En una época en la que triunfaban Mortadelo y Filemón y Zipi y Zape a un nivel masivo, hubo un personaje secundario, Sir Tim O'Theo, obra de Raf, que marcaba la diferencia con el resto de historietas de Bruguera. Todo acontecía en un pueblo de la campiña inglesa, Bellothas Village, donde vivía con su mayordomo un detective, parodia de Sherlock Holmes, que no le pagaba el sueldo a su empleado Patson y, encima, hacía que siempre le aforara las cervezas
VALÈNCIA. Abres un Super Mortadelo hoy y es difícil no sentir una emoción traída por el momento magdalena de Proust. No una emoción por recordar el pasado, es emoción porque aquello era una fiesta. Excitación. Pasaban ante tus ojos historietas breves, fáciles de leer, ligeras, muy divertidas, de un sin fin de personajes a cada cual más desmadrado. Todo era hilaridad y un humor sin pretensiones. Afortunadamente, porque era para niños.
En este contexto, había una cabecera eterna que estaba en segunda fila. Ahí mandaban los personajes de Ibáñez, pero esta en realidad era algo más compleja. Su universo tenía más matices, siempre dentro de la austeridad argumental. Era Sir Tim O'Theo. Una creación de Raf (Joan Rafart i Roldán) en 1970, después de que apareciera como secundario en Campeonio, personaje de 1957 con guión de Andreu Martín, el editor Jordi Bayona vio que podía tener potencial y le animó a dedicarle una serie propia. El resultado fue un gran éxito, en la medida que se llegaron a firmar y publicar centenares de ellas.
Personalmente, lo que me gustaba de Sir Tim O'Theo era que sucedía en un universo pequeño, pero detallado. Los personajes siempre estaban dándole a la cerveza y si un argumento sobrevolaba todas las historietas era el de la tacañería. Sir Tim le debía el sueldo de meses a su mayor domo Patson, que era el que siempre pagaba las cervezas. El pueblo se llamaba Bellotha Village. Los bares, El Ave Turuta o El Pájaro Loco, daba igual, porque como era una traducción de Crazy Bird, en cada ocasión la llamaban de una manera distinta. Graciosamente, en homenaje llegó a haber bares del mismo nombre en Segovia, Salamanca, Albacete, Ciudad Real, Torrelavega, Lugo y Madrid.
Uno de los policías, Blops, que siempre metía la pata, era un lector empedernido de fantasía, ciencia ficción y terror. Esta faceta suya daba lugar a muchas chanzas. Generalmente, un humor basado en equívocos le llevaba a confundir a alguien con un alienígena o un monstruo. Como en la historieta El hombre de Andrómeda, en el que era su propio jefe, el Burgomaestre, el que se había puesto un disfraz del revés y pensaba que era un marciano. De hecho, en la mansión de Sir Tim habitaba un fantasma de nombre McLatha. Mención aparte, El Observatorio Astronómico del profesor E. Katombe, un capítulo en el que caía un aerolito en el Bellotha.
Había un sentido del humor exigente con los críos. Empezando por el hecho de que Sir Tim era un detective que solía investigar casos que no existían o que no tenían mucho sentido. Recuerdo la historieta donde Mac Rhacano denunciaba el robo de un cuadro con su retrato. Sir Tim al ver el marco sin nada dentro pensaba que se trataba de una obra de arte moderno. También hubo alusiones a la Guerra Fría, como la historieta sobre el espía atómico cuyo mensaje cifrado, que Sir Tim y la policía pensaban que era la fórmula para una reacción en cadena letal, contenía solo las medidas para que su mujer le hiciera un jersey.
Podría decirse que su autor, Raf, era un entusiasta, en tanto en cuanto abandonó un trabajo seguro en la empresa de tintes de su tío, cuenta Tebeosfera, para dedicarse profesionalmente a la historieta. Era 1956, Raf no era joven, tenía 28 años, estaba casado y ya tenía una hija. Sin embargo, entró en Bruguera en un momento en el que la editorial necesitaba desesperadamente dibujantes tras la marcha para fundar Tío Vivo de Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya. De esta manera, Raf debutó al mismo tiempo que Ibáñez.
A finales de los 50, se fue por su propia decisión de Bruguera para trabajar en una agencia para el extranjero. De los personajes que creó, fundamentalmente para Inglaterra, destacaba Milkiway, que luego tuvo recorrido en España como Cosmolito y como MarcianETE, en el momento en el que se produjo una ETExplotation en España por la película de Spielberg. Cuando volvió a Bruguera, fue con sus propias condiciones y exigiendo libertad para desarrollar su estilo. Así aparecieron Doña Lío y Don Pelmazo, Doña Tecla Bisturín, Manolón o Flash el fotógrafo, pero su creación cumbre fue el aludido Sir Tim O'Theo.
Según contó el guionista de Sir Tim, Andreu Martín, en su libro Por ahora, todo va bien, cuando colaboró en el desarrollo del pequeño mundo de este pueblo inglés, no era consciente de que estuviera trabajando en algo "memorable". Los que triunfaban eran Vázquez, Escobar e Ibáñez y él creía que Sir Tim gozaba de una popularidad mucho más discreta, pero años después, cuando se dedicaba íntegramente a la novela, era frecuente que le preguntaran con admiración por esos guiones.
Hasta los años 90, Raf también hizo incursiones en el humor político o adulto con trabajos esporádicos en El Jueves. El recuerdo que tengo más presente eran los apoyos que hacía en la revista Telele. Jordi Canyissà, fue su biógrafo, aunque Raf: El 'gentleman' de Bruguera parece descatalogada ya. En una entrevista destacó que Sir Tim marcaba la diferencia porque no estaba circunscrito a nuestro costumbrismo, sino que explotaba clichés británicos. En realidad, esta serie no fue una idea súbita. Siempre estuvo en su obra de una y otra forma. Insistía en la figura del criado y también en las de los detectives. Del mismo modo, era muy anglófilo y para él era un placer dibujar los pubs y la campiña inglesa.
No obstante, otro sello distintivo del autor era que tenía en cuenta a quienes le ayudaban con el dibujo. Era recurrente encontrarse la firma "Raf y su equipo". Lo mismo que sucedió con Andreu Martín, era Raf el que se empeñaba en que figurara como guionista, aunque la idea fue de alguna manera colectiva. Por otro lado, aunque pudiera tener alguna influencia foránea, no fue un autor que copiara a otros, como podría ser el caso de Ibáñez con André Franquin. Dos diferencias que, desde la distancia del tiempo, parecen banales, pero que en realidad son cruciales a la hora de describir su integridad profesional.