VALÈNCIA. El problema de la naranja va mucho más allá de precios de compra bajo. Las dinámicas que operan en una industria y una potencia económica de la que depende la comida que acaba en nuestra mesa son tan perversas como el sistema que lo mantiene. Por el medio, una generación de agricultores que sí pudo sobrevivir de la naranja, pero que se apaga sin un relevo en la mayoría de casos. ¿Cómo convive este contexto con la ambición y un sueño? A esta pregunta intenta contestar Domingo Domingo, el primer largometraje de Laura García Andreu, que tuvo su estreno mundial hace unos días en la sección Newcomers del Thessaloniki International Documentary Festival.
Domingo Domingo es el nombre y el primer apellido de un hombre que tiene un proyecto: patentar una nueva variante de mandarina que le haga rico. Si bien no es muy conocido, el negocio de las patentes en la industria agrícola es determinante. Si bien hay especies, como la clemenules, que están liberadas; otras plantaciones tienen que pagar un canon a la personas que las ha ‘descubierto’ y patentado. Las multinacionales, que son la principal influencia en el mercado, son las que deciden a qué precio compran cada variedad, así que, la mayoría de veces, pasar por cajas es la única que puede ser rentable. Las nuevas variantes se fabrican en laboratorios con sofisticadas técnicas, pero Domingo Domingo ha encontrado y mimado una mutación natural en sus campos. Con la esperanza de poder vender la patente y vivir de la naranja, llevará con total secretismo el proceso.
García Andreu llegó a esta historia tras haber estrenado [m]otherhood, en la que abordaba el cuestionamiento continuo al que se exponen las mujeres que deciden voluntariamente no tener hijos. “Estaba en búsqueda de un nuevo tema y tenía los ojos abiertos para ver qué pasaba. Estaba en el pueblo de mi pareja [Les Alqueries] y vi claro que Domingo era un personaje extraordinario que tenía una historia detrás. Él ha sido muy generoso y ha confiado en nosotros desde el principio”, comenta la directora.
Y es que su historia es la de un secreto que, sin embargo, se estaba rodando para un documental. “Desde que empezamos hasta que se ha estrenado, han pasado tres años, y eso lo ha hecho más fácil. Aún así, nosotros no hablábamos del secreto durante el proceso”. El tono de comedia aligera lo que hay detrás: un hombre, que quiere vivir de la naranja pero que no puede económicamente, frente a unas multinacionales que han escrito unas reglas de juego que trucan la partida. “La trama es esa variante que cuida Domingo, pero detrás de eso queremos contar qué personas y qué clases sociales hay en el sector que nos da de comer. Y preguntarnos cuál es la realidad de una industria que obliga a pagar el canon de patentes a los pequeños agricultores, aunque sean las variantes de peor calidad, porque es la única manera de vender de manera rentable las naranjas”, resume la directora. Y añade: “Domingo simplemente es una persona que entra en esa dinámica e intenta jugar al mismo juego, pero de verdad”.
Aún así, después de [m]otherhood, la idea de la documentalista desde el principio era encontrar un tono más desenfadado. Y Domingo Domingo era el personaje perfecto para ello. “La historia de las naranjas, de Domingo, del propio pueblo, permitían dar este tono irónico que es tan común entre llauradors, como mi abuelo. Esa actitud irónica de resistencia ante la vida es muy interesante y algo de lo que aprender. Muchas veces se piensa en ellos como gente iletrada, pero ni mucho menos: además de toda la sabiduría sobre la tierra, tienen una actitud ante la vida envidiable”.
El audiovisual calcula daños millonarios y se reivindican como parte de la solución para la reactivación económica de la zona