VALÈNCIA. El remake (hacer una nueva versión de una obra anterior) existe desde siempre, y no solo en el cine. La historia del arte es, en buena parte, la suma de un remake tras otro, puesto que los temas se han repetido hasta la saciedad: San Sebastián y sus flechas, la Última Cena, Edipo y la esfinge, Leda y el cisne, la Crucifixión, Saturno devorando a sus hijos, etc. Pero ciñéndonos a nuestro presente, parece que el mundo audiovisual el remake está más vivo que nunca. Como muestra un botón, o mejor dicho tres, de total actualidad. Steven Spielberg y su versión de West Side Story (que, a su vez, era una adaptación de Romeo y Julieta, de William Shakespeare), la serie Secretos de un matrimonio sobre la obra de Ingmar Bergman y el nuevo Dune de Denis Villeneuve, aunque en este último caso se trata más bien de una nueva adaptación de los libros y no del film de David Lynch.
Hay muchísimos más, porque vivimos en una cultura de la apropiación: remakes, reboots, secuelas, precuelas, adaptaciones de todo tipo, cambios de formato (de cómic a cine, de película a serie y viceversa, de videojuego a peli, de podcast a serie, etc.). Seguro que, en estos momentos, tienen en su cabeza un montón de remakes o realgo que han visto recientemente o de los que han tenido noticia.
Encontrar ideas e historias originales, muy especialmente en el cine de Hollywood, es harto difícil, no así en otros lugares alejados de la llamada Meca del Cine, de los que se habla muchísimo menos. Y es que hay mucho cine fuera de Hollywood, aunque muchos no lo crean, o se nieguen sistemáticamente a verlo (el hecho de que hay cine más allá de Hollywood y el propio cine). Entiendo que es complicado, dado que las pantallas y las revistas y los blogs especializados y las redes y las televisiones y hasta los informativos están invadidos por la producción USA, que deja muy poco espacio para otras cosas.
Y encima tienen esa costumbre, feísima e irrespetuosa a mi modo de ver, de, si les gusta alguna película europea o asiática, hacer su propia versión, porque eso de ver cine en otro idioma que no sea el inglés, y con intérpretes que no conocen y con otra cadencia, se les hace muy cuesta arriba, por lo visto. Lo de Parásitos, la película coreana de Bong Joon-ho ganadora del Oscar, fue un espejismo.
Alfred Hitchcock, que de esto sabía un rato, decía que no había que hacer remakes de las películas que han salido bien y han tenido éxito, sino de las que han salido mal o fallidas, para poder hacerlas mejor. Está claro que, aun siendo quien era, su comentario cayó en saco roto porque, puestos a adaptar, ni él se ha librado a pesar de dejarnos auténticas obras maestras de estilo personalísimo y muy reconocible. Y ahí tenemos esa inútil Rebeca de 2020, dirigida por Ben Wheatley y de la que nadie se acuerda, por citar el caso más reciente. Lo de Gus van Sant con Psicosis (1998), que seguro que están pensando en ella, es otra cosa. Esa repetición casi plano a plano, pero con ligeras variaciones, se asemeja más a la práctica artística del apropiacionismo y sus juegos y reflexiones en torno al simulacro y la realidad, como el arte que practicaban Andy Warhol o Sherrie Levine, entre otros.
Spielberg tampoco ha hecho caso a Hitchcock y se ha lanzado a un remake, en mi opinión, imposible: el de West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961) que se estrenará en diciembre. No me tuerzan el gesto, ya sé que a espectacularidad pocos le ganan y sí, es Spielberg, pero es que West Side Story es una obra muy singular. Hace un tiempo, el Cine de La 2 programó la película y yo, como muchas otras personas que ya la habíamos visto y disfrutado varias veces, dijimos aquello de: “bueno, veo el principio y luego paso a otra cosa”. Han adivinado el final: efectivamente la vi entera, incluidos los empalagosos duetos de María y Tony, de lejos lo más convencional del film. Pero es que es un torbellino de energía, de color, de pasión y, esto es especialmente relevante, de modernidad. Así que la pregunta es: ¿qué lleva a un director como Spielberg, que lo ha hecho todo ya, a medirse con una obra insustituible? A ver, que seguramente será un espectáculo bastante apañado, pero ¿era necesario? ¿Qué aporta, cuando la original es extraordinaria?
Hay quien dirá, lo he oído más de una vez, que es un modo de acercar los clásicos a la gente más joven que no van ir motu proprio a ver una peli de 1961. Lo siento, pero discrepo: no están viendo el clásico, están viendo otra cosa. Y, además, y ahora voy a desplegar un poco de optimismo, permítanme la extravagancia, ¿se han fijado en cuando La 2 programa clásicos del cine? Es precioso seguir por redes las reacciones de quien no conoce la película que se emite. Devuelve un poco la fe en el poder del cine y la cultura ver cómo mucha gente, bastantes jóvenes, descubren algo que no van a olvidar. Así fue con el pase de West Side Story, como con otras.
Por otro lado, tenemos la serie de Hagai Levi (En terapia, The affair), Secretos de un matrimonio (HBO), que adapta una obra sueca, la serie homónima de Ingmar Begman (la tienen en Filmin). Estamos ante otro tipo de remake. Uno que, siendo fiel a la obra original, a veces muy fiel, trae la acción a la actualidad y se plantea como una actualización: qué es hoy el matrimonio, cómo han cambiado los roles de género o cómo algunos desafíos de la vida en pareja siguen siendo los mismos. Aquí, la obra original se utiliza para, sobre ella, construir una mirada sobre el presente, del mismo modo que Bergman lo hizo en su tiempo, en 1973. La película de Spielberg, por su parte, ofrece una mirada retro al ambientarse en los años sesenta, el mismo momento en que lo hace la original, solo que para ella ese era su presente. Una gran diferencia.
* (No sé si se han fijado en que ahora esta columna ya no es ‘Las series y la vida’ sino ‘¿Y tú qué miras?’. Ampliamos el foco y por aquí pasarán películas, series, fotos, arte, videos virales, memes y algunas cosas más de las muchísimas que miramos a lo largo del día, que es que no paramos de consumir imágenes. Intentaremos analizarlas, las de ahora y las de ayer, y contribuir una poco a la reflexión, imprescindible, sobre nuestra complicada relación con ellas. Aquí les espero si les apetece).
En la cartelera de 1981 se pudo ver El Príncipe de la ciudad, El camino de Cutter, Fuego en el cuerpo y Ladrón. Cuatro películas en un solo año que tenían los mismos temas en común: una sociedad con el trabajo degradado tras las crisis del petróleo, policía corrupta campando por sus respetos y gente que intenta salir adelante delinquiendo que justifica sus actos con razonamientos éticos: se puede ser injusto con el injusto