Mañana tenemos elecciones generales, pero, mientras esperamos a ver qué sucede finalmente con "el sanchismo", por lo pronto ya se ha constituido el nuevo Consell que gobernará la Generalitat Valenciana en los próximos años. Un Consell en el que, al menos a primera vista, no resulta complicado ver el énfasis que el president Carlos Mazón busca poner en la centralidad del PP valenciano: perfiles clásicos del PP, de la patronal turística Hosbec, o venidos de Ciudadanos, que acaparan la gran mayoría del presupuesto y de la gestión imputable a la Generalitat. Las consellerias de Vox, por el contrario, se han visto adelgazadas de competencias y -con la excepción de Cultura, en manos del diestro Vicente Barrera- son miniconsellerias, lo cual tiene cierto mérito, dada la reducción e integración de consellerias que ha llevado a cabo Mazón respecto de la distribución del Botànic.
Se trata, en efecto, de un Consell donde Vox se ha hecho con consellerias anecdóticas en términos de poder real (ejecución presupuestaria y competencias). Está visto que, en España, los pequeños siempre negocian mal. También Compromís, y desde luego Unidas Podemos en la segunda edición del Botànic, se llevaron en el reparto menos de lo que les correspondía en representación parlamentaria. Y lo mismo cabe decir del Gobierno de España, donde todos los ministros de Unidas Podemos se hicieron con ministerios desgajados a su vez de otros ministerios y que, a veces, eran meras direcciones generales.
Sin embargo, que el poder real sea escaso no significa que la visibilidad también lo sea. Las consellerias de Vox tienen un significativo valor simbólico, en algunos casos muchísima influencia para perfilar el modelo de sociedad desde las instituciones (menos lenguas autóctonas y más tortura animal: ¡viva España!). Vox tiene un potencial para movilizar a la izquierda similar al que tiene Unidas Podemos con la derecha. De hecho, estas elecciones generales están fundamentadas en esa doble movilización contra el adversario, y aunque el PP hable de "derogar el sanchismo" y la izquierda alerte contra la prolongada e intensa amistad de Núñez Feijóo con un narcotraficante, aunque ambos se echen a la cabeza las mentiras del otro, en realidad los dardos se dirigen mucho más hacia los socios: hacia los ultras de Vox y sus ínfulas de nacionalismo español agresivo, excluyente y tuberculoso, y hacia las chapuzas de Unidas Podemos y los pactos con independentistas y exterroristas.
En la Comunitat Valenciana, la estrategia de Mazón reverdece clarísimamente glorias de tiempos pasados: más concretamente, de 1991-1999, la década en la que la Comunitat Valenciana pasó de granero electoral de la izquierda a la derecha, y en la que el PP pasó de disputarse el segundo lugar con Unión Valenciana a fagocitar por completo a este partido. Ahora el proceso es más complicado, porque Vox es un partido de ámbito nacional, pero cabe intuir que las estrategias por parte del PP van a ser similares.
En primer lugar, pactar con el partido díscolo de la derecha, pero al mismo tiempo dar una imagen centrada y moderada por contraste con las excentricidades del socio impresentable o loco. Mazón es un presidente de centro-derecha que se ha apropiado de las competencias más sensibles (como servicios sociales e igualdad, en manos de la vicepresidenta Susana Camarero) y ha coqueteado (y, en algunos casos, consumado) con integrar en su Gobierno a gente proveniente del Botànic, mientras Eduardo Zaplana comenzó su mandato buscando complicidad con el centro político y acabó por solucionar el conflicto lingüístico que era el motor de crecimiento y motivación de la existencia de Unión Valenciana. Al mismo tiempo, Mazón se afanará en fichar a lo más presentable de Vox, generar disensiones en este partido, difuminar lo máximo posible su presencia, y quizás montar un partido fantasma desde el PP, un "Vox auténtico" para quitar votos a Vox, etc. ¡Vuelve el zaplanismo!
Y también vuelve, sin duda, en saber aprovechar las disensiones de la izquierda, que ha sido llegar a la oposición y recuperar usos y costumbres de sus pasados veinte años en la oposición (hay quien diría que estaban deseando volver). El aspirante a suceder a Ximo Puig, Carlos Fernández Bielsa, no tardó en enzarzarse en luchas a todos los niveles posibles con el propio Puig. Bielsa ganó el pulso de las listas electorales, pero a continuación no supo cómo llevar a cabo la negociación con Ens Uneix, el partido del exsocialista Jorge Rodríguez, cuya decisión de votarse a sí mismo para la presidencia de la Diputación de Valencia ha creado un agujero inmenso en la credibilidad de Bielsa como posible sucesor de Puig.
La Diputación de Valencia era la nueva "joya de la corona del PSPV", la aldea gala, de considerable presupuesto, desde la que hacer oposición al PP. Pero el PSPV, Puig y Bielsa se han comportado con la arrogancia y ceguera de quien cree que sigue mandando y no es consciente de la precariedad de su situación. En lugar de buscar, desde un principio, la reconciliación con Jorge Rodríguez, de pedir disculpas por una actuación en el caso Alquería lamentable, por lo cortoplacista, lo demagógicamente dependiente de los titulares de prensa e ignorante de la presunción de inocencia, Puig y Bielsa han permitido que la situación se enquiste del todo, con lo que han perdido la hegemonía en la comarca y la posibilidad de gobernar la Diputación. Mientras tanto, el PP y el nuevo presidente de la Diputación, Vicente Mompó, ya están tendiendo puentes con Ens Uneix para consolidar su mayoría.
El PP ha demostrado ser mucho más eficaz no sólo en las elecciones, que ganó con claridad, sino después de las elecciones, en la política de pactos. Ahora tendremos PP en todas partes, al menos en la Comunitat Valenciana. Queda ver qué sucede mañana en las Generales. Si gobierna también el PP, previsiblemente con Vox, esto puede ser malo para Mazón a poco que las cosas se tuerzan, porque el guirigay voxista y el rechazo que genera la derecha española en sectores de la sociedad normalmente abstencionistas se incrementarán (el PP es el único partido que ha logrado perder el poder desde la mayoría absoluta y con la economía a favor, en 2004, por no hablar de los 60 escaños que perdió en 2015 respecto de 2011, y si no perdió también el poder fue porque a Pedro Sánchez su partido no le dejó pactar con Podemos). En cambio, si en el Gobierno de España continúa "el sanchismo", posiblemente sean buenas noticias para Mazón, que podrá hacer como hizo Camps en sus dos legislaturas: jugar cómodamente a la contra de Zapatero, hacer victimismo, apropiarse de todas las realizaciones y culpar al malvado gobierno social-sanchista de todos los males.