CASTELLÓ. Las aguas bajan más revueltas de lo que pudiera parecer en el Partido Popular de Castellón. La escenificación de unidad en la escuela de verano en Benicàssim esconde una guerra interna entre los oficialistas, liderados por Miguel Barrachina, los casadistas, con Begoña Carrasco como principal exponente, y los críticos, que representan parte de la vieja guardia.
La decisión de ampliar la estructura interna del PPCS va más allá de mostrar una imagen de transformación. Bajo la estrategia de cambio subyace la necesidad de Barrachina de reforzar su liderazgo. Los nombramientos, en el fondo, persiguen aumentar el número de afines y, con ello, incrementar su círculo de confianza, siempre con el horizonte del congreso provincial que se celebrará en 2021.
El actual presidente del PPCS lleva meses trabajando en su continuidad. Incluso, mucho antes del 26M. Sabe que su autoridad en el partido quedó en entredicho al apostar por una candidata equivocada en el proceso de sucesión de Mariano Rajoy. A diferencia de otros, que acertaron al respaldar públicamente a Pablo Casado, tanto la secretaria provincial, Elena Vicente-Ruiz, como el propio Barrachina se decantaron por la exvicepresidenta Soraya Sáenz de Santa María, en cuya lista el segorbino iba de número seis.
Al menos, así se desprende del mensaje que transmitieron los barones castellonenses en las fotos con los diferentes aspirantes en sus visitas a Castelló. Por ejemplo, Carrasco arropó al que fue posteriormente el gran vencedor, el citado Casado. No en vano, actuó como presentadora del candidato en la cena mitin ante decena de afiliados.
Desde entonces, Génova mira con lupa a Barrachina. En realidad, el presidente provincial nunca ha simbolizado la cohesión dentro del partido, a pesar de su amplio respaldo para suceder a Moliner en el congreso de Peñíscola en 2017 (98%). Hasta una semana antes la figura de Vicent Sales, vicepresidente primero en la Diputación de Castellón, seducía a muchos de los compromisos como sinónimo de renovación. Al final, se optó por una lista de consenso, presidida por el actual presidente, pero más como una manifestación de consistencia que por verdadera convicción.
En este sentido, el tiempo dio la razón a los críticos. El PP, sin una verdadera apuesta por la regeneración desde la dirección provincial, cosechó sus peores resultados en las pasadas elecciones municipales, llegando a perder su último bastión: la Diputación, gobernada ininterrumpidamente durante 24 años.
Solo Begoña Carrasco, en Castelló; Andrés Martínez, en Peñíscola; Marta Barrachina, en Vall d'Alba; o Carmina Ballester, en Onda, aguantaron el tipo o mejoraron los resultados (los tres últimos como alcalde y alcaldesas). Fueron muy pocos los que pudieron contener el empuje de la izquierda.