CASTELLÓ. Son pocos los bailarines que logran tener un imperio artístico como el que posee Daniel Abreu (Santa Cruz de Tenerife, 1976). No solo por el hecho de contar con una compañía con nombre homónimo, sino por todas las obras que el creador ha depositado en ella. Fue de hecho el vasto volumen de creaciones y de colaboraciones que manejaba lo que provocó el nacimiento de su compañía, en activo desde hace 15 años. Desde entonces su nombre ha logrado el Premio Nacional de Danza en 2014 - otorgado por el Ministerio de Cultura Educación, Cultura y Deporte- o el reconocimiento de la tierra que lo vio nacer al ser nombrado Hijo Predilecto de Acentejo (Tenerife).
Pero, tampoco sus obras estás exentas de halagos. La Desnudez, que fue representada este viernes en el Paranimf de Castelló, ganó tres premios Max (Mejor espectáculo de danza, Mejor intérprete masculino de danza y Mejor coreografía) en 2018. Un espectáculo que coge el vuelo como un viaje de la muerte al amor. Una propuesta poética sobre el saber quererse y que tan presente está siempre en el imaginario de Abreu.
-¿A qué evoca la desnudez en esta obra?
-Está narrada a muchos niveles, pero cuenta la historia de una pareja que no sabe quererse y de alguna manera ese no saber querer la mantiene unida. Construye y mantiene el mito del amor. Una serie de cuadros van representando en escena que la pareja no se trata bien y a nivel general, la obra va del negro al blanco. Hay momentos por tanto muy oscuros y negros, pero otros muchos más blancos, como la misma esencia del amor y del afecto.
-¿Puede una relación sostenerse sin esas muestras de amor y de respeto?
-Hay muchos ancianos que llevan toda la vida juntos y se dicen el uno al otro “ojalá te mueras”, pero cuando este se muere, el otro acaba yendo detrás, porque no puede soportar la tristeza. Hay formas de amar que están mejor acogidas y representadas en el mundo simbólico, pero las que se basan en no saber quererse también se sostienen durante muchos años. Lo que ocurre es que hablar de lo íntimo sin que lo íntimo tenga que ser siempre bello, está más mal juzgado por los demás.
-¿Es la danza la que mejor puede representar un estado tan puro como la desnudez?
-Como manifestación artística, la danza está ejecutada por el cuerpo de unas personas que terminan hablando de más personas. Esto permite fusionarnos con distintas formas de expresión y a varios niveles. Supongo que hay otras formas con las que también lo puedes contar, pero a mí me ha ayudado mucho hacerlo a través de la danza.
-Siempre al dejar nuestro cuerpo y nuestra alma descubierta, nos enfrentamos al juicio de los demás. ¿Buscabas en esta obra el empoderamiento de uno mismo?
-Quién es quién para juzgar qué es lo que es más apto o menos apto. Para mi es una manera de reivindicar que lo que es, está bien.
-Vuestro cuerpo entra en contacto directo con el suelo y más atrezo que hay en el escenario. ¿Cómo fue el proceso creativo?
-Estuvimos prácticamente dos años de manera intermitente encontrándonos para crear la obra. Luego los ensayos fueron dos meses de trabajo. Pero como es todo un esfuerzo técnico corporal, trabajábamos a diario prácticamente. La mayor dificultad era transmitir de manera limpia y clara una obra que nos exige mucho físicamente. Además tiene una estética muy cuidada con elementos muy sencillos.
-Debe ser complicado que tu movimiento dependa del de Dácil González, y al revés. ¿Hace falta algo más que ensayar para lograr un espectáculo tan limpio?
-En realidad tiene mucho que ver con la carrera de un bailarín. Estamos todo el rato tratando de controlar nuestros impulsos musculares y lo que supone trabajar con otro.
-Hugo Portas y su tuba acaban siendo un personaje más en esta historia. El intérprete se levanta, se sienta, mira fijamente a los protagonistas, cruza el escenario... ¿Por qué otorgarle tanto protagonismo a la música?
-No quería que el músico fuera un intérprete involucrado en la danza, pero Hugo Portas defiende una posición en la dramaturgia que tiene que ver con la historia. La vibración que sujeta la tuba, tiene que ver con estar vivo. Es un instrumento con mucha fuerza y personalidad y él tiene una experiencia escénica muy importante. Ha hecho trabajos que tienen que ver con la interpretación, por eso me gustaba mucho su presencia y era interesante que fuera una figura más dentro del escenario. Pero nosotros solo nos relacionamos con la música, es decir, con lo que hace y no con quien es.
-Después de todo, de esta carga emocional tan fuerte, ¿qué sientes al abandonar el escenario?
-Hoy en día, y después de tantos años como bailarín y coreógrafo, es un trabajo más. Al terminar, recoges, desmontas y te vas a otra plaza. Tratamos de que la obra no nos afecte. Pasa por nosotros la carga física, pero nos afecta a nivel personal.
-¿Es positivo para un bailarín que el trabajo no trascienda a todos los ámbitos de su vida?
-La verdad es que no lo sé, pero imagina cómo sería revivir cada día lo que esta obra genera; sería muy agotador. Nos moveríamos todo el rato en una situación límite. Ahora nos afecta a nivel de involucración muscular y de cansancio. Además, en los ensayos de todas mis piezas intento que los intérpretes no pongan nada emocional suyo. Es importante destilar los movimientos que hay detrás de las emocionales, porque prefiero enseñar qué provoca que, que mostrar cómo lo vive el actor. Siempre va a ser más interesante hacer reír o llorar al público, que el hecho de que el intérprete ría o llore. Nuestro cometido es que el que se emocione sea el espectador. Hay un hilo fino que al final hay que controlar.
-¿Cuándo dejó de afectarte a ti lo que haces sobre el escenario?
-Desde siempre tuve claro que había que separar una cosa de otra. Se que la creación tiene mucho de uno, en el sentido de cómo ve el mundo y cómo lo transcribe, pero nunca meto dentro del proceso algo vivencial. Trato solamente de leer y descifrar. No existe en mi vida una situación paralela a la obra. No tiene nada que ver. Al menos no de una manera directa.
-¿Tocaste el cielo al recibir el Premio Nacional de Danza por tus creaciones?
-Fue un subidón. Era como colocar la obra y trayectoria histórica de la compañía en un sitio público. Sobre todo porque el premio nacional transciende al campo de la danza. Es un premio que se publicita y se recoge en otros medios involucrados con el arte en general.
-¿Tiene que ver el éxito de tus piezas en que estudiaras Psicología?
-Alimenta mucho esos años de carrera. Me enseñaron a comprender la conducta de las personas y a poder transcribirla posteriormente en la danza.
-Muchas de tus obras hablan de la fragilidad masculina que suele haber en la danza. ¿Puede el hombre escapar de esta situación en la que se le enmarca?
-En general, ningún ser humano puede escapar ni de su fuerza ni de su fragilidad. Otra cosa es el uso que se haga de ello. En la danza, al trabajar con todo el cuerpo, el ritmo se mueve por todos sus polos y un buen bailarín tiene que ser tan frágil como fuerte. Por suerte vivimos en una época en las personas pueden ser quien sean. Y mostrarse frágil no es una categoría que podamos despreciar o insultar. Gracias a habernos abiertos todos a nuevas formas de comunicación podemos ser lo que queremos y parece que el juicio queda relegado. De eso habla La desnudez también.
-Sin embargo, todavía queda camino para alcanzar la libertad absoluta, sin los juicios y los obstáculos del sistema. ¿Cómo extrapolas La desnudez a la lucha feminista del presente?
-No tengo interés en defender ninguna causa, solo la de vivir. No me posiciono a nivel político en nada.
-La obra fue estrenada en 2017, ¿tu espíritu inquieto ya trabaja en una nueva historia?
-Sí he hecho un par de obras más y cuando estoy en nuevas creaciones siempre pienso que si volviera a hacer La desnudez la haría de otra manera. Noto que hay otra mirada en mí, algo interno que está cambiando, aunque luego el espectador reconocerá un lenguaje y una manera identificada en lo que siempre hago.