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TÚ DALE A UN MONO UN TECLADO / OPINIÓN

O todo o nada

24/06/2021 - 

Esta historia, muy común por otro lado, ocurrió hace bastante tiempo. Es la historia de una pareja que tras más de diez años de convivencia, se separa. La razón: una tercera persona. Lo siento, hay alguien más, me he enamorado y no puedo seguir con esto, me voy a casa de mis padres unos días, ya vendré a por mis cosas… Inmediatamente después de la ruptura, los amigos empiezan a posicionarse. La mitad lo tiene clarísimo: la persona culpable es la infiel y directamente queda fuera de las cenas, los festivales o los eventos culturales. La otra mitad, entre la que me incluí yo, decidió que era difícil posicionarse. Estoy convencido de que las cosas no son nunca tan sencillas como parecen. No siempre quien dice adiós es quien se fue antes. Una infidelidad puede ser una maniobra desesperada para escapar de una relación muerta o tóxica, no solo una traición. Yo qué sé. Ambas personas eran igual de queridas por mí, la relación ya llevaba tiempo con problemas y, ¿quién soy yo para juzgar desde fuera?

Uno de los amigos de la pareja, al que llamaré T., tenía las cosas tan claras que daba al mismo tiempo envidia y miedo. Cuando le dije que pensaba mantener el contacto con ambos, me dijo que era un pusilánime, que debía elegir bando, que en la vida tenemos que posicionarnos, luchar por lo que creemos. T. es una persona activa social y políticamente. Por tanto, muy coherente con sus palabras y su ideología. Tan coherente que, tras un discurso moralista, rompió toda relación con la persona infiel. Con alguien a quien días antes quería y apreciaba. Pero la traición era para T. algo imperdonable.

Pienso a menudo en aquella conversación. En ese momento me hizo sentir mal: ¿Y si mi relativismo era en realidad una debilidad? ¿No es mejor elegir equipo y defender las ideas a porrazos si hace falta? ¿Era un pusilánime? Le sigo dándole vueltas, no lo negaré. Me gustaría ser de sangre más caliente y posicionarme siempre con autoridad. Pero, mal que me pese, soy más bien de temperamento racional.  Tal vez Star Wars, El Señor de los Anillos o cualquier blockbuster son universos donde es muy fácil saber quiénes son los tuyos. En la vida real todo es más difícil. Es muy complicado trazar la línea entre buenos y malos. O al menos para mí, porque T. siempre lo tiene clarísimo...

Cuento todo esto porque (y aquí hay un buen volantazo argumentativo) estoy siguiendo el debate que ha generado en los medios la novela Feria de Ana Iris Simón. Algunos sectores de la izquierda la han acusado de “nostálgica” de los valores más rancios de España por su defensa de la familia, las tradiciones, lo rural y la seguridad (ontológica, emocional y laboral) que vivieron sus padres. Han visto una apología conservadora, casi falangista, de la vida; cuando lo que realmente es, o esto al menos he entendido yo, es un grito de malestar de una generación joven y perdida, sin rumbo ni estabilidad, sin futuro claro ni vínculos sólidos con los demás. ¿No es normal que desde la precariedad y las relaciones personales cada vez más superficiales se observe la vida tranquila, comunitaria y segura que llevaban sus padres con cierta envidia? ¿Es reivindicar la familia de derechas? ¿En serio? ¿Todo está así de claro? Estoy tentado de llamar a T. para que me lo explique con esa seguridad que lo caracteriza. ¿Debe la izquierda amar el individualismo por encima de todas las cosas? El individualismo ha sido útil porque nos ha dado libertad para elegir quién queremos ser. Para que una mujer decida no tener hijos, por ejemplo, y desarrollarse profesionalmente más allá del rol que tenía asignado tradicionalmente. ¿Pero qué ocurre cuando una mujer desea ser madre y cuidar de sus hijos por encima de todo? ¿Está fallando al resto de mujeres al ejercer su libertad si esta coincide con el rol tradicional? También la ruptura de vínculos alienantes como la familia nos ha dado libertad. Ya no son los padres los que eligen por los hijos, incluso a veces los estudios o la pareja. Nos hemos desligado de muchas obligaciones que nos limitaban y eso está muy bien. Pero, ¿por qué no podemos mirar atrás y, desde esa libertad que hemos conseguido, recuperar ciertos valores humanos? Como decía Hegel, primero hay una tesis (en este caso, el mundo tradicional heteropatriarcal), luego una antítesis (el individualismo emancipador) y al final, con matices y moderación, se llega a la síntesis, que debería ser una vuelta a lo humano, a los vínculos, sin caer de nuevo en lo castrador, obviamente. 

En esta sociedad deshumanizada de Amazon, Tinder, Empresas de Trabajo Temporal, divorcios exprés, grupos de whatsapp en lugar de partidas de dominó en el bar, Glovo, follamigos, mudanzas varias, desconocidos en redes sociales, trabajos en Alemania, festivales asépticos en lugar de verbenas de pueblo, juegos online en lugar de parques... ¿no es normal añorar un pasado en el que nos sentíamos parte de una comunidad? ¿Desde cuando lo comunitario es de derechas? ¿Qué le ha pasado a parte de la izquierda para no darse cuenta de este sinsentido? Yo creo que es necesario reivindicar la vuelta a ciertos valores humanos desde el progresismo para acabar con un individualismo extremo que nos hace cada vez más infelices. 

Repito: desde el progresismo.

También creo que eso no es ser de derechas: no es añorar el franquismo ni los roles tradicionales. Solo significa desear que el individualismo no llegue a extremos absurdos donde la libertad personal se confunde con la falta de vínculos humanos. Donde estamos tan obsesionados con nuestros derechos que destruimos el tejido social por no querer asumir ni siquiera pequeños deberes con los demás...

Pero bueno, parece que hoy día el mundo es tal y como T. soñaba: o todo o nada. Blanco o negro. O conmigo o contra mí. Caiga quien caiga.

(por cierto, T. acabó, años después de lo sucedido, dejando a su pareja porque se había enamorado de otra a la que llevaba unos meses viendo a escondidas…)

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