Quedan pocas horas ya para que muera este año. Tendemos a prometer y proponernos grandes cambios, como si algo realmente pueda cambiar del último segundo de 2018 al primero de 2019. Como si una extraña magia dejase correr las aguas y eliminar los lodos, descubrir los cielos de las nubes que nos atormentan, hacer florecer los campos, de pronto, sin ningún sentido. Muere un año, y con él todas nuestras derrotas. Y sin embargo, nada cambia realmente. Tomamos las uvas, gritamos, brindamos, besamos y felicitamos a quien tenemos alrededor. Y nada ha cambiado. Podemos disimular, seguir la fiesta, y a la mañana siguiente nada ha cambiado. Ni cambiará, ya se lo advierto. Nada cambiará por ser año nuevo. Esa acción colosal que supone la rotación terrestre y que da como resultado cambiar de día, arrastrar la noche hasta cubrir el cielo y luego más, hasta el amanecer. Ese equilibrio interestelar que nos permite a nosotras, pobres hormigas, deambular de aquí para allá buscando respuestas, como si no estuviesen todas dentro de nosotros. Pues ese ciclópeo, titánico movimiento de masas no va a cambiar un ápice nuestras vidas por el solo hecho de suceder. Y sin embargo, lo haremos, volveremos a depositar todas las esperanzas en un cambio de año que tan sólo es un cambio de día, en verdad. O de segundo, si me apuran, nada más… Todos los días son iguales si nos comportamos del mismo modo. Y si insistimos en hacerlo, y encomendarnos, en cambio, a fuerzas que ni podemos entender ni detener ni mucho menos justificar, entonces bien, brindemos por un nuevo año, deseemos cambios y sigamos haciendo lo mismo. Buena suerte.
Hace veinticinco años leí una leyenda pintada con carbonilla en la pared de un dormitorio en una vieja casa abandonada entre los huertos de naranjas. En ella una persona inmortalizaba un momento de inflexión en su vida. Se lamentaba de haber dado pasos que lo habían llevado a la soledad y la penuria. De encontrarse solo en Nochevieja, y prometía en aquel documento escrito en la pared poner remedio, no volver a actuar del modo que lo había llevado hasta aquella oscuridad una noche como aquélla. Una noche de fin de año. A menudo me pregunto qué fue de él.
Hay muchas variables en la vida que se nos escapan. Pero una gran mayoría dependen de nuestros actos. Y no podemos esperar la corriente marina. Es más lógico reaccionar, y ser coherentes entre lo que hacemos y lo que deseamos. Y para eso no tiene que ser Nochevieja, ni Año Nuevo. Para eso cualquier instante es único.
El otro día, cita esperada por mí en Navidad, entre otras cosas inconfesables que hace uno, emitieron Family Man. Sí, lo sé, muy de acuerdo en todo lo malo que puedan decir sobre el film. Pero me gusta verlo, porque plantea uno de los dilemas que más me empujan a observar el mundo, a reflexionar sobre él, y también a escribir. Nicolas Cage, Jack en la cinta, tiene una visión temporal de cómo hubiese sido su vida de no haber elegido ser un magnate de los negocios en lugar de seguir con su novia de provincias y construir un dulce hogar. Lo digo así, con cierta sorna, pero siempre me caen algunas lágrimas viendo la estampa. Entonces de vuelta a su mundo, decide buscar a esa chica, Téa Leoni como Kate, que trece años antes era su novia, y explicarle la visión que ha tenido en la que juntos eran felices, y tenían dos hijos maravillosos. El problema radica en eso precisamente. Cada vez que veo la película me detengo a reflexionar sobre cómo nunca tendrán esos dos mismos hijos, la adorable Annie y el bueno de Josh. Nunca podrán recuperar lo que no ha pasado. Tendrán otros, sí, pero no esos dos.
Cada segundo, cada minúsculo, ridículo e insignificante segundo de nuestra vida estamos tomando un camino y no otro. Y cada uno de los 1.388 millones de segundos de mi vida han sido tan relevantes como el que va a separar 2018 de 2019. A partir de cada uno de ellos la vida se bifurca. Si me apuran a partir de cada milésima de cada uno de ellos la vida se bifurca.
No subestimen ningún segundo. Tampoco todos esos segundos de derrotas, fracasos, y pérdidas, porque cada uno de ellos les ha llevado justo a donde están
El cine nos ayuda a comprender las cosas, a veces. El cine es magia. La música también. Uno de los primeros recuerdos que tengo, unos fugaces segundos, fue con cuatro años y medio en un cine, el Condal de Vila-real, ya desaparecido. Estrenaban Superman. Debía de ser a principios de 1979. La segunda fue E. T., con cinco, en el también desaparecido cine Rex de Castelló. Luego vino la fiebre de Star Wars y más tarde Encuentros en la tercera fase. La pasada noche en el Auditori i Palau de Congressos de Castelló pudimos disfrutar de la música que John Williams elaboró para cada una de esas producciones. Casi entrábamos cuando comenzaba a sonar la banda sonora de Superman. Durante dos horas no existió nada más. Nada más fue real. La Orquestra Simfònica de Castelló recorrió la melodía de esos metrajes. Músicas que nos pueden hacer convertir los segundos en tiempo; no, no he dicho una obviedad, a veces se nos olvida que los segundos están hechos de nosotros, y nosotros de ellos. Y todo es tiempo, solo tiempo. No subestimen ningún segundo. Tampoco todos esos segundos de derrotas, fracasos, y pérdidas, porque cada uno de ellos les ha llevado justo a donde están. Y siguiendo otro camino, por fructífero que éste pareciese, se hubiesen perdido otras cosas, quizá seres queridos y vivencias que ahora parecen incuestionables, pero que llegaron a nosotros fruto de una bifurcación, de un segundo. Piensen en Jack Campbell, que nunca podrá recuperar a Annie y Josh. Que nunca los ha llegado a tener, ciertamente. No creo que nadie esté preparado para algo así, conocer lo que no ha tenido.
Así que quizá lo más sensato sea pedirle al Año Nuevo algo tan simple como apreciar lo que somos, lo que nos rodea, lo que nos ha costado tantos segundos de construir, tantas bifurcaciones y pequeñas decisiones, errores, aciertos, hasta llegar aquí. No sean duros con ustedes mismos, saben que lo han hecho lo mejor posible, y valoren cada segundo, el primero del año, y también el siguiente, y el siguiente… y no desperdicien ni uno solo sin lo que más quieren, sea lo que sea. Feliz Año Nuevo.