Llevo varios días dándole al coco, tras el revuelo que ha generado el Parlamento del Reino de España, respecto a que los diputados, por fin, puedan expresar o interactuar entre sí en sus lenguas maternas. Derecho ancestral que les pertenece. Algunos de los allí citados mostraron su disconformidad ,desde la bancada (no sé si se pelarían o harían novillos durante la E.G.B en las clases de la asignatura de Historia de España), por la exaltación patriótica y músculo castellano que exhibieron quedando ausentes y sin pinganillo.
Me mantengo firme en ello, los españoles deberíamos haber rebobinado mucho antes el tiempo empujados por los expertos, los hispanistas. Lo deplorable es que no haya sido por su naturaleza, y sí, por la maquiavélica decisión de perpetuarse en el poder. No veo ningún chantaje ni doblegamiento de los proscritos hacia el government, respirando normalización y obteniendo derechos lingüísticos.
Hay que entender y entenderse en España, la invertebrada, que algunos a vegades lo obvian, debido a que el patriotismo trata de poder comer y dar de comer a tus hijos. Y en el siglo XXI nadie puede utilizar la lengua como pasaporte.
Soy hijo de gallega y valenciano, educado en castellano, ambas patrias chicas con lenguas propias. Sin olvidar en el entuerto que me metieron los de arriba, tras dar mis primeros pinitos en la obligatoria ley de enseñanza de la era Lerma en plena Batalla de València, con el azote de la Reina de Las Provincias.
En casa siempre se habló el español, pese a ser uno de los primeros edificios de la ciudad en enchufarse a los contenidos deportivos de la TV3. A Pepe, mi viejo, le reprochaba parlar en valencià en la intimidad por una cuestión de elitismo, no de clasismo, en el momento que regresaba del aperitivo de la terraza de Aquarium. A Carmela, nada que objetar, la mujer, muy preparada, preparaba unas filloas para chuparse los dedos, mientras esperaba en la cuina el siguiente capítulo de La Alquería Blanca de la maltrecha televisión pública valenciana.
Soy torpe para los idiomas, malísimo, conformándome con el español de cap davantera y destacando que por mi venas no corre sangre del Cid Campeador. Lo sorprendente de este enredo político, totalmente mediatizado e interrumpido por los spots publicitarios de las reinas del fútbol, es la ausencia del poder politico valenciano tras la falta de traductores de nuestra lengua en el paraninfo europeo.
Hagamos honor a los desplazados, a los que en mayo de 1980 en la ciudad de Bruselas, y obligados por el sindicato de la UEFA, se atrevieron a parlar en valencià desde la megafonía del estadio de Heysel, para advertir a los miles de valencianistas que depusieran en la actitud pirotécnica.
Allá que me fui al servicio de megafonia, que estaba en una garita al otro lado de nuestro vestuario, y a la que se accedía por una peligrosa escalera sin barandilla. Durante el trayecto iba pensando cómo les decía yo a miles de paisanos allí presentes que no encendieran más tracas. Esperaba una reacción contraria y no podía imaginar cómo lo aceptarían. Decidí dirigirme en valenciano…
Aquellas fueron las palabras de el exgerente valencianista Salvador Gomar, en una entrevista concedida para el libro de Vuelta por europa de Miguel Domínguez. Lo dicho, esto es un recado para los más creyentes, si dios nos separó en continentes sería por algo.
¡Agur!