que siempre gusta: 'El sitio de mi recreo'. Así que Luis acabó cediendo y cantó el himno de Antonio Vega sin saber que, en ese momento, estaba cogiendo del corazón a la chica que le gustaba, Coqui Zarranz, que tiempo después se convertiría en su mujer y en la madre de sus tres hijos: los mellizos y el recién nacido. "En ese momento no lo sabía, pero 'El sitio de mi recreo' es su canción favorita".
En la carrera conoció a otra chica, Esiva Campos, que cantaba como los ángeles, así que, tiempo después, decidieron actuar en bodas y eventos elegantes. Ahí encontró la felicidad. "A mí, al ser tan tímido, me encanta porque la gente no te presta tanta atención como en un concierto en el que van a verte a ti. Yo hago música de ascensor, música ambiental, con versiones y alguna nuestra. La gente está tomando su cóctel, hablando, y yo estoy ahí tranquilito, en mi silla, con la guitarra acústica. Esiva lleva la voz cantante y yo le hago la segunda voz. Tocamos de todo: Eric Clapton, Bob Dylan, los Beatles, Los Secretos... Y nos llamamos Esiva Tseng".
Tampoco se saturan. Su estilo causa muy buena impresión y muchos invitados a una boda quieren contar con ellos cuando les toca el turno de casarse. Pero Luis tiene tres hijos que cuidar y no le gusta dejar demasiados fines de semana a su mujer sola con los tres niños. Por eso solo acepta un par de actuaciones al mes durante la temporada de bodas: de abril a noviembre.
La discográfica aún hizo un último intento por él y le propuso respaldar su carrera en solitario. Pero Luis Tseng ya hacía tiempo que había salido escarmentado de la fama. Casi todos los que entran en la música parece que persigan el éxito, el camino inverso al que recorre ahora el valenciano, que decidió salirse de la autopista de la popularidad para transitar por una carretera secundaria con límite de velocidad. "Es que es muy duro. Por qué, si no, se separa un grupo como el Canto del Loco, que lo tenía todo y que podía haber sido el grupo con más repercusión de la historia de la música española. Para mucha gente la felicidad es el último iPhone, un coche de alta gama, un casoplón... Yo no soy así. Yo no soy extravagante. A mí no me gusta la fama. Yo prefiero tomarme un café con mis amigos. No necesito más. Y si quieres fama, eso no lo puedes tener. Yo, eso de que la gente te pare o te siga, no puedo. No me gusta sentirme observado".
Ya no le reconoce casi nadie. Y eso le hace feliz. Aunque quizá lo es porque probó lo que es la popularidad. Porque un día, en Taiwán, salieron a un estadio con 50.000 personas que querían corear las canciones de Los Piston. "Se te ponen los pelos de punta. Si en los conciertos de cinco mil salía cagado, en los de 50.000 parecía tonto. Te quedas petrificado. Cantábamos Borja y yo, pero como soy muy tímido, en España yo tocaba en un lateral y Borja en el medio. Eso cambió en Taiwán. En el primer concierto, me dijeron que yo tenía que ir en medio porque la gracia de ese grupo era que yo y mi hermano éramos chinos. Me dieron un folio con frases en chino y me las tuve que memorizar para decirlas en momentos concretos del concierto. Todo lo que hacíamos en el escenario, todo, estaba prefabricado. Todo estaba planificado, hasta los saltos que daba. Hablábamos en chino y no sabíamos lo que decíamos. En España eso ya cambió".
También conoció lo que es ligar por famoso. No le importa reconocer que en aquellos años de éxito, triunfaba con las chicas. "Era muy fácil. En el colegio odiaba ser chino y le preguntaba a mi madre por qué éramos chinos. Tuve suerte porque en mi colegio no tuve problemas y tuve buenos amigos, pero fuera del colegio iba por la calle y había gente que me decía "Chino de mierda" y cosas así. Sin embargo, con el tema del grupo, lo que era una desventaja se convirtió en una ventaja, porque al ser medio chino y cantante de Los Piston yo no tenía que entrar a las chicas, me entraban ellas a mí. Y entonces era muy fácil ligar. Pero eso está bien con veinte años. Ahora ya no".
Luis Tseng sale de la cafetería con una sonrisa y se dirige hacia la Alameda. Nadie le reconoce. Nadie le saluda. Nadie le persigue. Ahora es empresario, padre de tres niños y, puntualmente, músico de bodas. Y así, sin multitudes ni cámaras de televisión, cogiendo una guitarra y acompañando a su compañera mientras la gente se toma una copa de vino, dándole la espalda, él es feliz.