El fotógrafo expone en el Menador 'El Muro invisible', una serie de imágenes que muestran cómo es la vida hoy en la ciudad alemana
CASTELLÓ. "Ahora el muro físico ya no existe, pero hay uno invisible que sigue dividiendo Alemania. Está en los salarios, infraestructuras, la educación, el desempleo... diferencias que inclinan la balanza a favor de Occidente". Estas palabras las pronunciaba Paco Poyato poco después de aterrizar en Alemania hace cuatro meses. El objetivo del fotógrafo castellonense era precisamente escenificar todas estas cicatrices que tras la caída del Muro de Berlín, todavía hoy dividen la ciudad. Las personas, los lujos y la arquitectura que aparecen en sus retratos bien reflejan una diferencia social, entre este y oeste, que no se puede obviar. La vida moderna y la que no progresó.
Así consta, como decimos, en el trabajo fotográfico que Poyato ha elaborado. El muro invisible reúne las imágenes tomadas en ambos lados de la ciudad que el fotógrafo capturó a principios de año, gracias a la Beca Hàbitat Artístic de la Regidoria de Cultura de Castelló. ¿Pero, qué fue lo que realmente encontró aquellos días en la capital alemana? Con la covid como gran condicionante, Poyato ha dado luz a una obra que no puede entenderse sin los meses donde la pandemia más nos asfixiaba.
"¿Por qué no podemos vivir juntos?", dice uno de los grafitis que el creador encontró en medio de la ciudad. El proyecto se puede ver hasta el 17 de octubre en el Menador de Castelló.
-¿Han sido suficientes tres meses para documentar la 'división' que existe en Berlín?
-Es cierto que me hubiera gustado estar más tiempo, al menos 15 días más. Aun así, pensaba que me iba a quedar corto, pero como tuve tanto tiempo para centrarme solo en eso, trabajé mucho y creo que ha quedado bastante bien.
-¿Sabías de antemano dónde querías fotografiar o te fuiste encontrando con el material por azar?
-Berlín ya la conocía, había estado antes. También conocía su historia, todos la conocemos un poco, pero igualmente hacia falta un trabajo de documentación. Me fijaba en otros fotógrafos o en las historias que me contaba la gente que había vivido la caída del muro. Es importante hacerlo, porque las otras veces que visité Berlín no salí de la zona del centro; allí conocí a un par de personas, como el fotógrafo y artista valenciano Sergio Belinchón, que me ayudaron a conocer en profundidad la ciudad. Mi idea era fotografiar ambas partes y plasmar las diferencias que siguen existiendo.
-Decidiste darle el mismo protagonismo al paisaje urbano como a las personas que encontrabas por la calle.
-Sí. Al final Berlín estuvo separada 28 años por el muro y ese muro dividió dos ciudades y dos mundos diferentes. Cada lugar se fue construyendo a su manera. Por eso, quise centrarme en el paisaje urbano. Solo con la arquitectura ya tenía una buena parte del trabajo hecho. Aun así también era interesante retratar el tipo de gente que vive en ambas partes, porque hace más evidente esa división.
No solo existe una división entre el este y oeste, también en la zona oeste hay como unas calles de más dinero, que fue en efecto donde yo fui. La avenida Kurfürstendamm es una avenida de tres kilómetros y medio de largo y donde están todas las joyerías y tiendas caras. Fotografiar aquí me sirvió para captar los restos de la zona oeste que quedaron en el este de Berlín.
-¿Y qué fotografía de todas te tocó más?
-Una que es muy definitoria del Berlín de hoy. Se trata de una fotografía donde aparece el checkpoint Charlie (el emblemático puesto fronterizo entre el este y el oeste de Berlín) con la imagen de un soldado americano y detrás los restaurantes McDonald's y KFC. Es como el símbolo de lo que ha quedado de la división. Con la caída del muro cae el sistema político comunista y se extiende el capitalismo. Esta imagen parece una especie de metáfora de lo que la ciudad fue y es.
Uno siempre guarda un buen recuerdo de las fotografías que hace, porque es algo muy personal del fotógrafo. Te acuerdas del momento en que la hiciste, qué pasó antes y qué pasó después. De esta por ejemplo me acuerdo que la hice al principio de la pandemia, a las dos semanas de llegar a Berlín, cuando la ciudad estuvo cerrada al turismo durante una temporada. No había sillas ni mesas en las calles pese a ser una zona muy turística. En cambio, estaba desierta y esto me permitió disfrutar mucho del lugar. En ningún otro momento habría podido encontrar a las seis de la tarde esta calle tan vacía.
-¿Dirías que El Muro invisible es una obra profundamente política?
-Sí, un poco, aunque no tenía intención de que fuera un trabajo político, pero a medida que lo fui haciendo me di cuenta de que realmente sí lo es. Con él quiero hacer ver cómo son esas barreras invisibles que todavía dividen la sociedad. No solo la pandemia ha aumentado las diferencias entre la gente, han habido otras crisis. Además en la zona este hay latente una cierta nostalgia por el comunismo. No me quiero meter en temas políticos, pero se supone que con la caída del muro iban a conseguir cierta libertad de movimiento y económica que sí han conseguido, pero sigue existiendo una gran brecha. Se sienten ciudadanos de segunda, imagino que porque la zona oeste le lleva 28 años de adelanto. Todo el tiempo en el que estuvo el muro, el apoyo de las empresas se dirigió a la zona capitalista.
-Como alguien que llegaba de visita, ¿ha sido difícil ser, en cierta manera, un simple observador de esta realidad?
-Es verdad que cuando llegas eres como un espectador, pero no sé qué ocurre que cuando caminas por Berlín te sientes parte de la historia aunque no la conozcas del todo. Vas leyendo y documentándote y entiendes muchas cosas. Tuve la suerte además de conocer un guía que me hizo un poco de ruta y me dejó un libro que hablaba de la historia de Alemania. Fue fácil trabajar, es una ciudad tan guay que realmente te sientes bien cuando vas.
-La fotografía, por norma, suele ser un trabajo bastante solitario. No suele hacerse en equipo. Pero, ¿extrañaste compañía en esas semanas de semi confinamiento?
-De vez en cuando salía acompañado pero cuando mejor entras en trance es cuando estás solo, sino no llegas a conectar. Si vas a fotografiar con alguien, quieres atender a esa persona para que no se sienta mal y no terminas de fotografiar como querrías. Yo salía unas cuatro o cinco horas al día, de las cuales no siempre estaba fotografiando.
Por otra parte, la camaradería que se hacía con los compañeros de la residencia era lo mejor. Te dan ideas, la aplicas a tu proceso de trabajo y vas viendo como lo que haces evoluciona. Si hubiera ido solo el trabajo no hubiera salido igual.
-¿Te ves haciendo un proyecto de esta envergadura ahora en España?
-Me gustaría pero es complicado. Parece que cuando uno va fuera las cosas son más sencillas. Y más con una ciudad con tanta historia detrás como Berlín.