Una relación duradera empieza a ser cosa de raritos. Algo sospechoso. Lo normal es que el amor se consuma en cuatro años. Esa es la media de las nuevas parejas. Siendo así, cabe plantearse si merece la pena arriesgarse.
Los solteros solitarios aún no hemos perdido la esperanza. Sobreviven parejas al desamor, publicitan su cariño en el ágora de los medios, entre tanta relación hecha añicos. Que Madonna se haya vuelto a enamorar por culpa del muy joven Josh Popper, y que Tamara e Íñigo luzcan moreno romántico por todo el orbe, de Suráfrica a Tahití, son razones suficientes para que no tiremos la toalla. Puede que llamen a la puerta, toc-toc, y que no sea el repartidor de Amazon, sino el Amor (así, con mayúscula inicial).
Conviene leer la prensa rosa, cuanto más idílica mejor, para resarcirnos de la grisura de los días. Son ricos, guapos y deliciosamente frívolos nuestros famosos. Unos días están besándose en una cala de Ibiza, y otros reaparecen jugando al polo en Sotogrande. Trabajan (los que trabajan) pero no demasiado. Se les ve muy felices, en especial ella, Victoria Federica, la prima real, que no acaba de decidirse por un caballerete que esté a su altura.
La prensa seria, que habitualmente informa de las componendas de facinerosos en el Congreso, o de la insoportable carestía de la vida, acoge también las noticias del corazón en sus páginas. Pongo un ejemplo. El diario monárquico, en su sección de verano, publicó una entrevista a Rafa Sánchez, el excantante de La Unión. Rafa se mostró muy contento porque tenía nueva pareja. Rafa salió del armario hace unos años. En la entrevista achacaba su adicción pasada a las drogas a una homosexualidad reprimida. Con su fama y dinero, Rafa siempre tendrá a un chico que le caliente la cama. Pasa igual con los heterosexuales. Lo jodido no es ser gay; lo jodido es ser pobre. Dijo algo que me llamó la atención: las relaciones duran hoy cuatro años.
¿Cuatro años? Su comentario me dio que pensar. El cuatro es un número cargado de simbolismo: cuatro son las estaciones, cuatro fueron los evangelistas, los cuatro jinetes del Apocalipsis, las cuatro fases de la luna… Y ahora habrá que añadir los cuatro años que dura una relación. El amor se acorta para hacerse más intenso. La seducción, la fascinación mutua de los comienzos, la pasión, los primeros defectos vistos en el otro, la rutina, el tedio, el desengaño y la definitiva ruptura. El via crucis del amor dura cada vez menos: una legislatura. Y no importa la orientación sexual: es un virus que infecta a todos, tanto a Rosalía y Rauw Alejandro (qué pareja tan extravagante la suya) como al fibrado Ricky Martin y su marido Jwan Josef. Si miras a tu alrededor sólo verás cenizas donde antes hubo fogatas de pasión, de modo que Rafa Sánchez puede estar en lo cierto, aunque sus cálculos pequen, a mi entender, de optimistas.
“LO DURADERO CARECE DE PRESTIGIO. EL AMOR SE RIGE POR LA LEY DE LA OFERTA Y LA DEMANDA. HAY POCA POESÍA EN ESTO”
A uno le gustaría que las cosas durasen —no sólo las relaciones sino también los lavavajillas— pero no es así: la obsolescencia programada alcanza a la biografía sentimental de cada cual. Son tiempos líquidos, como certificó Zygmunt Bauman. Lo duradero carece de prestigio. Lo que llamamos amor se rige por la ley de la oferta y la demanda. Hay poca poesía en esto, cierto. Un matrimonio como los de antes, duradero y a prueba de bombas e infidelidades, tiene el mismo futuro que un limpiabotas o un repartidor de telegramas.
Las opciones para cambiar de pareja son numerosas (¡hay gente de Tinder que tiene hasta cinco citas diarias!), y ahí radica el problema: que las personas no se centran porque tienen mucho donde elegir. Se pasan los años yendo de flor en flor, picando aquí y allá, tanto ellos como ellas, hasta que obtienen el merecido premio de la soledad. Hay excepciones como Raphael y Natalia Figueroa, que despiertan admiración más que nada por su exotismo.
Tal como se han puesto las cosas, y peor que se van a poner, no sé si compensa intentarlo de nuevo por sólo cuatro años de relación. Uno puede ser malinterpretado en una mirada o un gesto, y pagarlo caro. Da cosa, la verdad. Quizá por cuatro años, que se pasan en un abrir y cerrar de ojos, no compense correr riesgos innecesarios. Y, además, tienes que vencer la pereza de exhibirte de nuevo en el mercado.
Blaise Pascal, que murió sin conocer los estragos de la prensa del corazón, escribió que todos los males del hombre le vienen por salir de casa. Si esto fuese así, poner los pies en la calle sería una temeridad. La enseñanza de Pascal, aplicable también al teletrabajo, es sensata pero ¿quién se para a escuchar hoy a un filósofo cristiano y célibe?
El amor está en el aire, a ver si le damos alcance. El deseo de tener pareja crece con la cercanía de San Valentín. Para que el controvertido Cupido acierte con la flecha es preciso dominar el arte de la seducción.