El 3 de octubre se cumplirán 40 años del estreno de Puesta a punto. De 1983 a 1985 lo presentó un joven leridana, desconocida para el público, de nombre Eva Nasarre, que trabajaba en un gimnasio. Llegó al programa por accidente ya que estaba previsto que su lugar lo ocupara una excampeona de salto de altura. Pero se lesionó. El programa emitido en el segundo canal de TVE—¡qué paraíso cuando en España sólo se veían dos canales y eran buenos!— fue una apuesta del director del ente público, José María Calviño, padre de Nadia, la señorita Pepis de la economía española.
Eva Nasarre se hizo muy popular en la televisión de los ochenta. Tenía duende para gustar: joven y atractiva, era pizpireta, educada —llamaba de usted a los telespectadores—, cariñosa, dulce y muy pero que muy natural. Fue además una precursora; puso de moda el ejercicio físico entre las amas de casa. Era una delicia verla haciendo estiramientos de brazos y piernas para luego contornear la cabeza, de un lado a otro, todo con el sano propósito de que el público se mantuviera en forma.
No la pude seguir porque ocupaba mi tiempo en estudiar el BUP (Bachillerato Unificado Polivalente) en el Andrés de Vandelvira. Mi madre tampoco la veía. En cambio, otras madres y algunos padres, seguramente parados por la reconversión industrial de Felipe, estaban enganchados. Puesta a punto fue el segundo programa más visto de la segunda cadena (UHF para los nostálgicos), sólo por detrás de La clave de Balbín cuya cabeza rodó, al igual que su pipa, por decisión de Calviño, brazo armado de Alfonso Guerra. El espíritu independiente de La clave se les hacía insoportable. (Cosas veredes, amigo Sancho; el tal Guerra es hoy ferviente partidario de la libertad de expresión en el que todavía es su partido.)
La Jane Fonda de la televisión española
He visto el primer programa de Puesta a punto. Aparece vestida Eva con un maillot azul, a juego con sus calentadores, del mismo color, rodeada de cinco chicas y cinco chicos que siguen sus pasos y movimientos al son de una música discotequera. Eva cautivaba con una mezcla de simpatía y calculada ingenuidad. Iba a ser la Jane Fonda de la televisión española. La señora Fonda —irredenta demócrata y feminista en Yanquilandia— también movía caderas en alguna televisión de Oklahoma, para uso y disfrute de las mujeres de los granjeros del contorno. Los acompañantes de Eva, melenas al viento y pechos sin depilar —algunos con un aire al inolvidable Giorgio Aresu—, parecían extras de Flashdance.
La moda de los calentadores caló. Casi todas mis compañeras de BUP los llevaban, y entre ellas Eva, la única mujer a la que me he declarado en mi vida y que me dio por respuesta un indubitado ‘no’ en la puerta de su casa, un ‘no’ firme, contundente, fiero y muy cruel. No es no. Con sólo quince años Eva aún no había aprendido a deshacerse de un pretendiente estúpido valiéndose del viejo arte de la diplomacia femenina. “No sé, Javier, si quieres podemos seguir amigos…” ¿Amigos?
Puesta a punto hizo pedagogía de la vida sana. Había que cuidarse: menos cocido y más deporte. “¡Abajo los michelines!”, decía la saltarina Eva Nasarre, o algo muy parecido. Los gimnasios, que aún no se denominaban gyms, ofrecían cursos de aeróbic, precedente lejano del pilates, para mantenerse en forma. Y los que no iban al gimnasio practicaban el footing (foot de pie). De hacer footing algunos pasaron al jogging, como otro ejemplo de la funesta costumbre de escoger anglicismos para mencionar cosas que tienen su nombre en español. El personal corría, así a secas, corría, pues nadie entonces sabía lo que era un runner.
Una enfermedad la llevó a una silla de ruedas
Todo acaba, y Puesta a punto también acabó. En 1985 dejó de emitirse para pasar a llamarse En marcha en el magazín Buenos días, de la primera cadena de TVE. Sólo duró un año. Después, Eva Nasarre, uno de los rostros más populares de la televisión de los ochenta, se perdió en el anonimato. En general no le fue bien: se separó de su segundo marido, con quien protagonizó un divorcio traumático; ejerció de trabajadora social en un pueblo de Barcelona y, a finales de los noventa, le diagnosticaron una artritis reumatoide que la dejó inválida. Cruel ironía para quien se hizo famosa por difundir la vida sana a través del ejercicio físico. Retirada de la vida laboral, se consagró a la defensa de los derechos de las personas dependientes.
Si el lector tiene menos de cuarenta años, el nombre de Eva Nasarre no le dirá nada. Para mí y mucha gente de mi edad, fue la joven que puso de moda los calentadores y el aeróbic en España. Aire fresco para una encorsetada televisión pública. Hoy está postrada en una silla de ruedas. Así de puñetera es, a veces, la vida.