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el interior de las cosas / OPINIÓN

Somos territorio rojo

5/07/2021 - 

 El Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) acaba de actualizar su mapa a fecha del 2 de julio, con un panorama desolador que muestra toda la costa mediterránea de rojo, con un alto índice de contagios que pueden afectar la temporada turística. Lo escribía hace unos días la estimada colega Regina Laguna en este medio. Somos territorio rojo. Hemos pasado del semáforo verde al de prohibido el paso, porque de eso se trata. Una clasificación que llega en el comienzo de la temporada estival, en un año que presagiaba cierta recuperación tras quince meses de pandemia y calvario económico y social. Por lo tanto, no pasamos por un buen momento. A veces, incluso, cunde la sensación de regresar a la casilla de salida, aquellos momentos terribles de incertidumbre, encierro y desasosiego. 

Cada día, más cifras de contagios, Cada día, más presencia de la variante delta. Y cada día, afortunadamente, más personas vacunadas. Sabemos que estamos mejor, eso nos dicen quienes saben de ciencia, investigación y salud pública. Pero persisten las dudas y el temor a que esta pandemia sea interminable y se solape con otras pautas virales. La misma Regina Laguna, en su sección Grand Placeen este mismo diario digital, viene escribiendo relatos distópicos que cada vez asemejan más reales. Es inquietante. Y estremece pensar en la propia definición de distopía, la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana. Laguna relataba en su último artículo cómo viviremos en los comienzos del CXVIII Confinamiento de la Era CovidLas nubes de drones-abejorro seguían cubriendo el cielo al anochecer, acompañando el toque de queda que se anunciaban por megafonía con voz mecánica… El Wild West ya estaba en marcha… ¿Nos vemos esta noche por holograma?.

Alienación humana, órdenes gubernamentales constantes e inconstantes, firmes y débiles, ciudadanía responsable e irresponsable, economía en caída libre o en libre despegue. Ser o no ser. Venimos escribiendo y hablando de la esperanza, de la luz que parece verse al final del túnel, de la recuperación, del regreso a la normalidad. ¿Es verdad o es una ilusión?. Quienes recibimos la primera dosis nos han adelantado tres semanas el segundo pinchazo. La vacunación va viento en popa y a toda vela. Pero los contagios, y la propagación del virus y sus variantes, también. Y, claro, nadie quiere un brote en los municipios más turísticos. Hay momentos en los que percibimos vivir una ficción. Más de un año cubriendo el rostro con una mascarilla que, por cierto, la mayoría sigue utilizando al aire libre, aunque los mensajes positivos han calado en un exceso de confianza, propiciando la ansiedad de recobrar la vida paralizada durante la pandemia. ¿Qué vida vamos a recuperar?

Dentro de seis meses volveremos a vacunarnos, a la espera de las propias vacunas, la más avanzada es la que están desarrollando Mariano Esteban y Juan García Arriaza (CSIC) que está a la espera de recibir la aprobación de la Agencia Española del Medicamento y comenzar los ensayos hospitalarios. Esta vacuna sería como la de la viruela, una inyección de por vida. Son ráfagas de esperanza, de ilusiones que tenemos que creer y desear. Mi abuela Pepica, en este contexto, se hubiera santiguado, haciendo la señal de la cruz desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho invocando a la santísima trinidad. Después, suspiraría y diría ¡¡Ai Ramón com està el món!!. Això, mante, la abuelita no ho entén. Apaga y vámonos maríamparo.

Las abuelas, los significados de la infancia y la adolescencia, surgen en los instantes menos pensados. El pasado siempre llama veinte mil veces cuando sentimos inseguridades, tristezas y miedos. Nos reconforta sentir que un día fuimos felices, libres, soñadoras y protegidas. Mi abuela me ha visitado mientras escribía este artículo. Lo ha hecho escuchando una entrevista de Javier del Pino, en el programa A Vivir, a la periodista y escritora Marta Jiménez Serrano que acaba de publicar, en Sexto Piso, su primera novela, Los nombres propios. La autora narra la infancia y la juventud de una amiga imaginaria que es ella misma. Todas somos nosotras mismas. Escarbando en los recuerdos, en las interminables cajas de las mudanzas vitales, descubrimos, en la madurez, los significados de las mujeres de nuestra vida. Y las abuelas, que siempre decían que jamás habían realizado nada importante, son esas mujeres que cobran la fuerza que merecen cómo matriarcas empoderadas y conscientes de la importancia del futuro de su tribu. 


Mi querida amiga escritora Fina Cardona-Bosch hablaba ayer en Valencia Plaza de la eterna juventud. Forever young!De la desesperación de muchas y muchos por ser eternamente jóvenes. La gent què tria, cos o cervell? Perquè la cosa es complica segons lelecció. La mollera és difícil de manipular, parlant en plata. Y, aquí, y ahora, lamentablemente, preocupa mucho más el cuerpo  que el cerebro, devaluándose  las neuronas pertinentes para ser una sociedad crítica, precisa e independiente. Vivimos en un entorno de gente disfrazada y postiza. Por eso sigo recordando a las mujeres de nuestras vidas, que eran todas redondas y sabias, y nos enseñaron a elegir siempre el cerebro y el pensamiento. Eso sí, un cerebro joven, soñador y vital, con sus  kilos de más, sus arrugas y estrías. 

Deberíamos reivindicar a todas las mujeres de todas nuestras vidas. Aquellas heroínas que sufrieron la dictadura y el eterno patriarcado haciendo novenas por los nuevos y buenos tiempos. Aquellas que escondían en los bolsillos de sus batas, esa indumentaria maravillosa y cotidiana, restos de un pasado en el que soñaron con ser otra vida. Esas mujeres son la generación que nos enseñó, -sin saberlo-, que la vida no sería fácil para nosotras. Nos transmitieron la fuerza necesaria para no vivir la vida que  ellas vivieron. Apoyaron nuestros sueños sin cuestionarlos y nos recordaron que éramos mujeres para siempre. Mujeres, sin adjetivos ni otros calificativos.

Desde Sant Joan, y en los principios de julio, estos días, he revivido aquellas tardes calurosas de Gavarda, de olores a jazmín, con el arrullo del agua del río Xúquer, siempre en movimiento, como la cercana acequia real, como el sonido de los golpes de mi abuela sobre la ropa blanca en el lavadero público, lindante a la casa familiar. Para aplacar el calor había una casa de los sueños infantiles. La casa del tete Salvador y la teta Viçantica era sosiego y refugio. Ella, cada tarde, cosiendo y bordando piezas de nido de abeja, a la sombra de los limoneros. Él, arraigado a la tierra, a bordo de aquella motocicleta gris, lenta y ruidosa, recorriendo los pequeños huertos para espantar malas hierbas. Y pasaba el verano en aquella casa que, en las habitaciones interiores, se llenaba de risas infantiles para ocupar vacíos y soledades. Hace ya unos años se fueron mi abuela, luego, Salvador y, después, Viçantica. En las cajas de mis mudanzas, que sigo abriendo y clasificando, he recuperado fotografías en blanco y negro, la parte de una vida vivida a trazos, intensa, y rota, en la que 'pantanada' hizo el resto. Pero ahí están las mujeres de mi vida.

Somos territorio rojo. Muy rojo, en todos los sentidos. Cuando nos arrollan las olas del Mediterráneo, y dos pequeños juegan con ese mar, o nos cautiva el aroma del sofrito de una paella, el olor insultante del capullo de jazmín cuando se abre al anochecer, nos replegamos, necesariamente, en la memoria, en esos rincones confortables que fueron reales, escapando a la distopía de los días. ¡No dejen de soñar!

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