el interior de las cosas / OPINIÓN

Ya nada es lo mismo

9/11/2020 - 

La tarde del miércoles parecía un simulacro del fin del mundo. La furia del viento transformó el aire y creó demasiados espacios de hostilidad. Imposible combatir las embestidas y los rugidos de aquella tarde. Eran lluvias monzónicas y tropicales, más que mediterráneas. Ese día dos fuertes núcleos de precipitaciones avanzaron en paralelo hacia Castelló, pegados al litoral. El más activo, y con abundante aparato eléctrico, se adentraba en el mar, pero el otro se separó, posicionándose sobre la ciudad. Y allí se quedó durante unas horas interminables. Un capricho de los mapas del tiempo que descargó brutalmente la lluvia durante minutos. Pero Castelló no sufrió lo sufrido en la Ribera Alta valenciana. De nuevo, la tierra se inundó y la piedra arruinó las cosechas. Carreteras cortadas, el área metropolitana de la ciudad valenciana anegada así como el parque del cauce del río Turia que recuperó el curso natural del agua. 

"No vamos a salir mejores de esta crisis. Aquellas bucólicas afirmaciones y deseos que nos marcamos durante el estado de alarma, han chocado de frente con la realidad".

Mi familia sigue reproduciendo el miedo a las fuertes lluvias, a pesar de que el nuevo pueblo de Gavarda se alejó del Xúquer y subió a la muntayeta próxima a Alberic. Hay en estos municipios malos recuerdos de aquella Pantanada que se llevó por delante las casas de centenares de familias, dejando secuelas psicológicas y anímicas que hoy se reviven tras la desaparición de núcleos urbanos y los largos años que sufrieron en medio de la nada. Si viviera mi querida abuela Pepica, estaría santiguándose toda una semana y sufriendo por quienes se han visto afectados. Además de los grises que anuncian el invierno, en mi familia, este mes prolongaba el Dia de les Ánimes, Les Animetes, que comenzaba la tarde del día de Todos los Santos, en el tránsito al Día de Difuntos (2 de noviembre). La casa de Gavarda se llenaba de recipientes con aceite de oliva y palometes que se iban cambiando según se iban consumiendo. En mi casa había muchas almas en pena que necesitaban esta luz para, desde el Purgatorio, regresar al cielo. Y necesitaban más de un día para este viaje. En Morella, como bien recordaba la galerista Pilar Dolz Mestre en una red social, la Nit d’Animes se acudía a Casa Gorreta a comprar las madejas de cerilleta y se encendían en las casas mientras se rezaba un rosario por todos los difuntos de la familia. 

Ilustración: Frank Moth

 La ceremonia de encender velas en memoria de nuestros muertos integra belleza y miedo a partes iguales. Mis recuerdos de aquellos otoños en Gavarda guardan las imágenes de santos y santas moviéndose en los altos techos de la casa por tanta palometa encendida en su base que proyectaban sombras titubeantes. Aquello era el preludio del invierno, según el imaginario de una época y de una generación temerosa de casi todo. En noviembre había que encerrarse y silenciarse, caía la noche prematura, el corral perdía sus flores y la climatología obligaba a combatir una humedad extrema. Un confinamiento obligado que viven, ancestralmente, las buenas gentes del campo. 

Ahora, nuestro noviembre es un corrido de risas y jolgorio. Qué estaría bien si no fuera por la maldita situación que vivimos. La imposición del Halloween anglosajón nos ha vuelto a dominar con sus fiestas, -que se han celebrado a pesar de las restricciones- , y con sus ocupaciones de vía pública. Pero seguimos cabalgando en un noviembre triste y contradictorio. Hay demasiadas normativas que confunden y se contradicen. Los vendavales y lluvia torrencial de la pasada semana parecían avisar de que, en este nuestro pequeño mundo, algo debe cambiar. 

"La derecha lleva años devorando la evolución y buen hacer del resto de territorios. Un centralismo meseteario que no puede seguir siendo y al que alguien debe poner freno". 

Pensábamos, metafóricamente, que los vientos del norte se llevarían aquello que nos hace daño, que removerían conceptos y significados. Pero seguimos igual. Seguimos escuchando decisiones indecisas, declaraciones propagandísticas. En todas partes. El planeta se ha aliviado con la derrota de Trump, el prepotente negacionista. Vemos mucha esperanza en Biden y, sobre todo, en Kamala Harris, primera mujer vicepresidenta tras un siglo de la conquista del voto femenino. Pero atormenta el contexto mundial. Con un populista y fascista menos, aún quedan demasiadas semillas sembradas. 

El periodista Javier del Pino, que sigue anclado en Washington, tras vivir en directo el recuento de votos de estas elecciones tan importantes, nos trajo ayer en su programa de la Ser a Txetxu Ausón, filósofo e investigador del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. No estamos preparados para asumir que hemos iniciado otro ciclo, otro tiempo de nuestra era. Ausón advierte de la creciente incertidumbre y desconfianza que nos rodea y que nos está llevando a vivir peligrosamente. En este contexto, la verdad se diluye y cada cual obedece a sus más bajos instintos. 

"La creciente violencia verbal en redes sociales, la confrontación, la manipulación informativa y la irresponsabilidad de la derecha está generando la tormenta perfecta para el odio y la venganza. Es el peor virus." 

Frente a tanta desconfianza, el filósofo e investigador apuntaba la importancia de  una mayor ejemplaridad de la clase política, de más empatía, de esa calidad humana para transmitir que son gente corriente, como lo somos todos. Asimismo se requiere que los  gobernantes no duden, que transmitan seguridad, sinceridad, humildad y transparencia. Sin estas cualidades la ciudadanía no confía. Tras estos meses de tortura somos cada día más vulnerables, tristes y temerosos. Porque esta pandemia no es solo un problema sanitario y biológico, es un gran problema social de una compleja solución. 

Caminamos lentamente hacia nuevas restricciones, deseando, en el fondo, que nos confinen y que se pueda atajar esta pesadilla. Cuesta superar los meses sin abrazos, sin besos, sin hijos, ni nietos, sin amigas ni amigos, sin el tacto y la risa de quienes amamos, sin los encuentros y la estima. Los días caen plomizos sin una clara esperanza, sin expectativas que podamos entender.

Necesitamos que este mundo no nos cambie, pero ya nada es lo mismo. 

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