Un ensayo de Jimina Sabadú relata la experiencia de la autora en la aplicación de citas más conocida. Su mirada aguda y original retrata los vicios y denominadores comunes más lamentables de los usuarios. Un ensayo muy divertido pero también con una faceta menos graciosa, la ansiedad causada por el rechazo
VALÈNCIA. Contaban Nuria Gómez y Estela Ortiz en su ensayo Love me, Tinder (Temas de Hoy, 2019) que esta aplicación para citas sirve para, en teoría, optimizar el tiempo a la hora de una necesidad básica como es ligar. Sin embargo, al final lo que ocurre es lo contrario. El usuario se pasa todo el día metido en la aplicación. El porqué, por un círculo vicioso de expectativa-subidón-frustración impulsado por la necesidad de un concepto muy frecuente en nuestra era: "Más".
Este estudio analizaba el algoritmo, que como es sabido lo que hace es reforzar y perpetuar prejuicios y dinámicas sociales no muy deseables, y la jerarquía del éxito. Las autoras buscaron los patrones que se repetían dentro de la aplicación y encontraron que la pauta de la aceptación estaba en ser "normal y auténtico al mismo tiempo", una idea contradictoria. De hecho, el propio sistema analiza las conversaciones de los usuarios para medir su inteligencia y no premia, precisamente, las singularidades.
Dicho todo esto, acaba de salir La conquista de Tinder (Turner, 2022) de Jimina Sabadú, un ensayo en primera persona sobre su experiencia en la aplicación. En la profusión ensayística actual un denominador común suele ser la pirueta doble mortal, pero siempre con red. En estas páginas, sin embargo, no hay nada controladito, la autora se inclina por las observaciones corrosivas y todo ello hace que la lectura resulte amena y fuera de lo convencional.
Comienza con un símil. Dice que Tinder es la aplicación de todos los que estudiamos una carrera que resultó no servir para nada porque la tienen cientos de miles de personas con nuestro mismo perfil. Luego sigue con comentarios sobre las fotos que los usuarios cuelgan de sí mismos. Está la "vaca mirando al prado", el que con un móvil de mil euros saca una foto deplorable y lo peor es que la da por buena, al que la foto se saca un amigo "pal Tinder" y pone todo su empeño en que sea lo peor posible, los que muestran solo su cuerpo cortándose la cabeza... Un análisis en el que se extraña por la aparición constante de tendederos. Dice que gracias a esta aplicación se puede afirmar rotundamente que en España se tiende dentro, sin pinzas y que la ropa íntima suele ser de colores poco meditados. En fin, quienes conocieran a la autora del fanzine Mondo Brutto no tardarán en identificar el modus operandi.
Sobre los gloriosos selfies en el baño, el género más cultivado, Jimina observa tapas de váter subidas y botes de champús mugrientos. El mero hecho de mostrar estos espacios públicamente habla mucho del valor que le dan a la intimidad los usuarios, explica, por eso recomienda que si se va a mostrar un baño, se limpie como si viniera una madre de visita. La brecha generacional se observa mucho en los posados, continúa, los veinteañeros han crecido con esto, pero a los cuarenta falta habilidad para hacerse selfies, por ejemplo, en el metro. Detalles como subir una foto de su boda con la pareja recortada pobremente dan mucho mal rollo.
En Estados Unidos salió el año pasado un ensayo que fue recomendado por los periódicos más importantes, The right to sex (Farrar, Straus and Giroux, 2021) en el que en uno de sus capítulos analizaba la mentalidad que subyace en el fenómeno incel. Se trata de varones que por pocas habilidades comunicativas, físicos alejados de lo normativo o por lo que sea, no tienen éxito ligando. A la autora, Amia Srinivasan, le sorprendía un detalle, que no trataran de encontrar mujeres en su misma situación para ligar, sino que se enfadaran y frustraran porque lo que le exigen a la sociedad es tener acceso ellos también a las mujeres trofeo o las más sexys y codiciadas. En La conquista de Tinder aparece el fenómeno tal cual. Dice que muchos hombres van insultando a las mujeres por su físico cuando ellos tampoco se adaptan precisamente a los cánones. Pueden encontrar defectos aquí y allá, pero nunca en sí mismos. Se creen con derecho a mujeres perfectas sin tener que hacer ellos nada para alcanzar una perfección equivalente.
También se conoce que hay una obsesión neurótica, revela, con el programa Sálvame de Telecinco. Es muy habitual que la gente escriba en su perfil la advertencia de que no quiere saber nada con alguien que lo vea. La ortografía también es otro calvario y fuente de sinsabores, parece que hay quienes rechazan tratar con quien no sabe escribir, aunque una amiga de la autora sostiene que, cuantas más faltas de ortografía, mejor en la cama.
No obstante, no todo es una fiesta. En un momento la autora se sincera y explica por qué se descargó la aplicación. Vivía sola desde 2014 por elección propia. Convivía con sus manías sin que nadie las juzgara, pero la soledad se le hizo insoportable. Trabajar sola en casa o pasar los efectos de enfermedades sin que nadie la cuidara era duro. Por momentos, llegó a olvidar el paso del tiempo y a dar síntomas de depresión. Llegada a ese punto, quiso compensar todo lo anterior con Tinder. Una forma de tener ganas de salir y de arreglarse. Además, también era la posibilidad de apartarse un poco de un entorno, por lo visto "intoxicado" con ideas de "deconstrucción".
La experiencia resucitó viejos fantasmas porque se encontró con sucesivos rechazos. No llegó a saber por qué, si era por su físico o por su forma de ser, si parecía desesperada o si era demasiado agresiva, el caso es que no repetían. Los rechazos le causaron un herpes zoster. Volvieron las sensaciones de rechazo escolar, cuando las otras niñas decían eso de "no habléis con ella".
Su conclusión es, por tanto, lapidaria. Señala que cada vez que conocidos suyos han entrado en Tinder ha sido con las risas agudas de los doce años cuando pasaba cerca la persona que te gustaba, pero cuando lo han abandonado lo han hecho con profunda tristeza y alivio por no seguir ahí. Lo mejor de la experiencia era dejarla.
Un enfoque que no resulta extraño. Basta ver que en redes sociales, como el propio Twitter, dinámicas de patio de colegio y sus roles, con el guapo, el matón, el listo, etc... se repiten y gente de edades avanzadas se comportan de forma tribal y despiadada como en el colegio. Todos con ganas de pertenecer al grupo y con pánico a salirse de la norma; todos siguiendo al líder e intentando caerle bien a los que le rodean. Si a este destilado de la personalidad al que nos somete la interacción digital le añadimos la búsqueda de relaciones afectivas o sexo, yo nunca he entrado en Tinder, pero me dice el instinto que la norma más que la excepción se tiene que parecer a lo que cuenta este ensayo.
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