La película ‘Un cercle en l’aigua’, presente en la programación de La Mostra, aborda la teoría marlowiana que asegura que el dramaturgo inglés no fue el auténtico autor de obras como ‘Sueño de Una Noche de Verano’ o ‘El Rey Lear’
VALÈNCIA. Y hoy, una de conspiraciones. Vamos a dar por hecho que tú, aplicado lector de Culturplaza, conoces de sobra a William Shakespeare y el circuito neuronal de tu cerebro reconoce perfectamente nombres como Hamlet, MacBeth o Romeo. Bien. Pero quizás, los bardos que recorren la ciudad no hayan hecho llegar a tus oídos un asunto muy relacionado con el dramaturgo de Stratford-upon-Avon: la teoría marlowiana. Nacida en 1785 y con cientos de adeptos, esta conjetura asegura que Shakespeare no sería el auténtico autor de las obras que se le atribuyen, sino que estas habrían sido ideadas por su coetáneo Christopher Marlowe, creador que vivió opacado por su figura. Es decir, ¿y si el auténtico genio hubiera sido el que todos creían un segundón?
En los años 90, Chema Cardeña se basó en esta hipótesis para llevar a los escenarios La estancia y ahora, la productora valenciana Stanbrook ha transformado esta pieza teatral en la película Un Cercle a l’Aigua. Y es que, ¿quién dijo que el audiovisual valenciano tuviera que verse limitado a historias de tinte localista? Comer paella con goce desbocado no implica tener que estar todo el rato filmándola. La cinta podrá verse el próximo 25 de octubre en los Babel dentro del programa de La Mostra y vivirá su estreno oficial el 6 de noviembre en ABC Park. Además, el sábado 24 de octubre, la Capella de Ministrers, responsables de la banda sonora del film realizará un concierto en el Centre del Carme como preludio sonoro.
¿Y qué lleva a unos creadores valencianos a caer como Alicia en el pozo del conejo blanco y zambullirse en la teoría marlowiana? Al aparato, Vicent Monsonís, director de la cinta y Cardeña, el autor de la pieza original. “La obra en la que se basa esta película me atrapó en el mismo momento en que la vi. No solo me llamó la atención la premisa principal, que cuestiona la autoría de Shakespeare, sino que me atrajo mucho todo lo que le rodeaba. Es un conflicto constante entre dos personalidades a la vez complementarias y opuestas. Uno desea la fama y solo la obtendrá a través de una obra magistral, el otro anhela escribir esa obra, pero la fama que lleva aparejada pondrá en riesgo su vida. ¿Qué importa más... la gloria... o la obra artística? ¿Qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por conseguir lo que más anhelamos? De algún modo construir esta historia era como intentar unir dos imanes por el mismo polo. Y lo mejor de todo... es que está basada, absolutamente, en hechos reales”, así explica Monsonís su fascinación por esta historia que ha trasladado al celuloide.
“A mí siempre me ha interesado Shakespeare, he estudiado e interpretado sus obras y todos los años realizo un montaje en la Sala Russafa basado en alguna pieza suya. Considero que es el padre del teatro y de la creación de personajes, dotó de alma a los personajes. Quería indagar en su vida y en su relación con Marlowe, otro gran dramaturgo que es muy desconocido para el gran público. Quería saber cómo vivieron ellos el teatro isabelino, que tiene muchísima fuerza. Y decidí aderezar ese escenario con la teoría marlowiana”, expone Cardeña. Para el creador, escribir sobre el bardo inmortal supuso “un viaje maravilloso en el que repasar su carrera y vivirla. Me permitió encontrarme con el genio y darle vida”. Aquí debería entrar el sempiterno debate sobre las adaptaciones audiovisuales, pero basten un par de apuntes de Cardeña para dar el asunto por zanjado: “pasar de un formato a otro siempre es complicado: el teatro es mucho más directo y en él prevalece la palabra que genera acción, mientras que en pantalla lo más relevante es la imagen. Se trata de ritmos diferentes para soportes diferentes y con necesidades diferentes”.
Más allá de las disputas entre genios creativos, Un cercle en l’aigua propone a los espectadores sumergirse de lleno en los recovecos del siglo XVI, en sus paisajes, sus olores y sus tejidos. Para ello, la cinta necesitaba contar con unos ropajes que ayudasen a mantener el hechizo de haber viajado en el tiempo a través de los fotogramas. Jubones, calzas, carpines y otras prendas que no podemos encontrar en las colecciones otoño/invierno de nuestras tiendas habituales. “Siempre comienzo la preparación del vestuario charlando con el director para captar lo que quiere transmitir en cuanto a características de cada personaje y ambiente general de la película, a partir de ahí comienzo mi proceso de investigación y documentación. En esta ocasión tuve la suerte de colaborar con Sastrería Cornejo, que tiene un vestuario de época maravilloso y son unos grandísimos profesionales”, señala la responsable de las vestimentas en esta película, Inés Liverato.
“No tenía ninguna prenda específica en mente, lo que si tenía claro eran las tonalidades en las que quería trabajar. De hecho, trabajar con una paleta de colores en armonía con el departamento de arte y fotografía es esencial para lograr el clima deseado en una película es una de las cosas que más me gusta de esta profesión, aunque trabajemos por separado trabajamos en equipo y al unir todas las piezas el momento del rodaje sucede la magia”, expone Liverato.
Una vez colocadas las sayas, abrochados los chalecos y ajustado el corsé, toca preguntarse por cómo es eso de encarnar a un referente histórico, a un protagonista del siglo SVI. Abre fuego Raúl Navarro, quien interpreta a Marlowe: “Es verdad que la historia ha relegado a Marlowe a un segundo plano. Sin embargo, en la película, el escritor de prestigio, afamado y reconocido es él. En el largometraje podemos ver cómo todas sus virtudes que son muchas, quedan ensombrecidas, por su parte más libertina, salvaje, déspota y cruel. Arrasa con todo, incluida su propia persona, siendo su parte estratega la que le salvará y hundirá a partes iguales”. Para la gran mayoría de intérpretes “hacer un Shakespeare”, es decir, protagonizar sobre las tablas una obra del dramaturgo inglés es uno de las grandes aspiraciones actorales. En este caso, el juego va más allá: no se trata de dar vida a un personaje nacido de su pluma, sino al propio creador. “Para mí ha sido todo un reto, además es mi primer papel protagonista en un largometraje. Es el maestro absoluto del mundo del teatro. Ha sido una experiencia maravillosa”, expone Ricardo Saiz, que encarna aquí al autor (¿o sería mejor decir presunto autor?) de La Tempestad o Ricardo III.
Pero no solo de fieras, máquinas, cracks, panteras de la palabra escrita va esta película. Rosa López es aquí la encargada de dar vida a un personaje tan icónico como Isabel I de Inglaterra, rol que ha protagonizado un buen puñado de películas de época y que ha sido encarnado por actrices tan reconocidas como Judi Dench o Helen Mirrer. Un retrovisor fílmico que puede resultar tanto inspirador como abrumante: “Desde mi punto de vista, el reto en cualquier papel es hacer verosímil tu interpretación, ya se trate de un personaje ficticio o, como en este caso, de alguien que existió realmente y del que todo el mundo tiene referencias – explica López –. Es cierto que el cine nos ha regalado grandes interpretaciones, desde Bette Davis hasta Cate Blanchett, y supongo que esto puede condicionarte a la hora de abordar el personaje, pero no hasta tal punto que te impida cumplir con tu trabajo”.
Consulten el primer libro de texto sobre literatura que encuentren. En Culturplaza nos jugamos el dinero que no tenemos a que en algún momento se comenta que las obras de Shakespeare son un clásico porque abordan cuestiones universales. Y es que, sea de quien sea la mano que escribió El Mercader de Venecia, es obvio que realizó un compendió de asuntos que afectan al ser humano en toda su inmensidad: la ambición, el poder, la búsqueda del éxito, la identidad… De todas estas cuestiones se nutre también Un cercle en l’aigua. Shakespeare dentro de Shakespeare. “Al final—resume el director de la cinta-- lo que estamos contando es una historia universal. El truco es que lo hacemos a través de personajes muy conocidos. Todo el mundo ha oído hablar de William Shakespeare. Su trabajo ha trascendido la cultura inglesa y forma parte del canon universal. Sus historias nos pertenecen a todos. Pero después resulta que ese constructo intelectual, que no hemos puesto nunca en duda, se tambalea al saber que tal vez William Shakespeare no fue quien todos pensamos”.
No en vano, para Monsonís, a menudo cuando hablamos de ‘historias universales’ “en realidad queremos decir ‘historias humanas’. Lo ‘universal’ es lo que nos pasa a todos, y todos los humanos, para bien o para mal, y salvando matices derivados de la educación, la cultura, o las circunstancias vitales, compartimos emociones, sensaciones y comportamientos inherentes a nuestra especie. En ese sentido, la envidia, la amistad, la fama, el sentimiento de superioridad... o los actos, a veces innobles, a los que nos obliga la supervivencia... son elementos comunes a todas las culturas, a todas las personas y por lo tanto... materia bruta para todas las historias”.
“Los temas que aborda Shakespeare son, sobre todo, atemporales. No pasa el tiempo por sus historias ya que el ser humano no ha cambiado tanto en más de 500 años”, sostiene Cardeña. Según Rosa López, las obras clásicas nos interesan porque las cuestiones que abordan “nos siguen pareciendo actuales. La rivalidad de estos dos hombres nos muestra, como en un espejo, que todos podemos ser las dos caras de la misma moneda y eso hace que nos resulte cercano y atractivo. Porque, en definitiva, habla de nosotros y nos plantea preguntas que nos ayudan a entender nuestro comportamiento y nuestra relación con el mundo, transcurra el relato en la València del 2020 o en la Inglaterra isabelina”.
Quizás, al comenzar este reportaje alguno se haya preguntado qué pintan unos valencianos lanzándose a recorrer las cuitas de los dramaturgos isabelinos, empleando sus esfuerzos en transportarse a la Inglaterra del siglo XVI. Pues aquí está el director de la cinta para despejar dudas: “Estamos acostumbrados a ver cine americano contando historias que teóricamente no les pertenecen. Dan su punto de vista, su interpretación o sus conclusiones sin complejos. Si somos capaces de ver al Cid, el Quijote, o las obras de Blasco Ibáñez, contados desde la perspectiva de Hollywood... ¿Por qué no íbamos nosotros a acercarnos a Shakespeare? Lo importante es ser capaces de tener una voz propia a la hora de hablar de cualquier tema”.
Por otra parte, Monsonís destaca el haber optado por el valenciano como lengua vehicular de toda la película: “espero que se entienda como un acto de reivindicación en toda regla”. Y es que, para el cineasta, una cultura que no se atreve a dar su punto de vista sobre el mundo, desde su sensibilidad y en su lengua, “está condenada a ser subsidiaria de la cultura del imperio, o peor aún, a desaparecer. La cultura cinematográfica valenciana lleva muchos años en peligro de extinción. Ahora nos toca morder”. Una opinión compartida por Navarro, quien considera que el audiovisual valenciano no debe tener “ni límites ni complejos en transgredir y traspasar fronteras de tiempo y lugar. Podemos contar historias de la Marina Alta, La Vall d´Albaida o el Camp de Morvedre y también historias que suceden en el Londres de la época Isabelina. Estamos preparados. Celebro que el director de la película se haya atrevido a sacar adelante esta película y que haya apostado por filmarla en valenciano. Me parece algo épico”.
Por su parte, para Ricardo Saiz, uno de los puntos más meritorios del proyecto es haber transformado rincones de l’Horta en callejones de Londres. Y es que, como recuerda el actor, todas las locaciones filmadas son valencianas “pero la película a nivel técnico está tan bien hecha que nadie lo diría. Parecen parajes ingleses y en realidad se trata de espacios de Godella, Borriana y otros municipios”. Y es que, si de asuntos universales hablamos, quizás no haya tanta diferencia entre el barro de la Albufera y el que se aferraba a las calzas londinenses hace unos siglos. Ya se sabe, las pulsiones humanas y los pies sucios no entienden de épocas ni geografías.