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el interior de las cosas / OPINIÓN

La rabia de un relámpago

Fue el principio del fin, la iniciación del largo e interminable adiós en que a partir de entonces, se convirtió mi vida. Como la luz del sol, cuando se abre una ventana después de muchos años, rasga la oscuridad y desentierra bajo el polvo objetos y pasiones ya olvidados, la soledad entró en mi corazón e iluminó con fuerza cada rincón y cada cavidad de mi memoria.

3/07/2023 - 

La lluvia amarilla, del escritor Julio Llamazares, es uno de mis libros más cercanos, íntimos, que releo y releo. Me recuerda a un padre que creció entre la miseria de una guerra civil brutal y los tiempos posteriores que sembraron la hambruna y la desesperación. Un padre pastor de ovejas, un joven infectado de unas cuantas enfermedades respiratorias, que vivía y dormía durante varios días en esos cobijos de piedra en seco que se extendían por la Serranía de Cuenca.

Un padre que abandonó su aldea conquense para cumplir, por obligación, con el servicio militar. Sin sentimientos ni resentimientos. El resumen de su experiencia quedó en que, por primera vez, usó un cinturón de cuero en vez de las cuerdas habituales, unas botas, y que aprendió a leer y escribir, bajo mano, porque no era nada institucionalizado en aquellos tiempos franquistas y oscuros.

Hace unos días, mis estimados amigos y colegas Ernest Nabas y Javier Andrés, presentaron en la Diputación de Castelló un nuevo libro: Aules buides, escoles oblidades. Lo hicieron junto al presidente de la primera institución provincial, el profesor Pepe Martí. Fue un acto muy emotivo, con un trabajo encomiable en todo lo referente a la investigación, la memoria histórica y democrática.

Benassal. Escuela del Canto. Foto:  E. Nabàs. J. Andrés

Muy emocionante ver a Carmen Beltrán, la madre de Javier Andrés, que fuera maestra en la escuela, ya desaparecida, de la colonia textil de la Fábrica Giner de Morella. También escuchar a otras maestras y alumnas de aquellos refugios del conocimiento, en espacios pobres y rurales, donde padres y madres consentían una infancia en las escuelas hasta que crecía la edad de las y los pequeños para ser mano de obra en los campos y montañas.

En el acto de presentación de la Diputación de este increíble libro, pensé en la gran película La lengua de las mariposas. Dirigida en 1999 por José Luis Cuerda, con guión de Rafael Azcona y Manuel Rivas, y protagonizada, además, por Fernando Fernán Gómez. La verdad es que mis ojos se volvieron húmedos, con un gran abanico intenté disimular, pero lo que contaban mis estimados colegas era tremendamente emotivo. Mucho. Siempre me ha estremecido tanta soledad y tanta injusticia.

Y me emociona, además, porque uno de mis hijos fue alumno del profesor morellano José Mestre, quien inculcó a su alumnado conocimiento y aprendizaje, el amor por la justicia social, la cultura, la convivencia, por la enseñanza, por la curiosidad y, sobre todo, por la estima del entorno, de la tierra que habitamos. Mi hijo, de unos once años, veía la película de Cuerda porque Don José la recomendó en sus maravillosas clases. Mi hijo lloró la muerte del maestro, a pesar de su pequeña edad, como lo hizo toda su clase. Y, en mi casa, todos juntos, hemos visto infinitamente esta película. Es uno de los mejores ejemplos de las escuelas rurales, de la sabiduría de la vida, de la dignidad y de las ilusiones más altas en el medio de la mayor oscuridad.

Foto: Josh Keyes

El libro de Javier Andrés y Ernest Nabas tiene, hoy, un valor que va más allá de aquello que han fotografiado y escrito. Cada escuela es una historia de vida. Cada aula abandonada es un olvido que debe rescatarse, porque en cada uno de esos espacios han ido creciendo personas, niñas y niños, excluidos y mermados de posibilidades y de sueños. Cada lugar vacío transmite aquellos sonidos, la algarabía infantil en medio de la nada, aquellos sueños que, muchos, no se cumplieron, otros, sí que despertaron el nervio emprendedor de aquellas pequeñas y pequeños.

Siempre pensaré en mi padre, con su tronco de leña cargado y un mendrugo, para ir a una escuela lúgubre, una construcción escasa y muy triste, un lugar donde se pasaba la infancia más necesitada, aquellas escuelas rurales cuyo alumnado abandonaba para ayudar a sus familias en las tareas del campo. Abandonaban antes de los diez años. Eran niñas y niños abocados al vacío. Pero siempre recordaron a las maestras y maestros que les indicaron en un mapa la enorme extensión de este mundo.

Aquellas y aquellos maestros fueron un soplo de vida, una gran ventana abierta a un cielo que no prometía nada. En este libro, de obligada lectura, descubrimos el enorme conocimiento de un mundo rural que siempre ha luchado por sobrevivir y conquistar su futuro. Recomiendo que recorran este magnífico mapa de la geografía humana, en estas comarcas tan amadas como, presuntamente, olvidadas.

Escuela de chicos de La Barona. Foto: Ayuntamiento de Vall d'Alba.

Hoy, además, cuando el pequeño país valenciano que habitamos intenta combatir el despoblamiento, se hace urgente reivindicar la vida de las personas que habitan los pueblos, sus actividades, su emprendimiento, su cultura, los mejores servicios, la mejor sanidad y educación pública, así como la bonificación del sistema fiscal. Vivimos momentos graves, y estamos perdiendo calidad de una vida rural que, por cierto, es la mejor perspectiva de vida ciudadana que podemos permitirnos desde la costa hasta el interior.

…A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruido ya completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago…

(La lluvia amarilla. Julio Llamazares)


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