CASTELLÓ. Nunca es suficiente. Se podrán hacer muchas películas, libros, documentales, que nunca serán suficientes las voces y los testimonios que hacen falta para hacerle justicia a uno de los episodios más dolorosos de la historia del siglo XX: los campos de concentración nazis. Recordaba el artista y fotógrafo Wences Rambla, en la inauguración de la exposición Konzentrationslager, el día en el que en uno de sus tantos viajos a Alemania se dispuso a comprar un libro sobre el genocidio judío, cuando se le acercó un hombre que había sido parte de esa tortura. Este le señaló el libro, le explicó que había estado en los campos y tras esto le firmó un ejemplar. Lo hizo escribiendo el número de serie que le identificó durante tantos años y que todavía entonces llevaba tatuado en el brazo.
Conocer a personas que fueron víctimas de esa barbarie generaron en el castellonense una sed insaciable de documentar a través de la fotografía los escenarios del crimen que todavía hoy se conservan a modo de denuncia. Pero el interés le llegó a Rambla mucho antes. Fue en 1971 cuando Wences Ramba visitó por primera vez un campo de concentración. Entonces fue el Dachau, muy próximo a Múnich y no sería hasta 2008 y 2009 que volvería para conocer el campo de concentración de Sachsenhausen, en el norte de Berlín, y Mauthausen, en Austria. Sin embargo, no fue hasta 2010, cuarenta años después que decidió volver a Dachau para, cámara en mano, testimoniar cada rincón por donde deambularon miles de personas aniquiladas.
"Son imágenes para reflexionar. En ellas no hay personas, solo un silencio que te lleva a imaginar los gritos y los llantos de las personas que entraron por esas puertas y salieron por la chimenea", explica con toda la crudeza el fotógrafo, quien acaba de inaugurar una pequeña muestra de su archivo fotográfico en la Galería Octubre de la Universitat Jaume I. Lo que enseña en sus piezas son hornos crematorios, cuadros eléctricos, celdas de castigos, señalética, túneles de trabajo, cámaras de gas, fosos de fusilamiento, en definitiva, emplazamientos que astestiguan el dolor y, como el mismo dice, "la contradicción" de un pueblo que tenía la clase burguesa más culta y mejor formada de Europa y que, no obstante, no detuvo la perpetración de esta barbarie.
"Hay muchos factores que explican la ideología criminal. Una, la más evidente, es el odio al diferente. Pero otro motivo fundamental es la neutralidad entre la sociedad. Lo más peligroso es que la gente no esté ni a favor ni en contra. Mucha población alemana no quería meterse en líos y optaron por esta postura", señala Rambla. Ha sido, en consecuencia, el resurgimiento de la extrema derecha y de grupos neonazis lo que le ha llevado a mostrar por primera vez todas estas fotografías. "Creemos que la historia tiene tendencia a repetirse si se desconoce. Creemos que ahora más que nunca es necesario mostrar como la barbarie se convirtió en la protagonista de Europa en los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Más ahora que ha habido de nuevo una radicalización de posturas", manifiesta Juncal Caballero, comisaría de la exposición.
Esa reflexión sobre el pasado y el presente le ha llevado a conformar un interesante trabajo en el que no solo podemos observar escenas tan evidentes e impactantes como las de un crematorio, sino también escenarios como el del castillo de Hartheim en Austria, cerca del campo de Mauthausen. Un edificio que parece a primer vistazo de película, pero que en realidad fue testigo del exterminio de miles de personas con enfermedades físicas y psíquicas. Un lugar que no iba dirigido en un primer momento a personas únicamente judías y que para su construcción se estima que murieron alrededor de unos 20.000 prisioneros.
"La naturaleza ha ocupado su puesto, avanzando y recuperando su espacio al mismo tiempo que ofrece una atmósfera en calma, más amable que lo que en su día supuso la construcción de edificios con propósitos destructiva. El avance de la vegetación sobre casi ruinas, sin embargo, no evita el recordar su intencionalidad originaria", agregan los investigadores Ana Galán-Pérez y Eduardo Viera. Esta visión explica el sentido del trabajo de Rambla, quien centra su objetivo en lugares dramáticos que ahora están cubiertos de vegetación pero también del recuerdo.