CASTELLÓN. Una maleta con ropa, dos visado, una cubeta, varias pinzas y 45 cámaras construidas a partir de latas metálicas. Ah, y un laboratorio de revelado. Para cada uno de sus viajes, Lola Barcia y Marinela Forcadell no pueden dejar atrás ninguno de estos objetos; resulta imprescindible pues para realizar su obra basada en la fotografía estenopeica, es decir, aquella que no tiene sistemas ópticos, siendo sustituidos por un orificio (llamado estenopo) formado de las maneras más dispares posibles. “Con la caja de las galletas danesas logramos hacer fotografías panorámicas y si incorporamos un papel curvado dentro, el resultado es como el de ojo de pez”, explican las propias artistas.
Así mismo, ambas prefieren decir que cocinan fotos. Sin duda queda mucho más literario y, en efecto, las fotógrafas se desprenden de la técnica para casi hacer magia. “Al carecer de lentes, las imágenes son capturadas a fuego lento. La caja metálica sería el horno, el papel fotosensible que colocamos en el interior, la pizza; y la luz del sol, el calor que cocina la fotolata. Si se pasan de tiempo se queman y si no las exponemos lo suficiente quedarían crudas”, exponen Barcia y Forcadell.
Para producir una imagen nítida, las Fotolateras -afiancadas en Marina d'Or- deben crear una pequeña apertura de no más de 0,5mm -"como si de un diminuto pelo se tratase"- y pintarla por dentro de negro mate, con tal de darle el mismo efecto que el de una habitación oscura. Además, han de añadir un papel sensible que funciona como obturador. Una vez listo, el tiempo de exposición oscilará entre los treinta segundos y un minuto, conforme a las variaciones de la luz. “La dificultad se topa en que no hay ningún disparador, es una caja que no tiene ningún botón ni tampoco un visor. Precisamente por esta razón transportamos nuestro laboratorio a todas partes, para poder revelar el material en los cuartos de baños donde nos quedamos a dormir. En los primeros viajes no lo hacíamos y da mucha intranquilidad el no saber si el trabajo está bien o todo mal, dado que lo ves todo blanco hasta que no le metes en los líquidos”, señalan.
Tras más de diez años especializándose en esta técnica y habiendo trazado más de 50 ciudades enlatadas, su último destino a sumar ha sido Japón, el más lejano por el momento. Atraídas por la cultura y la estética nipona, las Fotolateras han basado su obra en dos paisajes antagónicos como son Kioto y Tokio. “De un lado, gozamos de la tranquilidad, la calma, la serenidad, la belleza de los templos; y en el otro, hallamos la modernidad absoluta, el tráfico, la tecnología, los rascacielos y la noche”, cuentan las propias artistas. El resultado queda reflejado en Japón enlatado (2018), una obra a la que han dado vida en forma de exposición, pero también en un libro publicado por su propia editorial Sin Pereza Books, desde la cual las valencianas trabajan sus creaciones, sin dar cabida a ningún otro trabajo externo.
Tras lanzar hace dos años su primer libro 60 segundos de luz, con su nuevo trabajo no solo han querido recoger algunas de las instantáneas que capturaron en el país asiático, a modo de “cuaderno de viaje”, Barcia y Forcadell narran de forma gráfica sus peripecias, su trabajo de campo, sus laboratorios portátiles y su peculiar equipo, apoyándose así mismo en escenas cotidianas y curiosas, desde el menú oriental del vuelo a Osaka a su primera impresión al verse inmersas en la cultura nipona. Y su carácter ilustrativo han provocado que, inevitablemente, su obra sea uno de los platos fuertes del recién inaugurado Ilustra Castelló, donde las artistas lo presentarán el próximo sábado 10 de noviembre, a las 12:30 horas.
Igualmente, Japón enlatado visitará su país de origen a través de una exposición que ocupará el Instituto Cervantes de Tokio, en febrero de 2019. “Parecía una ciudad inalcanzable y fuimos primero en 2017, regresamos en enero de 2018, y casi un año después volveremos”. Así mismo, su obra también podrá verse un mes antes en Berlín.
Lo que empezó en Bolonia, quien sabe dónde terminará. Las mismas Fotolateras confiesan que capturar un continente entero sería un reto muy apetecible. “Empezamos en Castellón, pero el reto era coger esas cámaras y viajar con ellas, porque cuando viajas la luz cambia, no es la misma la de aquí que la de Marrakech. Así, aunque parezca estrambótico, es una experiencia muy gratificante. Se han convertido incluso en un afán de coleccionismo”, concluyen.