En 1994, Burriana inauguraba su Museo de la Naranja, un centro nacido gracia al esfuerzo del estudioso Vicente Abad. Cuando batía récord de visitantes, echó el cierre por falta de presupuesto y la desidia de las instituciones. Hoy, el ayuntamiento está solo en su intento por recuperar este espacio único en Europa
VALÈNCIA.-¿Imaginan un espacio único en Europa cerrado y abandonado por falta de presupuesto, en una comunidad autónoma en la que gran parte de su clase política lidia con la Justicia por haber enriquecido su patrimonio personal a costa del arca pública? Pues existe. Se llama Museo de la Naranja y se encuentra en la localidad de Burriana, en la provincia de Castellón, la misma que vio construir un aeropuerto, inoperativo durante años, por capricho y querencia de un abuelo consentidor hacia su nieto. Sin embargo, hay quien ubica tal dejadez ante una verdadera obra magna —sin igual en todo un continente—, en la simple falta de compromiso. Lo mejor, entonces, y siguiendo la estela del actual periodismo crítico de este siglo XXI, será ir por partes. Viajemos a las décadas de los 60 y 70, a un país aislado que vive bajo una férrea dictadura militar tras haberse desangrado en una guerra civil.
En esa época un joven perito agrícola llamado Vicente Abad García —nacido precisamente en Burriana— pasa sus días trabajando en el servicio de inspección del control de calidad en Comercio Exterior —en la franja de 'Levante' se dedica casi exclusivamente a la comercialización de cítricos— e intuye que tal vez la historia no es como se la habían contado. Casado, y ya padre de tres hijos, decide matricularse en la facultad de Geografía e Historia de la Universitat de València (entonces Universidad Literaria de Valencia) con el objetivo de cultivar un espíritu renacentista a tiempo parcial.
Acabada la carrera, resuelve dedicar su tesis doctoral a lo que ya es una pasión y, en 1984, publica Historia de la Naranja 1781-1939, un profuso ensayo sobre la materia, casi definitivo, repartido en dos volúmenes de cerca de 500 páginas cada uno. Editado por el Comité de Gestión de la Exportación de Frutos Cítricos, es la culminación de años de viajes de trabajo en los que ha aprovechado para aunar archivos, documentación, y cualquier cosa que tenga que ver con este cítrico, como fotografías de época y etiquetas de envasado y publicidad en una época en la que la cartelería y el diseño gráfico aún eran considerados un arte menor. Toda una colección personal que seguirá aumentando con el paso de los años, centrada siempre en lo mismo: la naranja. Una recopilación, además, que está repleta de claves y curiosidades para entender, al fin y al cabo, la historia. Valga el ejemplo que atribuye Abad al hecho de la poca industrialización desarrollada en esta comunidad.
Llegada la crisis de la agricultura tradicional (basada en la vid, la seda y el cáñamo), se produjo una transición al cultivo del naranjo y que, entre finales del siglo XIX y hasta la segunda mitad del siglo XX, constituiría la base de la economía valenciana y «el primer capítulo del comercio exterior de España, llegando a convertirse en el primer país del mundo exportador de cítricos en fresco», apunta Abad.
a industria naranjera creó un escollo que impidió cierto desarrollo industrial a otro tipo de empresas que se vieron incapaces de conseguir mano de obra
o para la economía ya que la proporción de hombres trabajadores en su procesado, frente a mujeres, podía ser del 1%. O lo que es lo mismo, un encargado varón por cada cien mujeres obreras encargadas de la limpieza y embalaje de la fruta para su distribución. La lectura amable del dato podría ser el fácil acceso de la mujer al mundo laboral en una época en la que esta pintaba menos que nada. Abad, menos dulce a la hora de contrastar datos, comenta que se debía a los bajos salarios. La industria naranjera creó un escollo que impidió cierto desarrollo industrial a otro tipo de empresas que se vieron incapaces de conseguir mano de obra. De tal modo, y de haber habido otro tipo de fábricas, toda esta legión de mujeres trabajadoras podría haber tenido una alternativa laboral al sector del cítrico (quizá con mejores salarios). Así el negocio, monopolizado por grandes terratenientes, seguiría siendo más que rentable. Tal como sucedió.
Inaugurado el Canal de Suez en 1869, la imponente marina mercante británica sigue necesitando carbón para navegar hacia Asia —de donde es originaria la naranja—, lo que propicia que a lo largo y ancho del Mediterráneo se establezcan buques de reabastecimiento que, de vuelta a puerto y por no hacer el trayecto sin mercancía, se dediquen a traer naranjas aprovechando el regreso. Dado el clima valenciano, tal fruto acaba quedándose aquí para su cultivo. Cuenta la leyenda que un cura y un boticario de Carcaixent fueron los primeros en plantar naranjos en un pequeño huerto. Pero la realidad es que por alguna razón fueron varias comarcas las que se especializaron en la producción de la naranja dulce, mientras que Andalucía —a día de hoy produce más naranjas que la Comunitat Valenciana— lo hizo en un tipo de naranja amarga que luego vendía en su totalidad al Imperio Británico para que fabricase su mermelada.
Así, cuenta Abad, a principios del siglo XX no era raro que en los mercados de Bélgica y Holanda las mujeres fuesen a comprar «un kilo de valencianas». Según sus datos, solo Burriana, con un censo en los años 20 que no llegaría a los 15.000 habitantes, contaba con más de 250 exportadores con almacén abierto. «Una barbaridad» que generó auténticos millonarios.
Con estos mimbres y rebasando la última década del siglo XX, en 1994, Vicente Abad logra crear la Fundación Museu Arxiu de la Taronja, con apoyo de las consellerías de Industria y Comercio, el Ayuntamiento de Burriana y el patrocinio de la Fundación Cañada Blanch, pero especialmente, recuerda, «con el impulso definitivo de la entonces consellera de Cultura, Pilar Pedraza». Sus estatutos encomendarán la tarea de conservar y difundir la historia de la citricultura valenciana, «y por extensión la española, así como rendir homenaje a las generaciones de valencianas y valencianos que con su trabajo y sacrificio crearon y expandieron este sector económico hasta convertir a España en el primer exportador mundial de cítricos en fresco», como plasma en una amarga misiva — titulada La muerte de un museo— firmada por Abad a finales de noviembre de 2012, poco después de su inexplicable cierre. Pero volvamos a los años noventa.
Pocos meses después de la creación de la Fundación, en febrero de 1995, el entonces presidente de la Comunitat Valenciana, Joan Lerma, inaugura el Museo de la Naranja, ubicado en una magnífica casa modernista de Burriana. Se trata de la exposición permanente de un archivo-biblioteca especializada cuyo total de 26.146 fichas lo convierte en un espacio único en toda Europa. A saber: 938 de esas fichas corresponden a libros; 518 a memorias; 3.463 a publicaciones periódicas y otras 3.316 a documentos. Solo las etiquetas naranjeras, fruto de un delicioso diseño gráfico en ciernes, suman un total de 6.583 unidades, más 7.884 en papel de seda para envoltorio. También hay fotografías antiguas (2.021 copias), así como una nada despreciable colección de maquinaria, maquetas y herramientas utilizadas en la agricultura y el comercio naranjero.
burriana, que en los años 20 tenía 15.000 vecinos, contaba con más de 250 exportadores. «una barbaridad —dice abad— que generó auténticos millonarios»
Más allá de los datos que reflejan la cantidad, también están los objetos. El museo tenía una de las primeras máquinas para exprimir naranja y convertirla en Trinaranjus, una bebida inventada por el valenciano Agustín Trigo Mezquita. También estaba la primera botella de este refresco, cuyo peculiar (y exitoso) diseño se parece más a un objeto digno de sexshop que a un envase. Y se guardaban algunas de las estufas que se utilizaban para calentar los naranjos y evitar que se helaran, y una especie de tienda de campaña con la que se cubrían los árboles y luego se les añadía el insecticida (más de un trabajor murió intoxicado al levantarlas).
La colección estaba distribuida en tres plantas que abrían sus puertas de martes a domingo y complementaban su actividad con una serie de iniciativas, amén de presentaciones de libros y conferencias (hasta alcanzar un total de 26, reseña dicha carta abierta). Entre estas, destacan las nueve ediciones del Certamen Internacional de Fotografía de la Naranja —calificado en su día por la prensa especializada como uno de los mejores celebrado en España—, o la exposición La fruita daurada, que viajó a veintidós poblaciones de la Comunitat Valenciana y pudo visitarse en Nueva York, Toronto y Londres.
El museo, único en Europa, era un proyecto de éxito que incrementó el turismo en Burriana y que, cuando a finales de 2011 bate su récord con más de 10.000 visitantes sin que hubiera finalizado el año, se encuentra con recortes y retrasos en las transferencias. «Solo el Ayuntamiento seguía aportando con regularidad», explica Abad, hasta provocar la total falta de liquidez para hacer frente a sus gastos. En dicha carta, Abad continúa: «Esto motivó que con fecha 25 de octubre [de 2011] dirigiera un escrito a la consellera de Cultura [entonces en manos del PP, regida por Mª José Catalá], presidenta del Patronato del Museo, para que se decidiera cuál iba a ser el futuro de este […]. No recibí respuesta, por lo que el 15 de mayo de 2012 envié un nuevo escrito que, al igual que las numerosas gestiones realizadas personalmente por el secretario del museo y yo mismo, tanto en la consellería de Cultura como en la Dirección General de Patrimonio, siguen sin encontrar respuesta. En el momento actual, y después de la demanda presentada por el personal del museo, que ha estado un año sin cobrar sus sueldos […], la situación es la siguiente: el museo permanece cerrado, sin personal, agua, luz y teléfono […]. Así las cosas, ha llegado el momento de que el Patronato se reúna y decida si existe la voluntad política de salvar al Museo u optar por su muerte definitiva».
La agonía de la institución fue indigna de un proyecto tan admirable. Los trabajadores dejaron de cobrar en octubre de 2011 y, tras mucho esperar y mucho negociar, no les quedó más remedio que acudir a la vía judicial. Llegó el día de verse las caras y ningún miembro de la Fundación acudió al acto de conciliación, lo que, a la larga, se tradujo en más costes. El entonces secretario de la Fundación sí notificó a la conselleria de Cultura las actas y las fechas de los juicios, pero nadie le hizo caso.
Entre el final de la carta de Abad pidiendo ayuda, fechada el 26 de noviembre de 2012, y el momento de cierre de este reportaje, solo ha ofrecido una respuesta válida el canto de un grillo. ¿Solo? En realidad, no. A saber.
Fue el propio Vicente Abad, quien recibió en su casa a Plaza, el que le puso en contacto con el aún secretario del Museo, un amabilísimo Joanma Calpe, y este a su vez con el actual concejal de Cultura del Ayuntamiento de Burriana —por Compromís—, Vicent Granel. El objetivo era arrojar un poco de luz sobre el futuro del museo. Visitado el Museo, abierto expresamente por el secretario y el concejal para este reportaje, se explica que la deuda actual asciende a unos 160.000 euros, y que solo se pueden recibir subvenciones si se está al día con las deudas a Hacienda y Seguridad Social, lo que provoca una paradoja técnica que impide ponerse al corriente de pagos desde las propias instituciones. La solución, pues, para una futura e «inminente» reapertura en palabras de Granel pasaría por salirse del patronato, dejar de ser fundación, y que sea el propio Ayuntamiento el encargado de gestionar un museo ya municipal, de cuyos gastos de limpieza y mantenimiento se viene encargando de un tiempo a esta parte.
Ese es el plan de recuperación que han presentado a la consellería de Cultura, que contactada por Plaza para averiguar en qué momento se encuentra dicho plan, responde con un lacónico [transcribimos literalmente]: «Los técnicos de la subdirección de Cultura están trabajando en este sentido desde el punto de vista técnico. No hay fechas». Ni, por lo visto, interés. Con este panorama se hacía ocioso trasladar también la pregunta a la Conselleria de Agricultura, que también fue miembro fundador del museo.
La clave para entender el inexplicable cierre de un espacio único, centro de peregrinación no solo para los amantes de la fruta sino también del diseño gráfico, podría estar en las palabras de la mujer de Abad, susurradas a media voz, quizá por no herir sentimientos, durante el encuentro con esta revista: «Yo creo que a nuestra clase política, en general, le interesa poco la cultura».
* Este artículo se publicó originalmente en el número 49 de revista Plaza