CASTELLÓ. Avanzaba la noche, cuando el martes 25 de febrero de 2020 la Conselleria de Sanidad confirmaba el primer caso de coronavirus en la provincia de Castellón. Tras un par de falsas alarmas, un joven de Borriana que unos días antes había regresado de un viaje de ocio a Milán dio positivo en el Hospital de la Plana. La prueba PCR confirmó la llegada de la epidemia a la Comunitat Valenciana. Solo un par de semanas después, fue declarada como pandemia por la Organización Mundial de la Salud.
Este jueves se cumple un primer aniversario triste, que nadie celebrará. El SARS-CoV-2 ha cambiado las vidas de nosotros y nuestros vecinos, incluso las de quienes niegan la incidencia del virus. Pueblos y ciudades vacías, seres queridos que se han ido sin un último beso de despedida y relaciones alteradas por la distancia son, más allá de las frías cifras, consecuencias imborrables de una plaga que todavía tiene consecuencias por llegar... para todos: jóvenes y mayores, mujeres y hombres, castellonenses de soca o de adopción.
Un año sin fiestas, con apenas algunas alegrías. Con una Navidad a medio gas, y con precauciones en todas las facetas de la vida. Con la mascarilla impuesta como un elemento más del vestuario y con el miedo a un contagio que parece una lotería y para la que hay boletos de sobra.
Tras una primera ola que desbordó a los gobernantes y a los hospitales, sin los medios suficientes para luchar contra el virus, y en la que a pesar de ello Castellón salió relativamente bien parada, la peor parte en estos doce meses se la han llevado, sin duda, las residencias de mayores. Los aplausos en los balcones parecen un recuerdo lejano, mientras, a las puertas de una nueva desescalada, las Unidades de Cuidados Intensivos todavía albergan a 20 personas en la provincia.
Ellas son a día de hoy las que peor lo están pasando en una pandemia de la que la Conselleria de Sanidad ha confirmado 38.551 casos en la provincia. Un 6,6% de la población castellonense se ha visto afectada, según las estadísticas oficiales. De aquellos, la mayoría han superado la enfermedad (37.810, según las estadísticas de Salud Pública).
Pero las cifras nunca han cuadrado del todo. Según su último recuento, Sanidad informó este miércoles de 749 fallecidos en las comarcas castellonenses en el último año, pero en las residencias saben que la cifra real está por encima. Y en la tercera ola que ahora remite, las notificaciones de decesos son todavía escalofriantes.
En la Comunitat las estadísticas no son mejores (376.582 positivos y 6.553 personas fallecidas). La evolución gráfica refleja cómo, a medida que se ha ido disponiendo de recursos, los casos se han multiplicado, sobre todo en una tercera ola que ha sacudido de lleno al territorio valenciano.
Contra todo ello se ha luchado a través de compras masivas de material, la reconversión de empresas para suministrarlo, la habilitación de los hospitales de campaña, los hoteles medicalizados en la primera ola, y el recurso a la sanidad privada, que todavía dará que hablar por cuestiones administrativas y burocráticas. Pero la falta de medios, técnicos y humanos, ha sido evidente para luchar contra una enfermedad para la que no hay todavía un tratamiento efectivo.
Ahora la esperanza está depositada en la vacuna, el remedio que permita volver a una normalidad que recupere, en la medida de lo posible, la actividad habitual previa a la covid. La economía castellonense lo necesita, y también cualquiera que quiera respirar sin el corsé del virus. Pero ojo, que en los corrillos médicos del General, la Plana y el Comarcal de Vinaròs ya temen la llegada de la cuarta ola.