CASTELLÓ. Este domingo se preguntaba el periodista Joaquín Guzmán, en un artículo de este diario, si los museos van a dejar de tener ese componente de lugares anclados al pasado para dejar paso a la cada más poderosa digitalización, y como consecuencia a su total transformación. El debate se origina -entre otras cuestiones- después de que mucha gente, el mismo jefe del Área de Desarrollo Digital del Museo del Prado, Javier Pantoja, se haya preguntado si es importante estar delante de las Meninas físicamente. ¿Bastaría con una pantalla que las recree fielmente? Ante esto, Guzmán tiene una opinión muy clara, no cree que haya que cerrarle las puertas a la tecnología, pero esta nunca puede ser el fin de un museo. No puede la experiencia digital sustituir la propia experiencia de estar en un lugar tan único como un museo. "Parece que no se aprecia como un hecho virtuoso la realidad que consiste en que mientras que museos, edificios históricos o religiosos permanecen anclados en el tiempo, fuera de ellos el mundo cambia a una velocidad vertiginosa hacia un contexto cada vez más digital y menos físico", decía. ¿Y por qué alterar esto?
Desde Abadía Seven también comparten la misma preocupación. No quieren que la casa de Vilafranca desde la que funcionan, una de las más antiguas del pueblo, sea alterada por las ansias de una sociedad adicta al continuo cambio. Y es que, además, la casa en la que habita el espacio expositivo no se ha sometido a ninguna reforma ni 'operación estética' desde que fue construida en 1617. Su personalidad -aseguran- permanece intacta e inalterada desde entonces. "Aún perduran las huellas del paso del tiempo en los suelos de madera desgastados, baldosas sin pinturas, enlucidos de cal que se desmoronan...". Por ello, defienden que se respete "su identidad". Una identidad que, al igual que la de los seres humanos, se define con el paso del tiempo. "Un edificio es habitado por distintas personas en distintos momentos, sufre el desgaste de cada generación y vive y comparte las experiencias de cada familia. Pero todas estas características se ven afectadas por los cambios sociales, culturales y tecnológicos".
En este sentido, Abadía Seven ha querido concienciar de la importancia de sus palabras con La sexta lámpara, la fragilidad de la memoria, un proyecto expositivo que pone en común las diferentes visiones de 21 artistas emergentes sobre la identidad y la memoria. Los creadores han intervenido el espacio dejando nuevas marcas a través de sus obras hechas de serigrafía, punto o fotografía. "Hay muchas imágenes y soportes inesperados. Piezas que han sido llevadas hasta el desván de la casa y otras que ya estaban ahí. Yo misma he intervenido un objeto que encontré al arreglar la casa. Dejé que se oxidara junto a un lienzo y ahora se ha convertido en algo artístico", cuenta Anne Barton de Mayor, impulsora del espacio -también acuñado Vilafranca de Arte- junto a Merche Pereira.
El proyecto, que podrá verse hasta el 26 de junio en la calle Abadía 7, emerge, con todo, bajo las premisas del teórico y artista inglés John Ruskin (1819-1900), quien estableció siete principios para hablar de arquitectura. Siete reglas a las que llamó 'lámparas'. Pues bien, la sexta, en la que se basa esta muestra, gira en torno a la memoria. Para el creador también era importante que las huellas que se dejaran en los edificios permanecieran en él a lo largo de la historia. A partir de aquí sus dueños tienen la obligación moral de no borrar esas huellas, pero sí de conservarlas para generaciones venideras.
"La memoria nos hace conscientes de nosotros mismos y va conformando nuestra identidad. Por el contrario, la pérdida de memoria puede destruirla. Cuando esta se desvanece y se olvida el pasado, la identidad se diluye, se borra y se pierde. Sin memoria no hay identidad", recuerdan desde Abadía Seven.
La muestra, que espera remover conciencias sobre la fragilidad de la identidad y la memoria, ha contado además con la colaboración del Ayuntamiento de Vilafranca y la Facultad de Belles Arts de la Universitat Politècnica de València. Por lo que hace a sus artistas, las obras allí depositadas pertenecen a AGRIS, Anne Barton de Mayor, Alba Bausá Cabrera, Álex Camañes, Marta Escrig, Estela Ferrer, Paula García Ibáñez, Arianne Garrido, Marcela Gómez, Ana Jiménez-Bazo, Macarena, Marmarol, Merchi Mestre, María Monteagudo, Emilio Navarro Signes, Javier Soligó, Sergio Olmeda, Merche Pereira, María Pérez, Fredrik Robens, Lucía Rúa y Laura Toscano Castillo.