CASTELLÓ. “Ha sido brutal. Un mes mirando al horizonte hasta el infinito. Cuesta aclimatarse a la realidad de tu vida diaria. Es como una transformación”. Así describe el alpinista de Borriol Carlos Pitarch su primera travesía a bordo del Trineo de Viento, que durante un mes ha cruzado por primera vez de oeste a este Groenlandia para monitorizar el cambio climático y sensibilizar sobre el peligro del deshielo de los polos. Tras 60 días fuera, la mitad para preparar la travesía y armar el trineo, y la otra mitad navegando por este desierto blanco, Pitarch, licenciado en Derecho, acaba de incorporarse a su puesto de trabajo en la empresa de muebles familiar en Borriol. El cambio de escenario, afirma, no está siendo fácil.
Liderada por el experimentado polarista Ramón Larramendi, que fichó a Pitarch para el equipo del Trineo de Viento, esta travesía movida únicamente por la acción del viento y de cero emisiones ha dejado huella en el alpinista, que atesora ascensos a las grandes cordilleras de todo el mundo (Alpes, Pamir, Andes, Atlas, Himalaya) y varios ‘ochomiles’ (Cho-Oyu, Everest). Afronta ahora la segunda fase de su misión como integrante de la expedición: editar el primer documental sobre el Trineo de Viento, que tendrá también un fin divulgativo a través de un proyecto respaldado por la diputación de Castelló para sensibilizar y lanzar un mensaje: “hay cuidar el medio ambiente para protegernos, y desde lo local, podemos actuar”.
-¿Qué aprendizaje te deja esta aventura?
-Si queremos protegernos, preservar nuestra vida aquí, hay que cuidar el entorno que nos rodea. Esto no es una broma, es algo muy serio, y si no ponemos los medios, vamos mal.
-Precisamente uno de los hitos de la expedición ha sido el hallazgo de un nunatak (isla rocosa rodeada de hielo, en inuit) no catalogado. Una maravilla natural que, sin embargo, tiene mensaje…
-Impacta el descubrimiento, pero esa montaña está ahí porque ha surgido por el deshielo de la zona alta de Groenlandia. Refleja que el cambio climático es real, y tal y como indica Larramendi -que ha bautizado este nanutak como ‘Wind Sled Harbour’, ‘Puerto del Trineo de Viento’, en inglés- es especialmente visible en la costa, con glaciares en claro retroceso. El hielo ocupaba el 90% de Groenlandia y ahora roza el 80%. Los polos son parte fundamental en la vida del planeta, su aire acondicionado. Si desaparecen, las radiaciones solares que evitan los polos se filtran y el planeta se calienta. También los océanos. Y esto lo altera todo.
-Tu misión, además de tripular el trineo junto al resto del equipo, ha sido documentar gráficamente toda la travesía para reforzar esa llamada de alerta.
-El objetivo ha sido grabar el día a día de toda la expedición. No hay una película de principio a fin del Trineo de Viento, y creo que saldrá un documental interesante, que estará listo a finales de noviembre. Es mi proyecto más inmediato. Además tiene una vertiente didáctica y el reto es divulgarlo por diferentes puntos de la provincia y concienciar a la ciudadanía. Se llamará como la expedición: SOS Arctic 2022.
-¿Es complicado grabar en estas condiciones extremas?
-Mucho. Hace falta destreza técnica y física. Hemos vivido varias tormentas, con vientos de 120 kilómetros por hora que te golpean y desestabilizan. Y luego están las temperaturas… La grabación ha de hacerse con guantes, por ejemplo. Imposible quitártelos, y eso añade complejidad. Hay que reaccionar muy rápido. En estas condiciones meteorológicas los problemas técnicos están siempre al hilo de lo imposible, en constante acecho. El riesgo de que los equipos dejen de funcionar es alto y por eso disponíamos de varios soportes, para tener alternativas. Las cámaras son especializadas, pero han tenido que lidiar con esas tormentas en las que la nieve es como la arena en el desierto, se cuela por todas partes. ¡Me tocaba secar las lentes de la cámara en el hornillo! Ha sido complicado, pero el documental será una realidad.
-Además de grabar, has sido uno de los tres tripulantes del trineo… Dificultad añadida, ¿no?
-Digamos que las fuerzas y la energía para poder desempeñar al cien por cien ambas tareas tienes que dividirlas de otra manera… No ha sido fácil, pero es todo aprendizaje.
-¿Es muy diferente a las expediciones que has hecho por alta montaña?
-La montaña es adrenalina y naturaleza extrema, pero en el ártico, la sensación de una atmósfera tan pura y limpia, de ese horizonte tan especial de 360 grados que te deja impresionado, es única. No hay oscuridad total y ese juego de blancos y azules es impresionante. A veces sientes como si te quisieran arrancar de donde estás, porque los vientos son tan fuertes… Muchas mañanas teníamos que sacar las palas porque el trineo estaba sepultado. Un día, en el interior de la tienda estábamos a 22 grados negativos y en el exterior a -30º. He estado en el Himalaya a temperaturas más bajas, pero no durante tanto tiempo seguido.
-Antes del inicio de SOS Arctic 2022 reconocías estar expectante. ¿Ha rebasado lo que imaginabas?
-Ha sido una experiencia abrumadora. Allí te sientes feliz. Estás solo con lo que eres y ya. Y eso que hemos pasado por situaciones complicadas. No está todo controlado, porque estás a merced de una naturaleza hostil e inesperada, pero eso también me gusta, sobre todo en una sociedad donde está todo tan enlatado.
-¿Qué momentos límite habéis vivido?
-Para mí, la sensación más desagradable, aunque parezca contradictorio, ha sido la causada por la ausencia del viento. Te quedas ahí, en medio de la nada, con un trineo que depende de las cometas y del viento que tire de ellas, y que pesa más de 2.000 kilos. Para mí ha sido peor que las tormentas. Sin viento te ves como desamparado. Te falta el elemento principal para moverte.
-¿Cómo se sobrellevan esas esperas de una climatología favorable en un mar de hielo?
-Aprovechábamos para hacer reparaciones en el trineo, construido con madera y cuerdas. Esa simplicidad le da garantía para poder moverse. Y apoyábamos a Lucía Hortal en la recogida de muestras de hielo a diferentes niveles y micropartículas para los proyectos científicos con la Universidad Autónoma de Madrid y para el Centro de Astrobiología, que permitirán analizar el impacto del cambio climático.
-SOS Arctic 2022 ha aunado a Ramón Larramendi como impulsor, a las científicas Lucía Hortal y Begoña Hernández, al montañero y periodista Juan Manuel Sotillos, al también alpinista Marcus Tobía y a ti. Habéis hecho equipo…
-La verdad es que sí. Sólo conocía a Ramón Larramendi, y convivir 24 horas en condiciones muy difíciles y un terreno muy hostil era complicado, pero hemos estado muy unidos. Además, estar al lado de Ramón es un lujo, un aprendizaje constante: tiene la mentalidad de los inuit, los habitantes de Groenlandia.
-¿Cómo es el día a día en el Trineo de Viento?
-Había días que no dormíamos: si había viento había que aprovechar. Hemos navegado mucho de noche, bueno, en las noches sin noche. Nos levantábamos a las cinco de la madrugada, desayunábamos fuerte, revisábamos los partes meteorológicos y a navegar. El trineo lo llevamos entre tres: Ramón, Marcus y yo.
-¿Qué comíais?
-Por el día poco, picoteo. Por la noche pasta, arroz, y comida deshidratada, de garbanzos a lentejas.
-¿Quedaba tiempo para el ocio?
-Poco, pero lo dedicábamos a la lectura. Cada uno tenía sus libros, pero siempre había algo que hacer.
-Si te dieran a elegir ahora entre Trineo de Viento y alta montaña, ¿hacia dónde iría la balanza?
-Creo que me iría con el Trineo de Viento a la Antártida. Será el destino de la 12ª expedición. No sé si tendré esa oportunidad, pero me llama: es una zona muy inexplorada y hostil. Más extrema aún que Groenlandia.