el interior de las cosas / OPINIÓN

Siempre nos quedará Bruno Lomas

31/01/2022 - 

 Debo ser de las pocas personas que no han visto esta fase previa de Eurovisión. Hace muchos años que no me interesa. Este festival era de obligatorio seguimiento televisivo en los 60 y 70 del pasado siglo. Era un formato en directo impactante para la época del blanco y negro. Además, aportaba el triunfo y éxito de las vibrantes Massiel con La la la (1968), y Salomé con Vivo Cantando (1969). Primeros puestos que se celebraron por todo lo alto. Con menos de diez años creías que aquello era la alegría de vivir en este país, e imitabas a Massiel, con esos brazos pegados al cuerpo, con las palmas de las manos alzadas y moviéndose al ritmo de la canción.  

Después, con los flecos en movimiento del traje pantalón de Salomé y aquel Vivo Cantando, repetimos la algarabía aprendimos de memoria …desde que llegaste ya no vivo llorando Eh, vivo cantando Eh, vivo soñando Eh, solo quiero que me digas qué está pasando, que estoy temblando de estar junto a ti…. Horas y horas ensayando frente a espejos, en la calle, bajo los árboles centenarios del río Manzanares, -que ya no existen-, en el patio del colegio… Con el cuarto puesto de Julio Iglesias con Gwendolyne (1970) enloquecimos. Escribimos la letra de la canción y la ensayábamos hasta el desmayo. Cómo buscan las olas la orilla del mar, cómo busca un marino su puerto y su hogar… 

Luego llegó el segundo puesto para Mocedades y Eres tú (1973) …como mi poema eres tú, eres tú, Uh, eres tú, como una guitarra en la noche, todo mi horizonte eres tú, eres tú, Ah ah ah, así eres tú na, na, na… Escenificábamos  aquellos éxitos que aún no comprendíamos, ni entendíamos el entusiasmo nacional, ni el contexto geopolítico en el que se celebraba aquel festival de la canción.

Paralelamente, descubrimos el Festival de la Canción Mediterránea qué se celebró en Barcelona desde 1959 y 1967. Lo descubres tarde, -en Madrid ni se conocía-, cuando alguien te habla de Salomé y Raimon, ganadores de la edición de 1963, cantando en catalán. A partir de ese momento, el régimen franquista prohibió el uso del catalán en este certamen. Pero, entre otros, en la memoria  colectiva queda grabada la figura y el arte de Bruno Lomas, el chico artista tan guapo de Xàtiva, que triunfó en la edición de 1966. En tiempos de tanto éxtasis festivalero, podría restaurarse y reivindicarse la figura de Bruno Lomas, su gran música y aquella identidad aferrada a la tierra y el mar Mediterráneo. Mi amiga T.C. lleva tiempo reivindicando a Bruno Lomas y, seguro, que habrá pensado en él este pasado sábado, como yo lo hice.

Imagen del documental 'A Song Called Hate'. (Filmin)

Hace dos años, el Centre Cultural La Nau de la Universitat de València acogió la conferencia El rock & roll y la vida: una biografía completacelebrada con motivo de la presentación del libro Bruno Lomas. Tú me añorarás…’, del experto en rock Vicente Fabuel. Un homenaje merecido a un artista que revolucionó el rock, un valenciano con coraje, vanguardista y muy estimado. Siempre nos quedará Bruno Lomas. 

Eurovisión surgió en los años 50, en aquel duro periodo de posguerra en el que Europa intentaba reconstruirse. La Unión Europea de Radiodifusión decidió poner en marcha este certamen retransmitido en directo para todas las televisiones de la UER. La música y el espectáculo como herramienta  perfecta para pintar de colores e ilusiones un continente destruido, con miles y miles de muertos, familias rotas, refugiados, con una sociedad desesperada tras la Segunda Guerra Mundial. Un festival musical que ha ido evolucionando hasta hoy.

En la dictadura española este evento sirvió para tapar las miserias que asolaban el país, para blanquear internacionalmente un franquismo que no significó ningún obstáculo para la UER ni para los países europeos que se recuperaban de las consecuencias de la terrible y sanguinaria garra del nazismo. “Eurovisión nos metió en Europa” un eslogan maldito porque, hasta la muerte del dictador en 1975, aquellas historias se usaban para darle al pueblo más dosis de panem et circenses.

 Con el tiempo, este festival europeo, de costes cuantiosos, se ha convertido en una excelente factoría de beneficios económicos. Paralelamente, genera otros eventos que hacen caja, concursos como fuera operación triunfo, fases previas, semifinales, elección de representantes de cada país… un mapa europeo de los prodigios. En este país, este evento, celebrado en Benidorm, se ha vivido como un derbi futbolístico de primera, con derroche de fanatismo y respondiendo al objetivo marcado de atraer masivamente a la población. Se provoca y se retuitea hasta el infinito. Y, al final, el resultado no ha gustado a nadie, como siempre. Porque siempre es lo mismo.

Es lo mismo. Todos los años. Un evento que tan solo es divertido siguiéndolo con sentido del humor, además del compartir colectivo, tal cual se sigue una final de la liga de fútbol. No obstante, estos días, las tendencias en redes sociales y en medios han desconectado de la tensión, del pesimismo. Ha sido, asimismo, una ráfaga de aire fresco. Durante unos días se han minimizado los grandes problemas que nos habitan, esa cruda realidad que nos asfixia.

En este contexto, recomiendo el gran documental A Song Called Hate’ que relata el viaje del grupo islandés Hatari a Israel, para participar en Eurovisión 2019. Ese documental y esa participación de Hatari puso de manifiesto la hipocresía de Eurovisión y los intereses geopolíticos y económicos que dirigen este evento. Los jóvenes islandeses visitaron los Territorios Ocupados de Palestina, conectaron con excelentes músicos, con familias refugiadas, se preocuparon de la vida diaria vivida entre interminables checkpoints y la negación de libertades y derechos. Ese año, Eurovisión pudo ser un evento del siglo XXI, ese espacio tan necesario de una Europa defensora de los derechos humanos. No lo fue. Ni lo será.

Autor: Lao Tzu

Frente a la alegría desinhibida de tantos representantes institucionales, políticos y periodísticos con el tema de Eurovisión, hoy, otra vez, amanece un nuevo día de pandemia y de incertidumbre. Sí, ya sabemos que no se debe ser aguafiestas. Pero el momento es jodido. Mucho.

Escribo en el ambiente de mi casa castellonense, llenándome de diversos y deliciosos aromas del puchero que se perpetúa desde hace muchas semanas, con los olores anímicos del sofrito de paellas varias, distintas, con alcachofas, pollo, galeras… Un domingo caluroso y frío, con ese sol que abrasa imprudentemente. Con ese frío que sigue calando los huesos.

En Madrid se ha celebrado una cumbre del fascismo europeo. Abascal nos ha puesto en el mapa de este atroz populismo, un gesto muy patriótico, claro que sí. Produce mucho miedo. En el actual contexto, entre Rusia, Ucrania, Europa y Estados Unidos, esta macro reunión de la ultraderecha, amigos de Rusia, tiene connotaciones excesivamente preocupantes. Partidarios de Putin, partidarios de la locura fascista, reyes y reinas muy bien financiados, caciques del populismo, del odio, crispación y manipulación de la ciudadanía.

Y mientras en Madrid se cuece esta realidad poderosa e ignominiosa, desde Castilla y León un líder del PP, llamado Pablo Casado, se pone y se quita una máscara, cada día, para imitar a Vox. Como en los precisos versos de Fernando Pessoa:

Cuando quise quitarme la máscara, 
estaba pegada a la cara. 
Cuando me la quité y me vi al espejo, 
ya había envejecido. 

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